(Suena un celular):

– Disculpe, llamo por el departamento de 8 mil pesos. 

– No es un departamento, es una chamba.

(Suena otro celular):

– Disculpe, llamo por la chamba de 20 mil pesos.

– No es una chamba, joven, es un departamento.

Durante la pandemia, se ha enfatizado cuáles son las poblaciones vulnerables a perder la salud debido a la COVID-19. Ahora que los contagios han avanzado, que se ha cerrado la economía y que se piensa reabrirla, vale la pena hablar de un segmento poblacional azotado por la pandemia económica: los jóvenes.

Si consideramos como Millennials a quienes nacieron entre 1980 y 1999, según premisa de Banxico, y como Generación Z a quienes nacieron en los años posteriores, podemos subrayar que a) ya todos los Millennials son, al menos, mayores de edad y que una parte de ellos ya está en sus altos treintas, por lo que ya se considerarían adultos jóvenes y b) la alta Generación Z ya entró a la Población Económicamente Activa (PEA) o está en edad de cursar la educación superior.

Efectivamente muchos Millennials tardaron más tiempo en independizarse, pospusieron planes de casarse y tener hijos, o de comprar una casa… pero cada año más, esta generación irá aumentando el porcentaje que se ha casado, que ha tenido hijos, que ha adquirido bienes patrimoniales, y que comenzó a hacer una planeación para el retiro… ello mientras se acelera la mayor transferencia patrimonial de la historia: la de los acumuladores baby boomers a la Generación X y hasta a algunos Millennials.

Los jóvenes, grandes damnificados del coronavirus

Situándonos en la pandemia, la Organización Internacional del Trabajo determinó que las juventudes se ven afectadas de manera desproporcionada por la emergencia sanitaria debido a que más uno de cada seis jóvenes no trabaja desde el inicio de la pandemia de COVID-19 y el 23% de quienes conservaron su empleo ha disminuido sus horas laborales. Este desempleo juvenil afecta más a las mujeres que a los hombres.

Los efectos ya se sienten en México. De acuerdo con una revisión a las estadísticas del IMSS e INEGI, donde se contabilizaron un total de 686 mil empleos formales perdidos entre febrero y marzo, el 24% de los despedidos tenían entre 20 y 24 años, seguido por 19% en el rango 25-29 años, y de 12% para los segmentos 15-19 y 35-49%. En síntesis, los Millennials —la generación con mayor presencia en la PEA, ocupando alrededor de la mitad— perdieron el 65% de los empleos formales, seguidos de la Generación Z con 12%.

Lo anterior conjunta una triste paradoja: por un lado, son las dos generaciones de toda la historia del país que más años han pasado educándose; por el otro, su sueldo es precario y su poder para toma de decisiones, limitado. En el primer trimestre del año pasado, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI mostró que 19.2% de los jóvenes encuestados ganaban un salario mínimo, 37.3% percibía entre 1 y 2 salarios mínimos, 16.7% entre 2 y 3 salarios mínimos, 5.8% entre 3 y 4 salarios mínimos, y apenas 1.5% más de cinco salarios mínimos. El fenómeno coincide con el diagnóstico del BID, que colocó a México como el penúltimo lugar de la región en jóvenes con un salario suficiente. 

Este panorama precario deja claro que las generaciones jóvenes están atrapadas en trabajos de bajos salarios, con acceso a pocas prestaciones, que tendrán mucha dificultad para acumular patrimonio y que tardarán más tiempo en obtener la seguridad financiera que pudieron desarrollar las generaciones precedentes.

¿Cómo pierde una generación completa?

Un análisis hecho en la Universidad de Yale sobre los sueldos y su relación con los ciclos económicos de una generación egresada en tiempos de crisis en la década de 1980s dejó lecciones que urgen a tomar medidas en favor de los jóvenes:

Un aumento de 1% en al tasa de desempleo —que refleja debilidad en el mercado laboral— impacta en que los nuevos graduados ganen entre 6% y 8% menos al comienzo de sus carreras. 

Este efecto se disipa a medida que los trabajadores acumulan tiempo y experiencia en el mercado laboral, hasta que 15 años después, el desfase baja a 2.5%, sin desaparecer, lo que a la edad de retiro contabilizaría unos 5 años de sueldo, al sueldo promedio de EE.UU. en dólares corrientes

El impacto duradero podría ser porque los trabajadores jóvenes toman un trabajo menos que ideal, que paga menos y permanecen allí por más tiempo.

Cabe destacar que los resultados han mostrado la misma tendencia, aunque con diferentes grados de magnitud, en Reino Unido, Noruega, Alemania y España. 

Interesantemente, esta radical pérdida de empleos contrasta con una característica de la COVID-19: los jóvenes son menos propensos a enfermarse de gravedad. Esto podría ser aprovechado para que sean los jóvenes los primeros que salgan a la actividad económica que requiere o puede tomar ventaja de los desplazamientos, deseablemente, sin un abuso de los patrones contratando a menores sueldos dado el alto nivel de desempleo.

Con todo lo anterior, es en crisis como ésta en las que los jóvenes están más a merced de las fluctuaciones económicas y de las respuestas gubernamentales. De no intervenir, la ONU advierte que podríamos hablar de una “Generación del Encierro”, cuyos miembros enfrenten más obstáculos que los habituales, así como exclusión de los mercados laborales y una masa de jóvenes que se queden atrás.

Jóvenes Construyendo el Futuro 2.0

Una política importante sería revolucionar “Jóvenes Construyendo el Futuro” hacia un programa de empleo en jóvenes dirigido a una amplia variedad de edades y perfiles: los que fueron despedidos, los que apenas van a entrar a trabajar, los que llevan mucho tiempo sin trabajar y hasta los que tradicionalmente no tendrían muchos problemas, ya que las cosas se dificultan cuando haya poca demanda de trabajadores.

También es necesario ampliar el abanico de habilidades —incluidas las digitales— en las que se pueden capacitar; sería sencillo firmar convenios con plataformas e iniciativas internacionales. En algunos casos se podrían subsidiar puestos de trabajo en colaboración con empresas, principalmente PyMEs, que son las que más generan empleos.

Evidentemente algunos de estos objetivos se persiguen teóricamente en el programa, pero es necesario pulirlo apuntando a rangos más amplios de edad, revirtiendo los recortes presupuestales, llegando a una dimensión al menos tres veces mayor —el programa original buscaba apoyar a 2.3 millones de jóvenes, la PEA ocupada disminuyó 12.5 millones en abril, de la que al menos la mitad serían menores de 40 años— apuntalando a facilitar empleos formales y no apoyos tipo becas, y una obligación para inscribir a todos los beneficiarios en el Registro Federal de Contribuyentes —que actualmente no se exige—. Además, requiere incentivos fiscales para que las empresas contraten más jóvenes.

Una propuesta como la anterior requiere mucho dinero, lo cual encaja difícilmente en un discurso de austeridad y de permanentes recortes. Sin embargo, hay que insistir debido a la escala del problema, el costo oportunidad y los costos ocultos de no tomar estas acciones, ya que los pagarán los jóvenes y quizá, la generación siguiente. 

En síntesis, en la coyuntura del coronavirus, se ha debatido que en el plano de la salud habría que priorizar a los más desfavorecidos y vulnerables, generalmente los adultos mayores. En el plano de la economía, también deberíamos priorizar a los más desfavorecidos y vulnerables: los jóvenes.

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