Por: Luis Javier Álvarez Alfeirán

México es un mosaico cultural y social que no se puede dejar de ver. La desigualdad socioeconómica es una realidad y no parece, al menos en el corto plazo, disminuir. Un interesantísimo estudio sobre la desigualdad en México hecho por el Colegio de México en 2018 nos habla precisamente de esto y entre otras cosas nos refiere que del año 2000 al 2004 hubo una disminución interesante de la desigualdad en nuestro país, pero a partir de ese año, hemos vivido un estancamiento lo que proyecta, entre otras cosas, las posibilidades futuras de nuestro desarrollo nacional.

México, sin embargo, es también un mosaico de hermandad que, a pesar de las evidentes diferencias encuentra su vértice en su mexicanidad. El día del grito el mexicano se une en un abrazo fraterno y es capaz de gritar junto con el otro los vítores ante las arengas del gobernante. No hay diferencia de color de piel, ojos o estatura. El orgullo de ser mexicano aflora en la piel y llenando de emoción la noche del grito nos une en un ¡viva! nacional que trasciende fronteras y sobre todo, corazones. La gastronomía, como expresión de unidad, ocupa el lugar de privilegio siendo común denominador de las mesas mexicanas en esos patrióticos días.

Pareciera esta unidad fruto del tequila o del ánimo de fiesta que también le es común a todo mexicano; pero la historia de la ciudad de México ha demostrado que no es así. Septiembre también se ha vuelto un mes de otra forma de unidad y de recuerdo por los sismos ocurridos en estas fechas. Ante esos acontecimientos, el vínculo social nuevamente se ha fortalecido entre los mexicanos. No es ahora el tequila ni la fiesta lo que está de por medio. Los mexicanos se han unido también en un abrazo de unidad para expresar con profundidad lo más valioso de esa mexicanidad: nuestra conciencia como seres humanos.

México no es el México de hace poco más de 100 o 200 años. Los grandes mexicanos son también contemporáneos. ¡vivan los héroes anónimos! –gritaba el presidente López Obrador la noche del 15 de septiembre–, cuántos de ellos nos son realmente cercanos a nosotros; aquellos que dan empleo poniendo en riesgo su patrimonio, aquellos que de desvelan en los hospitales cuidando enfermos, aquellos que ejercen el periodismo arriesgando su propia vida, aquellos que con profunda vocación dedican su vida a la enseñanza de los niños, aquellos que tras un escritorio facilitan la vida de otros, etcétera. Muchos son los héroes anónimos de nuestra nación.

México es uno, es diverso, polifacético, complejo, pero uno. Así son sus culturas indígenas, así es su gastronomía, así es su biodiversidad. Uno que cuando llega el momento de hacerlo, se yergue valeroso para defender su esencia. Un México que se necesita a sí mismo en su diversidad, reconociendo el valor del indígena y del empresario, del empresario-indígena que afortunadamente también existe, de sus mujeres, de sus jóvenes y sus ancianos, de ricos y pobres. El éxito de una nación es el equilibrio social y como país debemos seguir avanzando de manera más firme y consistente para ir disminuyendo las desigualdades sociales, es una obligación de todos para que el México que nos une sea más fuerte.

La magia del mexicano, aquella que cautiva a turistas de todo el mundo, está arraigada en su manera de entenderse y septiembre se ha convertido en un mes que nos recuerda, en sus dos facetas; la de la fiesta y la del dolor, lo que es ser mexicano poniendo en evidencia que México es de todos y para todos.

   

**Luis Javier Álvarez Alfeirán es director de Le Cordon Bleu Anáhuac

[email protected]

twitter: @DirectorLCBMx

 
*Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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