Mario Aburto (sí, ese Mario Aburto) es torturado unas últimas veces antes de su liberación, su “misión”, le dice una voz es “desaparecer” o su vida estará en riesgo. Al otro lado de la frontera, una vagabunda encuentra un arma en la basura e intenta venderla, antes las negativas americanas decide cruzar la frontera rumbo a México. Un joven trabajador de una maquiladora es despedido, la imposibilidad de mantener a su madre enferma lo hace vender su guitarra y enlistarse en la policía, pronto será cooptado por el crimen organizado. Las tres se retorcerán hasta encontrarse. Esas tres historias forman el argumento de Mente revólver (2017), el segundo largometraje de Alejandro Ramírez Corona, egresado del Centro de Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), un alegato en contra de la violencia y sus consecuencias (políticas, sociales, económicas) ambientado en la zona fronteriza de Tijuana. La mirada de Ramírez Corona nos lleva a una Tijuana de apariencia límite, luces de neón que iluminan banquetas llenas de sangre, maquiladoras donde sólo existen máquinas porque los rostros se pierden en medio de protecciones o rostros anónimos intentando cruzar la línea marcada por nuestros vecinos al norte. Mente revólver está llena de ideas (algunas bastante sueltas) sobre cómo la violencia nos transforma, altera nuestras vidas y la percepción que tenemos de la realidad. Cada una de las acciones que suceden a lo largo de la rama tienen repercusiones en las vidas de todos. Cada bala crea olas que no podemos prever, su trayectoria tiene una ola expansiva de la que es complicado escapar. Es la demostración de cómo caemos en un espiral que parece no tener salida, sobre todo ahí en las franjas más marginales de nuestra sociedad. Es una situación que se desenvuelve con ambigüedad, como la realidad misma en que vivimos. El personaje más logrado (por tener un arco más claro de desarrollo) es el de Hoze Meléndez, quien pasa de ser policía a sicario con facilidad. Cuando la llamada del narco llega a su puerta, él sabe que no puede negarse. La normalización de violencia nos ha llevado a aceptar, sin chistar, las decisiones de otros sobre nuestras vidas. Las tres historias son pedazos de un rompecabezas que, al formarse, retrata la manera en que el país ha funcionado la última década: violencia inundando el cotidiano, paranoia por las formas de proceder del gobierno y lo frágil de nuestra existencia. Basta un poco de distancia y calma para notar que la imagen conformada por este rompecabezas es escalofriante.   Contacto: Twitter: @pazespa Tumblr: pazespa Página web: Butacaancha.com Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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