Los proyectos de los BRICS no han suplantado las obligaciones y los compromisos que los miembros tienen en el marco de las instituciones de Bretton Woods de las que toman parte.   No es necesario ponerse flores en el pelo y tener visiones utopistas neo-hippy para entrar en el grupo de críticos, hasta hipercríticos, del actual sistema económico-financiero global: las teorías neoliberales han llevado a una dictadura del capital, alejándonos de las políticas sociales y antropocéntricas y del Estado de bienestar a favor de modelos inhumanos de austerity. Durante varias décadas la supremacía occidental ha perjudicado a los países más vulnerables, que vieron fracasar las viejas promesas de un futuro más prospero en favor de lógicas de explotación corporativa y desigual redistribución de los recursos, al fin de beneficiar la minoría de los países más ricos. Con el colapso bancario de 2006 y la consecuente crisis global, también la minoría más rica tuvo que enfrentarse con la falta de sustentabilidad del actual sistema: mientras las previsiones de las tendencias de mercados han remplazado la lectura diaria del horóscopo, nos regodeamos en la triste evidencia que nuestros modelos económicos perdieron toda su credibilidad y tragamos falsas esperanzas de que pronto llegará la redención de esta pesadumbre financiera que nos tiene prisioneros. La búsqueda generaliza de alternativas más equilibradas, justas y humanas confirma que una reforma de la arquitectura financiera y económica actual es una prioridad necesaria y sentida por gobiernos, instituciones y sociedades de todo el mundo. De hecho, los pilares ideológicos, institucionales y políticos del actual sistema están, sin embargo, dibujados y dirigidos por los países más ricos y se subestima el peso de los (casi) nuevos protagonistas que han emergido en el escenario económico mundial. El eje geopolítico ha ido alejándose progresivamente del occidente y la descentralización del poder entre un amplia gama de actores heterogéneos nos pone en frente a la necesidad de reflexionar sobre nuestra fidelidad hacia estas absurdas tendencias capitalistas. Además, hubo un cambio en la costumbre, según la cual las inestabilidades de los países ricos arrastraban a los mercados en desarrollo hacia colapsos financieros en toda regla: en la última década, los países emergentes ha demostrando sus capacidades de resistir, refutando la teoría que las economías más pobres no saben garantizar su salud económica.   Virar el rumbo Alejarse de las políticas económicas del G-8 significa principalmente mirar hacia Brasil, Rusia, India y China: al emerger como polo alternativo de referencia económica y política, los famosos BRICS se han convertido en los garantes de un orden global más plural: su creciente poder desafía la hegemonía occidental en el momento en que su incidencia económica está tambaleando. Era el 2009, cuando el ex presidente de Brasil, Lula, llamaba por el cambio y por quitar el monopolio decisional a la oligarquía de países ricos y constituir un nuevo corazón de poder, enfocado en las personas más que en los mecanismos de poder. Desde entonces, ¿en qué medida los BRICS lograron convertirse en bastión de una mañana diferente, más justa y florida? Esperado con grandes expectativas y acompañado por muchas especulaciones, el vértice de los BRICS en Durban, en marzo pasado, prometía inaugurar una nueva era, protagonizada por el nacimiento del banco BRICS, la primera institución del grupo y, por lo tanto, arma estratégica para convertirlo en serio rival del G-8. Sin embargo, la cumbre obtuvo resultados muy modestos y la incapacidad de los líderes en llegar a un acuerdo sobre el capital a disposición del banco podría ser la condena a muerte del ambicioso proyecto. Por cierto, también la necesidad de establecer otro banco de desarrollo es muy cuestionable. Por un lado, la magnitud de la crisis financiera y las enormes dificultades para salir de la situación actual hacen que otro fondo pueda promover la inversión, favorecer el crecimiento económico, aumentar la competencia y la oferta agregada global. Por otro, lo interesante de los BRICS es su carácter revolucionario e innovador, que va perdiéndose con los sueños típicos de la segunda posguerra, de perseguir el desarrollo económico mediante la creación de fondos para el financiamiento. Hasta el momento, la incapacidad de lograr soluciones eficaces mediante colaboraciones financieras cross-border son evidentes y las incongruencias de fondo del proyecto BRICS hacen difícil no ser escépticos.   Evolución sin revolución Más que nuevas instituciones, el verdadero beneficio que el mundo entero podría conseguir si los BRICS establecieran un liderazgo estable, sería una verdadera alternativa a nuestros actuales y opresivos sistemas. Lamentablemente, el mundo tendrá que esperar: los BRICS siguen siendo un concepto, una idea, un esfuerzo colectivo para lograr una mayor autoridad mundial. La institución carece de una identidad definida y la disparidad entre las cuatro más una –Sudáfrica se incorporó hace poco y con mucha reticencia general– potencias abarcan todos los sectores: diferentes sistemas político-económicos, diferentes prioridades nacionales, diferentes religiones, pertenencia a diferentes grupos regionales y diferentes intereses geopolíticos, que se traducen en comunes fricciones entre ellos mismos, por ejemplo, entre Rusia y China. Sin duda, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica han creado un importante foro para los nuevos actores globales, han puesto un interesante desafío para las potencias tradicionales y han logrado imponerse como punto de referencia entre las naciones menos desarrolladas. No obstante, los proyectos de los BRICS no han suplantado las obligaciones y los compromisos que los miembros tienen en el marco de las instituciones de Bretton Woods de las que toman parte. Es más: el crecimiento económico vivido por los BRICS ha sido generado en larga medida por un proceso de aproximación y adaptación de sus economías a modelos de corte neoliberal y mercados abiertos. Seguramente al cambiar enfoque y perspectivas, los BRICS están evolucionando el sistema económico global, pero no revolucionándolo.   ¿Qué futuro? Como todas las modas pasajeras, los BRICS han empezado a perder el encanto que generaban hace unos años, cuando el mundo estaba encantado por las excepcionales amplitud, rapidez y duración de su desarrollo. Es verdad: su crecimiento económico se ha mitigado, pero es comprensible, ya que es difícil poder mantener niveles tan altos de crecimiento por más de una década. Además, el crecimiento económico representa un reto tanto más grande, cuanto más rico es el país. Mientras el occidente lucha con sus problemas, los casi nuevos-casi viejos BRICS enrojecen delante de sus mediocres resultados económicos y miran con temor a la reciente expansión de los pequeños países emergentes. Sin embargo, los países en desarrollo siguen padeciendo de profundas brechas sociales, obstáculos estructurales e inestabilidades crónicas que podrían condenar sus economías emergentes a quedarse emergentes. Cabe acordar que cuando hablamos de mundo en desarrollo, estamos hablando de más de 4,000 millones de personas, casi dos tercios de la población mundial. Si los BRICS o cualquier otro bloque emergente quieren callar a la oligarquía occidental y representar esa increíble pluralidad, necesitarán más que gritar su frustración y tendrán in primis que establecer objetivos definidos, políticas coherentes y, por fin, mecanismos institucionales. Lamentablemente, para lograr este ambicioso objetivo, el primer paso es dejar de lado los intereses geopolíticos y las lógicas maquiavélicas, que hasta ahora, occidente, oriente, sur y norte se han mostrado reticentes a abandonar.     Contacto: @AureeGee

 

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