Conforme llegamos al mes de marzo y se acerca el Día Internacional de la Mujer, se empiezan a escuchar voces que buscan dictar lo que significa lo femenino. Cada uno desde su trinchera establece sus definiciones desde el punto geográfico en el que ha decidido o podido ocupar. En cada caso, el punto de vista de científico, intelectual, artístico, social buscará elevar su voz y hacer escuchar su verdad como si se tratara de lo absoluto. Así, oímos de todo, madre, hembra, mujerona, mujerzuela, amujerada y entramos en un río de disquisiciones sobre un tema dinámico que causa —y ha causado comezón— desde los tiempos de Eva hasta nuestros días. Delimitar lo que significa ser mujer es complicado. Lo cierto es que siempre nos tratan de definir con una serie de adjetivos y en esas definiciones vienen aparejadas ciertas fronteras que no a todas nos dejan cómodas.

Es difícil abrir una conversación civilizada en torno al tema de lo femenino. Hay una gran polarización y parece que hay más disensos que consensos. En medios y redes sociales escuchamos que las mujeres somos fuertes, resilientes, inteligentes, audaces, emprendedoras, empáticas, fuertes y se recetan una serie de calificativos que no cabrían en esta columna. Pareciera que, en marzo, nos convertimos en el poder que se amarra a las faldas para avanzar como cuchillo sobre mantequilla tierna y siento mucho decir que no es cierto. No todas las mujeres tenemos ese dechado infinito de cualidades que nos quieren imponer y más vale decirlo fuerte y claro. No todas somos un pozo infinito de perfección. Por supuesto, aunque la intención sea buena —y a veces dudo que lo sea— este hecho abona más a la incomprensión que se convierte en hostilidad. 

Es verdad, la incomprensión entre las personas es entendible y, de hecho, previsible. Es difícil ponerse de acuerdo. Las brechas generacionales, de formación, de educación, de percepción oponen resistencia para descifrar el acertijo, no obstante, el respeto y el deseo de comunicación pueden hacer posible el dialogo que nos permita ver con naturalidad la feminidad y así transformar vidas, mejorar la situación y alcanzar cambios tangibles, medibles y observables. 

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Es un hecho que la sordera —que el mundo en general y en este país en particular— y la forma en que se da la espalda al tema femenino ya no es sostenible. Somos seres racionales, personas de ideas y sentimientos. No obstante,  ser mujer significa algo diferente para cada una de nosotras. Hay a las que les gusta salir a trabajar y las que se sienten como pez en el agua en el terreno profesional; hay la que se fascinan en ambientes domésticos y luchan por sacar adelante a sus familias cada día; hay a las que les gusta gritar arengas en contra de los hombres y las que saben hacer equipo con lo masculino; hay a las que les gusta lo azul y las que prefieren el rosa; hay tímidas y extrovertidas; buenas y malas estudiantes; frívolas y profundas; están las que prefieren los tacones y las que se sienten mejor si están en unos cómodos zapatos de piso. Muchas quisiéramos ser más fuertes, buenas, lindas, preparadas. Muchas quisiéramos ser más.

Cada una de nosotras debiéramos participar en el concierto universal a partir de nuestro conjunto de dones y ponernos en juego con la cotidianidad desde nuestra individualidad. No es la realidad para todas las mujeres. A muchas, se les decide el futuro. Tú estudias, tú no; tú haces esto y  tú aquello; tú te tienes que hacer un lado para que otros aprovechen las oportunidades; tú te tienes que callar para que otros se lleven el crédito; tú te debes vestir así o asá; tú puedes ir aquí pero no puedes entrar acá.

Además, esa imagen que se nos ha querido dar de ser seres superdotados, magníficos en sí mismos, infalibles e invencibles no es verdadera ni factible, peor aún: es dañina. Las mujeres nos enfermamos, nos ponemos tristes, vamos al baño, nos enfadamos, nos enojamos, cometemos errores y también tenemos nuestro lado oscuro. Somos seres humanos, con todas nuestras potencialidades y también con nuestras debilidades. El que nos quiera hacer creer lo contrario, nos está engañando. Nos está poniendo un peso excesivo sobre los hombros que tarde o temprano será insostenible.

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Además, aspirar a esa perfección que raya en la pureza es poner un punto inalcanzable que engendrará frustración. Entonces, cuando no somos esos seres de excelencia celestial, cuando nos revelamos como seres humanos que estamos encarnados, dejamos la condición etérea y actuamos como seres de carne y hueso lo pagamos caro. Nos cuesta tanto el atrevimiento, la condena es el calabozo oscuro. Esas concepciones de lo femenino afectan a la mujer y consiguen el mismo efecto de un tenedor que nos clavamos en los ojos.

Vean si no. Basta ver todos los vivas y loas que recibimos en marzo y verificar cuántas de esas palabras son vocablos que se lleva el viento. ¿Cuántas mujeres forman parte de los consejos de administración de los grandes corporativos del país? La realidad salarial de las mujeres es que ganamos menos por hacer las mismas actividades. Los bonos de actuación son mas cuantiosos para los hombres que para las mujeres. El techo de cristal es un rasero que cada vez está más bajo, se castiga más a las que se enferman, se comprenden menos sus problemas y se nos ve como un riesgo laboral.

Además, como nos hemos tragado eso de que somos infatigables, después de una jornada laboral intensa, se sigue con horas de trabajo doméstico. No se trata de una brecha generacional, aún en la generación milennial y en la generación z, los hijos siguen viendo a las madres como las responsables de los cuidados de la casa y son ellas las que se deben encargar de las tareas caseras. Todavía, en nuestros días, seguimos escuchando a mujeres pedir ayuda para llevar a cabo la limpieza del hogar y ver como los demás integrantes de la familia consideran un favor que se nos hace, en vez de una actividad de colaboración y trabajo en equipo. 

Es momento de que las mujeres nos veamos a nosotras mismas, abracemos nuestra identidad con orgullo y con cariño. Es tiempo de abrirnos paso, desde nuestra feminidad. Es cierto, son tiempos de resiliencia, de cambio, de adaptación, de hacer equipo. Las mujeres lo sabemos hacer y no todas tenemos que lograrlo a gritos y a patadas. Podemos abrirnos paso con argumentos, con ideas, con propuestas y con unión. Las primeras que tenemos que unirnos somos nosotras y aprender a tendernos la mano unas a otras.

Abrámosle paso a las mujeres desde lo femenino, podemos actuar como un sistema de espejos y a partir de observarnos, de ponernos atención, logremos pisar fuerte, acompañándonos para ocupar el lugar en el que nos sentimos realizadas, desde nuestra individualidad.

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