Cuando uno habla de economía, lo primero que se le viene a la cabeza –habitualmente por la cultura popular– es la famosa frase que relaciona los conceptos “oferta” y “demanda”. Hablar de oferta y demanda es lo que caracteriza a los economistas para muchas personas, y en parte es así. La ley de oferta y demanda es la ley económica mediante la que se rigen las numerosas economías de mercado que se encuentran presentes en nuestro planeta, y es la ley que permite entender, también en parte, cómo funciona la máquina económica.

Técnicamente, la ley de la oferta y la demanda es el principio básico sobre el que se basa una economía de mercado. Este principio refleja la relación que existe entre la demanda de un producto y la cantidad ofrecida de ese producto teniendo en cuenta el precio al que se vende en el mercado. En otras palabras y grosso modo, refleja la cantidad de productos que hay en un mercado y la cantidad de personas que desean adquirirlos. De esta forma y en función de esta relación, se alcanza un punto de equilibrio entre oferentes y demandantes, donde se sitúa el precio. Cuando hay más demanda y no crece la oferta, atendiendo al principio de escasez, suben los precios. De lo contrario, cuando crece la oferta y no crece la demanda, hay más productos y, por lo tanto, bajan los precios.

Como digo, grosso modo, en principio funciona así.

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Cuando llega una crisis, lo normal es que la demanda caiga sustancialmente. Debido a que estamos inmersos en una crisis, los consumidores no tienen capacidad para consumir, el miedo los lleva a no endeudarse, la situación los lleva a generar ahorro, entre otras muchas acciones que se llevan a cabo para evitar las consecuencias negativas de este fenómeno, propio del ciclo económico. Por esta razón, los Gobiernos impulsan rápidamente planes de estímulo, relajan las exigencias relativas al crédito y, en cierta forma, estimulan y activan todos los mecanismos para impulsar notablemente la demanda y evitar, con ello, que la economía caiga más aún.

No obstante, cuando hablamos de esta crisis económica, a la que hoy nos enfrentamos, debemos saber que estamos ante un claro shock de oferta y no ante un shock de demanda.

Cuando llegó la crisis, los países protegieron y, posteriormente, estimularon las economías sustancialmente. Sin embargo, tras una paralización que se ha extendido más de dos años, pese a que la demanda se ha reactivado notablemente, lo cierto es que la oferta no lo ha hecho en la misma medida. En otras palabras, no hemos sido capaces de reponer la oferta frente a dos años tirando de stock. Por esta razón, cuando analizamos esta situación en esa ley que explicábamos anteriormente, vemos un incremento muy sustancial de la demanda -impulsada por los Gobiernos y bancos centrales– frente a una oferta muy limitada –provocada por el desabastecimiento y los cuellos de botella–.

Si somos capaces de recordar cómo funcionaba esta ley, ya habremos identificado una explicación de porqué hay inflación y desabastecimiento, por ejemplo.

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Pues, entre las preocupaciones que tenemos los economistas, si hay algo que preocupa en estos momentos es cómo está afectando este desabastecimiento a la economía en estos momentos, y cómo prevé hacerlo en unas semanas. El buen fin, el Cyber Monday, el Black Friday y, por último, la campaña navideña convierten el último trimestre en el trimestre más intenso del año en lo que a consumo se refiere. Como sabemos, hablamos de fechas en las que los indicadores económicos se refuerzan debido a unas campañas que alimentan el gasto y, con ello, favorecen los ingresos, el empleo, así como, en última instancia, el PIB en general.

Solo el Black Friday, por ejemplo, dejaba el pasado año cerca de 200.000 contratos formales en México. En Chile, debido a la campaña Navideña, la contratación crecía aproximadamente un 25%. En España, como otro ejemplo, se crearon cerca de medio millón de contratos durante la pasada campaña. Pero debemos saber que estos números son posibles debido a que los consumidores mexicanos, por ejemplo, no han dejado de incrementar su consumo año tras año, situándose por encima de los 5.000 pesos el pasado año. De igual manera, los consumidores españoles, únicamente en el mes de diciembre, son capaces de movilizar el equivalente al 1% de su PIB en consumo navideño.

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Los datos hablan por sí solos, pero no debemos olvidar que en todo momento hablamos de demanda. Si recordamos esa ley que explicábamos, la oferta es una pieza elemental en la relación, y en estos momentos la oferta escasea notablemente, a la vez que prevé seguir haciéndolo por unos desacoples que han acabado generando crisis de desabastecimiento, como la que vemos hoy. Pese a que la demanda está más que estimulada, pese a que los consumidores quieren consumir, hemos olvidado que estábamos ante un shock de oferta y nos hemos topado con una escasez que ha disparado la inflación hasta niveles desorbitados.

En resumen, la dificultad este año no reside en si Santa Claus tendrá dinero para adquirir los regalos, como en otras crisis, sino en si será capaz de encontrarlos, y de que le lleguen a tiempo y a un coste razonable.

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