Por Eduardo Navarrete

Hemos ido y vuelto a la luna, domesticamos animales que llamamos de compañía, desarrollamos varios sistemas de escritura, separamos el átomo y dimos vida a sistemas generativos de inteligencia artificial.

Como el ingenio humano persigue al sentido de propósito, podríamos pensar que la realidad está constantemente inacabada. ¿Es el rol de un propósito de año nuevo, dirigir el tiempo de quien lo redacta?

Hay pasajeros de vuelos intercontinentales que suelen festejar dos veces año nuevo. Si su vuelo despega el 1º de enero del nuevo año —digamos, del Aeropuerto Narita de Tokio, y aterrizan en la Ciudad de México el 31 de diciembre, tendrán la oportunidad de haber brindado dos veces, pero por encima de ello, podrán presumir su desafío al concepto del tiempo.

Gracias al uso de aeronaves y al diseño de husos horarios —pero sobre todo a la rotación de la tierra— la aeronave habrá viajado hacia atrás en la métrica y designación que tenemos del tiempo.

Por eso año nuevo —por encima de muchas cosas— es una excusa. Se abrazan enemigos y buenas intenciones, misterio solo entendido por la disciplina de los brindis corporativos o por la posibilidad de la cercanía del fin de los tiempos.

Solo que al tiempo le importa poco nuestra contabilidad. A pesar de que el Papa Gregorio XIII decidió que, al jueves 4 de octubre seguiría el viernes 15 de octubre de 1582 para así eliminar un desfase con el calendario solar, el tiempo no escucha conceptos. Solo sigue, sin importar decretos papales ni vuelos contrarios a la lógica.

¿Con ganas de ignorar el paso del tiempo?

Dejar de registrar su paso no hace que se detenga el tiempo, pero hay útiles métodos para ignorarlo, si se requiere una terapia para ablandar la tiranía de este andar.

Hay quienes ponen atención a las noticias nacionales para incendiar el ánimo y perder el tiempo de sorpresa en sorpresa. Otros buscan ignorar del todo las proezas del gobierno en turno y meten la cabeza en videojuegos, revistas o libros.  

También existe la posibilidad de bajarse del mundo y subirse a las pantallas, ya sea haciendo callo en los pulgares y malescribir telegráficamente lo que podría decirse en 10 segundos. En este breve listado no puede faltar la popular disciplina de adherirse a series hasta que el sueño diga basta.

Ignorar el tiempo puede hacer parecer que lo estamos deteniendo, pero en realidad no deja de emplearse con un propósito.

El caso es que vamos acumulando horas de vuelo en este avión que se detiene, en apariencia, cuando le decimos. Momentos de diversión parecen fugaces, mientras que los periodos de espera pueden extenderse sin medida.

Difícilmente encontraremos una buena definición del tiempo porque es él quien nos define. Programamos citas para todo el 2024 y hacemos planes para Q4 sin reparar siquiera en aquello que le da forma al tiempo y por lo mismo, a nuestra experiencia en el mundo. 

Se dice que para realmente ser maestro en algo ­­—esto es, dominar un arte o habilidad— se debe acumular cerca de 10 mil horas perfeccionando el hábito.     

¿De qué nos estamos haciendo maestros?

Contacto:
Eduardo Navarrete es head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.
Mail: [email protected]
Instagram: @elnavarrete

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