Alan Rabinowitz padece cáncer y, si ingresa a la selva, puede morir. Pero, eso no le importa. Hoy está a la caza de recursos para lograr la supervivencia del proyecto de conservación animal más grande del mundo.   Por Iván Iglesias   Alan Rabi­nowitz, era un chico retraído, solitario, ner­vioso y, para el caso, casi mudo, ya que no podía pronunciar palabra alguna pues sufría de una tartamudez que le impedía entablar un diálogo. En algún momento, Alan descubrió que esa tartamudez desaparecía cuando se encontraba rodeado de animales, y no de cualquiera, sino del temido jaguar. “Cuando era niño, mi padre acostum­braba llevarme al zoológico del Bronx (Nueva York). Había en particular un jaguar macho que siem­pre estaba solo. Pensaba: ‘Aquí se encuen­tra esta gran masa de músculos y pelos, el animal más poderoso que haya visto en mi vida, que está encerrado en esta pequeña cárcel de concreto’. Y eso era lo mismo que yo sentía de niño con mi tartamudez. Yo era normal en mi cabeza, pero no tenía voz, no podía hablar ni decir algo”. Hasta los 19 años, Alan, logró pronun­ciar una frase entera. Hoy, es el CEO de Panthera, el organismo más importante que ayuda a preservar el hábitat de las grandes especies de felinos salvajes. Con una base anual de poco más de siete millo­nes de dólares (mdd), esta organización sin fines de lucro ha tenido la habilidad de amarrar convenios con grandes corpora­tivos y gobiernos para construir el mayor corredor natural del mundo para los jaguares, desde México hasta Argentina. Además, Panthera no sólo ayuda a salvar especies animales endémicas, sino también a realizar accio­nes a favor de los hábitats naturales del mundo. Es difícil imaginar el sostenimiento de este organismo que ha logrado funcionar en 59 países con diferentes programas para mejorar las condiciones de vida de los felinos salvajes. Pero Alan no es modesto al hablar de los alcances y logros de Panthera: “Como cualquier organismo sin fines de lucro, tenemos una red muy extensa de donadores; recibimos fondos de individuos que quieren ver a salvo a los felinos salvajes”. Sin embargo, el principal benefactor de Panthera es su fundador y Chairman: Thomas S. Kaplan. A sus 50 años de edad, Thomas ocupa el asiento 359 de la lista de los 400 billonarios de Estados Unidos de Forbes, con una fortuna estimada en 1,300 mdd. “Desde que iniciamos Panthera en 2006, Thomas se ha comprometido en aportar 50 mdd a lo largo de diez años para ayudar al sos­tenimiento de este organismo; cinco mdd por año. Como sea, la forma como se mantiene en pie Panthera carga con una buena dosis tensión. Alan padece cáncer (leucemia linfática) y, por recomendación médica, no puede estar en la selva, ya que un contagio por dengue o malaria le podría costar la vida. Sin embargo, Rabinowitz me comenta que en donde se siente más a gusto es en la jungla, esperando días para avistar un jaguar; aunque de un tiempo para acá se la pasa “cazando” posibles donadores y cerrando duros convenios con gobiernos y corporaciones interesa­das en la labor conservacionista. Aunque parezca increíble, ahora, con el paso de los años, Alan considera que el mayor problema para crear áreas prote­gidas para felinos alrededor del mundo no es el dinero. “Éste siempre es un tema, pero debo ser honesto contigo: no es la preocupación número uno. El ego perso­nal de algunos políticos y especialistas es hoy el gran problema en materia de con­servación animal”.   Y México, ¿tiene un compromiso con­servacionista? De acuerdo con Alan, en México domina una actitud plagada de un nacionalismo sin sentido. “En particular, México ha sido todo un reto. Es uno de los países más impor­tantes en donde viven los jaguares, pero hemos tenido momentos difíciles para hacer que los especialistas trabajen con nosotros en el Corredor del Jaguar. Hay algunos individuos en México que desean controlar la agenda de lo que pasa con los jaguares; quieren que México sea regido sólo por México. Eso no es malo, si se hiciera bien el trabajo, pero debo ser honesto: el trabajo con los jaguares no es tan bueno como debiera ser”. Pareciera que México cursa por un sentido nacionalista que sirve para blindarse ante cualquier intento interna­cional de apoyo científico. Alan no se anda por las ramas: “En el mundo de la ciencia no existen fronteras. Necesitas el input del mundo exterior. No soy una persona arrogante, pero de verdad creo que hoy yo sé más sobre jaguares que cualquier otra persona. Y la única razón es porque he pasado toda mi vida trabajando con los jaguares y otros felinos salvajes”. Y, como en toda historia de negocios mexicana, en ésta también aparece Carlos Slim. Al respecto, Ravinowitz dice: “México ha recibido mucho dinero por medio de la Fundación Carlos Slim, quien dirige varios programas para proteger la vida salvaje y que estima la existencia de casi 4,000 jaguares en el país. Aun­que también debo decirte que no creo al 100% en esta cifra, ya que nunca se ha publicado (cuando haces ciencia y no la publicas para que se someta a la crítica especializada, entonces no es buena cien­cia). México debería estar haciéndolo mucho mejor en materia de la conserva­ción del jaguar”. Aparentemente, el sector público mexicano sí se quiere subir a la aventura en pro del conservacionismo. “Creo que los políticos están abiertos para ayudar a la preservación de la vida salvaje en México, pero aún no nos hemos reunido con ellos. Estamos en el camino para hacerlo y encontrar una estrategia con­junta”. Para el especialista en jaguares, todas las acciones que ha hecho Panthera toda­vía no son suficientes para preservar la vida animal del planeta y, ya a la distan­cia, se siente frustrado, pues por más que se avanza todavía falta mucho camino por recorrer. El “cabildero de los felinos” es abierto, intrépido y apasionado. Al final, dentro de todo lo que dice, y a pesar de los pro­blemas que se le han presentado en mate­ria de conservación animal, Alan carga con una buena dosis de optimismo. “Antes de que muera, me gustaría ver todo el Corredor del Jaguar funcionando de manera eficiente. También me gusta­ría ver estabilizada la población de tigres en el mundo, pues hoy está al borde del abismo y no estoy tan seguro de que podamos salvarla”. Parece increí­ble que este entusiasta defensor de los jaguares sea el mismo tipo que de niño no podía hablar. Parece que algo ha cambiado en su interior.   ─¿El Alan Rabinowitz adulto es el mismo Alan Rabinowitz que el niño? El Alan niño era un chico inseguro, temeroso y quebrantado. El Alan que ahora soy es más fuerte y seguro de sí mismo. Sin embargo, algo nunca ha cambiado en mí: mi temor a fallar. Pero esto mismo es lo que me ha hecho avan­zar, ese miedo desesperado a fallar. Por más cosas que logre, seguiré teniendo a ese niño en mí. alan1

 

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