El conflicto árabe-palestino-israelí puede trazarse tan profundo y tan lejos en la historia como se quiera. Pueden ser cientos e incluso miles de años en los podemos encontrar los antecedentes de la explosiva, violenta, en permanente tensión y siempre bajo disputa “Tierra Santa”

Factores étnicos, políticos, religiosos, culturales, económicos, sociales y de orden internacional pueden ser aludidos como justificantes de un eterno estado crítico de sitio, represión violenta, lucha entre facciones y terrorismo.  

Todos estos antecedentes se conjugan con la memoria de los caídos, las víctimas colaterales, rencores, venganza, acontecimientos históricos y un muy denso recuento de daños para dejar como prohibidas, olvidadas y ni siquiera imaginables palabras como cooperación, reconciliación, perdón, paz, estabilidad o al menos diálogo.    

Vivir en esa región -me decía un amigo- es acostumbrase a frecuentes retenes y controles militares; ensayos de evacuación, rutinas de supervivencia, ubicación de refugios y zonas de seguridad; bombardeos, tiroteos, amenazas constantes, alarmas, sonido de misiles y un estado permanente de vigilia con tanques, vehículos, patrullas, drones y aviones militares pasando por tu vecindario a todas horas. 

La incursión de milicianos de Hamás a territorio bajo control israelí precisamente al cumplirse 50 años de la Guerra de Yom Kipur volvió a poner en vilo al mundo. Un ataque sorpresa coordinado por tierra, mar y aire dejo cientos de víctimas (en el recuento inicial); miles de civiles vulnerables, se abrió paso a zonas residenciales y puso en entredicho a uno de los cuerpos de inteligencia de mayor prestigio en el mundo. 

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La infiltración fue apoyada con el lanzamiento de cohetes, armamento pesado, bombas, drones y tecnologías avanzadas de comunicación; el escalamiento de la respuesta armada y política al hecho fue contundente; como siempre las víctimas civiles (incluso de naciones extranjeras que no tienen nada que ver en el conflicto) y desplazados se cuentan por miles -hasta ahora-  

En un contexto con la guerra en desarrollo en Ucrania; el mensaje de aliento que se transmite a las organizaciones terroristas de otras regiones; la fragilidad e inestabilidad de los países circunvecinos y la belicosidad creciente de las naciones antagonistas; hacen previsible un escalamiento y prolongación del conflicto.

Muchas interrogantes están planteadas; por ejemplo, nadie alcanza a entender como un aparato militar tan robusto, moderno y eficiente de inteligencia (al menos como lo había demostrado) pudo ser vulnerable a una operación que debió llevar meses en su preparación, logística y coordinación; sin precedentes en sus dimensiones ni en su nivel. 

Cabe cuestionarse si las recientes protestas internas y el antagonismo de las fuerzas partidistas en Israel fueron un signo de debilidad que aprovecharon las organizaciones extremistas o si los grupos políticos radicales internos vieron esta -aparente- falla como un evento detonador de unidad, alineamiento y estabilización social.   

La acometida no tuvo reparo se dirigió hacia objetivos militares específicos, pero principalmente hacia áreas civiles expuestas. Hubo un terrible, injustificable y sanguinario incidente en un concierto juvenil con centeneras de muertos, gracias a la comunicación en tiempo real y a que los propios milicianos lo transmitieron se pudo dar cuenta de los detalles de la violencia ejercida. 

Videos, mensajes y relatos posteados en redes sociales por los combatientes protagonistas dieron cuenta de una invasión dirigida hacia barrios residenciales; haciendo propaganda con el asesinato y secuestro de civiles -muchos de ellxs heridos-

Las cifras y detalles de tales operaciones todavía no son certeros, aún hay combates, tiroteos y operaciones en contra de grupos de milicianos acorralados. Se lucha calle por calle y casa por casa para recuperar las zonas afectadas; la atención médica, el rescate y recuento de lesionados, desaparecidos y bajas continúa en curso. 

Del otro lado, los bombardeos y ataques aéreos han sido una represalia cruda, durísima, cruenta, aplastante que -por desgracia- termina pegándole mas fuerte a quienes no tienen nada que ver con el conflicto, niños, ancianos, grupos vulnerables y familias enteras cuyas vidas jamás serán las mismas.  

Gasolina a la fogata. Los mensajes de apoyo y solidaridad internacional de países aliados, envío de ayuda y llamados a la paz se combinan con las convocatorias de grupos y organizaciones beligerantes, es de esperarse una posible oleada de provocaciones, atentados, movilización, protestas, activismo político a nivel mundial.  

Este incendio voraz y la zozobra resultante tendrán efectos económicos, políticos y militares a nivel global; hasta donde puede escalar el conflicto cuando se habla de guerra abierta, retaliación, exterminio, lucha total; respuesta contundente y definitiva; cuáles serán las consecuencias regionales e internacionales son interrogantes muy complejas y lejanas de dilucidar en este momento. 

Miles de vidas penden de un hilo en ambos bandos. Los secuestradxs se enfrentan a un futuro aterrador e incierto; cientos de familias han sido obligadas a evacuar la zona; las fuerzas en lucha entran al punto sin retorno. Turistas, viajeros, comerciantes y residentes extranjeros están atrapados en el fuego cruzado. 

Nuevamente el mundo tendrá que buscar como tratar de atenuar un añejo conflicto para el que la diplomacia, la razón, la lógica o el sentido humanitario no sirven de mucho.   

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