A muchos se nos ha olvidado. A los que no, podrían estarlo ignorarlo, pero el activo más rentable, parece no ser el dinero.

En la semana, un reportero de televisión se acercó a entrevistar a una señora quien, al día siguiente de haberse anunciado el paso a Semáforo Naranja, se presentó en un centro comercial con la tarea de no comprar nada.

  • ¿Para qué vino, entonces?, preguntó el reportero.
  • Para salir. Quiero aprovechar mi tiempo, respondió ella.

¿Quién tiene tiempo hoy, para siquiera reparar en él?

Poco importa si Alexa o Siri son quienes cuentan tus minutos, el paso del tiempo no es menos grave si lo narra un tic toc, la ilusión de su infinitud tiende trampas para evitar saber emplearlo a voluntad. ¿Por qué?

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El tema radica en lo fugitivo del tiempo y en ello ahondan médicos, escritores, tanatólogos y filósofos: éste pasa y también pesa porque el confinamiento parece no ser cómplice de la pérdida del tiempo. Pero preguntar hoy en qué lo ocupas resulta una indiscreción, más que revelación. No hay manera de aceptar que nos atiborramos de actividades, no obstante, la sensación es que no se está haciendo mucho.

Para estudiar el tema o quizás para autoemplear sus horas muertas, la UNAM llevó a cabo una encuesta nacional sobre hábitos y consumo cultural durante la pandemia (https://unamglobal.unam.mx/la-pandemia-por-covid-19-aumento-y-diversifico-el-consumo-cultural-segun-la-encuesta-nacional-sobre-habitos-y-consumo-cultural-2020/). Sin sorpresas, se revela que las tres actividades culturales no negociables previas a la pandemia, eran ir al cine, visitar museos y acudir a conciertos. Hoy, las tres se suplen con una pantalla.

Las nuevas tres actividades más demandadas, dice el estudio, son: ver videos musicales en línea, usar redes sociales en el teléfono y ver televisión. La población encuestada muestra en su mayoría su pesimismo respecto a la normalización de las actividades en el país sin saber cuántos meses falten de encierro; en su mayoría responden que al finalizar la pandemia, prácticamente no querrán saber de cualquier disciplina cultural virtualizada.

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El tiempo hoy se usa para esperar

¿Qué es el tiempo presente, si no una pizca de pasado con aroma a futuro? Esta métrica y punto de vista que calcula las vueltas al catálogo de Netflix, a lo mucho desesperará al más paciente: somos víctimas de una espera de la cual ni siquiera intuimos cuándo acabará.

El presente por el cual se preguntó hace un momento ya es pasado y así se da la vuelta al debate del tiempo, pretendiendo ocuparlo sin padecerlo. Reclamábamos más tiempo en casa, el paraíso era pasar tiempo en familia y hacer teletrabajo. El confinamiento nos pone de vuelta, alrededor de la fogata, a veces para pensar, otras para seguir viendo el minutero.

Ganar, perder, comprar. Un modelo que hemos aprendido a aplicar en la práctica cotidiana es el de reponer. Si algo se pierde o se rompe, no es de importancia, siempre que se acompañe del consuelo: “No te preocupes, te compro otro, o dos”. Todo es desechable, incluso, la imagen del presente.

Por ello, lo interesante con el tiempo es que lo fragmentamos y torcemos, lo corrompemos y hasta ignoramos siempre que se puede. Ni siquiera se asoma la pregunta “¿será medianamente significativo en lo que pienso emplearlo?”.

El año es un vector. La pandemia acabará y emergerán otros caos por administrar. Las canas y el sobrepeso; el colesterol y sus triglicéridos. No hacía falta una pandemia para invitar fantasmas a la mente, pero su esencia transitoria guarda una carátula sin manecillas: una propuesta de solución a esta preocupación, particularmente posmoderna.

Sigue aquí el avance contra la pandemia en México y el mundo

Fluir. Con el ingrediente que William Blake otorga al decir que el tiempo es la dádiva de la eternidad, se intuye que el acto sucesivo nos libera por una sola característica: su capacidad regenerativa, contraria a cualquier acto de aferramiento.

Pero aún apertrechados en una cuarentena, se sofistican las ideas para rellenar el tiempo con cursos a distancia, rutinas fallidas de ejercicio, peleas por whatsapp o series ilimitadas para matar el tiempo. El ocio, visto desde su raíz etimológica otium, apunta a un tiempo para escuchar, para aprender, quietud, paz, incluso al alejamiento de problemas y reposo.

Perder el tiempo no es una frivolidad

¿Cómo se pierde algo que no se posee naturalmente? Dar sentido al instante, esto es, habitarse y de esa manera, saber esperar, apuntaría a ser una tarea significativa como evolutiva. Lo dicen los presos, los guardias de museos, la UNAM, la persona entrevistada por el reportero, como también Samuel Beckett: todos retratan el ejercicio de aguardar pero delatan que en realidad no sabemos esperar, especialmente cuando no queda de otra.

A la mayoría nos parece una eternidad lo que llevamos de pandemia. Acaso, la magia de la señora en el centro comercial es que con inusual optimismo le da sentido a su tiempo. Así sea para matarlo.

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Contacto:

Eduardo Navarrete se especializa en dirección editorial, Innovación y User Experience*

Twitter: @elnavarrete

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