Aunque parezca que los videojuegos musicales y de baile ya no están en boga, realmente nunca se han ido. Pueden estar lejos los días de gloria de sensaciones arcade como Pump It Up! o Dance Dance Revolution, pero los títulos de Just Dance siguen reuniendo a los amantes de estos juegos con lanzamientos anuales en las salas de sus casas. Este peculiar nicho hoy tiene un juego moderno que retoma muchos de estos elementos y los pone en un formato contemporáneo bastante inesperado: Sayonara Wild Hearts.

Se trata del último videojuego publicado por Annapurna Interactive —famosos por títulos como What Remains of Edith Finch, o Florence—, que en esta ocasión nos traen el primer proyecto para consolas del estudio sueco Simogo, cuyo historial sólo se componía de videojuegos móviles.

Sayonara Wild Hearts es una extravagante mezcla entre videojuego musical, runner, shooter y juego de plataforma, empacado dentro de una experiencia arcade con gráficos altamente estilizados. Sus desarrolladores lo describen como un álbum musical hecho videojuego y nada podría estar más lejos de la verdad. Su historia comienza con una chica a la que se rompió el corazón y que empieza un viaje sentimental hacia la catarsis, enfrentándose a distintos personajes que representan emociones.

Cada nivel es una canción que vamos desbloqueando y que podemos jugar de nuevo cuando la hayamos superado. El hilo conductor entre los niveles es la música y el movimiento: siempre nos encontramos en una especie de persecución que puede ser en una ciudad, el desierto, el espacio, un bosque, o dentro de un juego de Realidad Virtual. A veces vamos en moto, en patineta, en auto o incluso sobre un venado místico, por lo que necesitamos reaccionar de forma inmediata y precisa para esquivar los obstáculos, luchar contra los enemigos o hacer puntos.

Lo más impactante de Sayonara Wild Hearts es su estilo visual y animación, así como la forma en que se fusionan con el gameplay. El decir que todo el tiempo estamos en movimiento no significa sólo que nuestro personaje se mueve en el espacio, sino que la cámara lo hace de forma coreografiada con la música; cada tantos segundos vemos la escena desde un ángulo distinto, cambiando lo que necesitamos hacer. Es como encontrarse dentro de una intensa persecución de anime, o en una película de las hermanas Wachowski. Desde sus paletas neón hasta la tipografía, cada elementos visual del juego está cuidado con gran detalle.

Todo el juego es como un largo video musical basado en un sueño continuo pero que cambia de una escena a otra. De hecho, los niveles funcionan como una larga secuencia partida en veinte partes, pero con transiciones mínimas. Cada nivel dura entre uno y cinco minutos, con un soundtrack compuesto por energéticas piezas pop o electrónicas originales de Daniel Olsén, Jonathan Eng y Linnea Olsson (el álbum está disponible en Spotify), que en una sección incluyen una bella reinterpretación de “Clair de lune” de Debussy.

El nivel de dificultad es variado, con algunas secciones que requieren mucha repetición para poder pasarlas. Afortunadamente, el proceso es muy rápido y no hay pantallas de carga, además de que las transiciones son al ritmo de la música, lo que ayuda a no perder la inercia.

Una primera vuelta completa a Sayonara Wild Hearts toma poco menos de dos horas, con la posibilidad de regresar a cada nivel para subir de rango. Aunque su precio es de 13 dólares para PlayStation 4 y Nintendo Switch (también está disponible para tvOS mediante el servicio Apple Arcade), es uno de los títulos que más vale la pena por su originalidad e increíble experiencia de juego; no sólo tiene música fantástica, y una animación impecable, sino que su esotérica narrativa de ensueño nos lleva paso a paso hasta encontrar un momento de catarsis difícil de experimentar en cualquier videojuego moderno.

 

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