Las tropas de Japón establecieron en Shanghai la primera de las estaciones de confort, centros de esclavitud sexual al servicio de los militares, quienes argumentaban que con ello prevenían que los soldados japoneses violaran a mujeres locales.     A principios de 1932, Japón dominaba el mapa de Asia en el Pacífico, era la gran potencia colonial del continente y había conquistado la posesiones alemanas en el continente durante la Primera Guerra Mundial. A partir de 1940 acuñó el término de Esfera de Co-prosperidad de la Gran Asia Oriental (Dai-tō-a Kyōeiken). Una especie de doctrina Monroe que se basaba en la idea de expulsar a las potencias occidentales del continente asiático, una especie de doctrina Monroe en que, obviamente, Japón fue la nación preponderante. Así extendió su área de influencia desde Manchuko hasta Birmania. Pero la prosperidad no sólo no llegó al resto de las naciones sino que terminó oprimiéndolas. En ese contexto, las tropas japonesas en Shanghai establecieron en esa ciudad la primera de las llamadas estaciones de confort, centros de esclavitud sexual al servicio de los militares, que argumentaban que con ello prevenían que los soldados japoneses violaran mujeres locales, pero no fue sino hasta 1937-38 que tras la toma de la entonces capital china, Nanking, se normalizó la práctica. Esas primeras mujeres provenientes de Nagasaki fueron reportadas en Shanghai como pertrechos de guerra. Era evidente que para los militares japoneses, ellas se trataban de una propiedad más del emperador y, por extensión, del ejército que lo representaba y del fin último que perseguían. Aunque muchos documentos oficiales fueron incinerados, existen fotografías de las residencias, copias de los reglamentos de operación de las casas de confort de diversas partes de Japón, China y Filipinas, en los que se establecen normas de higiene, horarios de servicio, anticoncepción, tarifas y pago a las mujeres, así como la prohibición de consumir alcohol y portar armas. No obstante, dicho reglamento no siempre fue respetado; los boletos en apariencia eran entregados sólo para control, sin contraprestación alguna para las mujeres, o bien era tan poco lo que les pagaban que apenas les alcanzaba para comida –la ración diaria era insuficiente–, ropa, tabaco y alcohol. La mayoría de las fuentes que existen sobre este tema coinciden en que de todas las mujeres de diversas nacionalidades que los japoneses secuestraron para su red de esclavitud sexual (japonesas, chinas, taiwanesas, holandesas, filipinas, manchús y rusas, entre otras), a las coreanas se les trató con mayor crueldad derivado de su condición de colonia. Así, su condición de género, raza/nacionalidad y clase aumentaron su victimización. La escasez de documentos oficiales del ejército Imperial Japonés sobre las redes de esclavitud sexual que establecieron, no ha impedido que a la fecha existan pruebas documentales de todo lo sucedido. Cientos de diarios de soldados y documentos recuperados por académicos, periodistas, activistas y organismo internacionales permiten armar un mapa general de la historia, que se completa a detalle con los testimonios de las sobrevivientes. En agosto de 1991, Kim Hak-sun (1924-1997) y dos mujeres más decidieron dar una conferencia de prensa para narrar su caso, y en diciembre del mismo año demandaron al gobierno de Japón, exigiendo una disculpa y una compensación individual. Fue entonces que los medios de comunicación comenzaron a hacer eco de otros casos de sobrevivientes que reclamaban justicia. En 1992, una maestra japonesa de nombre Ikeda Masae, quien trabajó en un colegio en Corea, confesó a un diario de aquel país, su participación en el reclutamiento de seis de sus alumnas en 1944 –de hecho, el reclutamiento aumentó durante los tres últimos años de la guerra que culminó en 1945–. Las órdenes recibidas por la profesora fueron seleccionar jovencitas lindas, saludables y de buena familia. El diario revisó los expedientes de la escuela Pangsan y encontró que, en efecto, varias de sus alumnas de entre 12 y 14 años fueron reclutadas, violadas y esclavizadas. Al final de la guerra, algunas de las mujeres fueron enroladas en los cuerpos de enfermería o algún área del ejército, a la mayoría simplemente las abandonaron en los países donde las habían llevado, lejos de sus hogares, pero también hubo casos extremos de masacres: fueron llevadas a trincheras o refugios y bombardeadas, quemadas o fusiladas, lo que evidenciaba el miedo que tenían los militares de ser juzgados por esos crímenes. La lucha de estas mujeres por que el gobierno japonés reconozca sus crímenes sigue vigente, aunque hay sectores de aquel país que aún hoy niegan que hubiese tales. Algunos grupos se escudan diciendo que eran prostitutas (esto es que ejercían un trabajo de manera voluntaria y remunerado) y algunos más señalando que el ejército de Estados Unidos hizo uso de esa misma estructura de esclavitud sexual durante las guerras de Corea y Vietnam, sin que haya reclamo. Lo traigo a colación porque a inicios de septiembre el diario Asahi Shimbun tuvo que pedir disculpas por censurar una columna del periodista Akira Ikegami sobre el tema. Mientras, en Estados Unidos un grupo de japoneses da una batalla legal porque sea removida una estatua en homenaje a la mujeres de confort, instalada en el parque de Glendale en California. Diferente fue la situación de las más de 200 ciudadanas de las Indias Orientales Holandesas –hoy Indonesia– que formaron parte de esta red de esclavas sexuales, cuyo caso fue juzgado en la Corte Marcial temporal de Batavia y el 14 de febrero de 1948 sentenció a muerte a un mayor de la Armada, y a 11 de sus subalternos a prisión de entre dos y 20 años. Esto da muestras de que para Japón sigue siendo un pasaje vergonzoso, pero también que siguen reproduciendo esquemas machistas e imperialistas que impiden la justicia para las mujeres que fueron en muchos casos secuestradas y violadas sistemáticamente. Todo con la anuencia del sistema internacional que prefirió tener a Japón primero como un aliado contra la URSS y ahora contra China. Mientras que a Corea se le considera un país menor, siempre colonizado. La naturalización del hecho revictimizó a estas mujeres, e impidió los reclamos de justicia durante décadas. Es posible que ellas mismas se reprimieran, avergonzadas, pues cuando los dominados utilizan los esquemas producto de la dominación a la que están sujetos, sus actos y su conocimiento de sí mismos son de manera inevitable actos de sumisión; sin embargo, como asegura Bourdieu, siempre existe un espacio para la resistencia y, por fortuna, tanto en Corea como en el mismo Japón esos espacios se han ido construyendo.     Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @Sur_AAA     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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