Por Alfredo Kramarz* Toda negociación de paz diseñada para resolver un conflicto entre Estados precisa de un ceremonial diplomático que promueva reconocimientos mutuos, certifique avances y refuerce el prestigio de los protagonistas. Es un modo de evidenciar renuncias o conquistas de determinados fines político-militares y de transmitir la voluntad de llegar a acuerdos. Una mesa de negociación cristaliza -en un contexto especifico- el poder de las naciones. Ante procesos históricos de redistribución del poder son necesarios dichos ejercicios simbólico/materiales para difundir un relato sólido en la etapa llamada “postconflicto”. Nunca se cierra una historia de enfrentamiento con el hipotético retorno a una igualdad en la narración de los hechos. Si el vencedor -a quien le pertenece la mayor capacidad de destrucción del otro- es inapelable podrá imponer las reglas que regulen el castigo del enemigo y forzar su aquiescencia. Cuando el desequilibrio no es tan notable o el interés principal es evitar una guerra, decidir conjuntamente el lugar de reunión y acordar contenidos de las declaraciones institucionales resultan aspectos imprescindibles para asentar bases de confianza mutua. El paisaje neutral sólo es elegido si el que tiene más fuerza adopta una estrategia para que formas de humillación no condicionen los objetivos del proceso de pacificación. No obstante, la nación con preponderancia suele preferir la geografía de la neutralidad durante las conversaciones secretas y tratará de evitarla frente a los focos mediáticos. La densidad en la cortesía simbólica ayuda a limar asperezas y es una forma de demostrar buena voluntad. Asimismo, desviar la atención cuando el acuerdo principal todavía no tiene visos de ser ratificado protege la continuidad de la negociación. Nada quedará en manos del azar salvo el error que nace de la improvisación del máximo dirigente político. Solucionar un conflicto implica giros de timón en la política internacional y esto también tiene costes. Un ejemplo reciente fueron las conversaciones de paz -inconclusas- mantenidas por los gobiernos de EU y Corea del Norte (despliegue diplomático abrumador en la zona geopolítica más inestable del mundo). Recordemos que Singapur y Vietnam fueron los espacios elegidos para los encuentros entre presidentes, pero que otros países -como Suecia- albergaron reuniones previas que favorecieron citas y compromisos discursivos. Además, China, Rusia, Corea del Sur, Japón y algunos Estados miembros de la Unión Europea intervinieron de maneras diversas en la apertura de canales diplomáticos que ayudaron, o al menos no bloquearon, el encuentro entre las delegaciones respectivas. Cada nación envuelta en un proceso de estas características espera del resto una reacción concreta y el resultado de dichas conversaciones conlleva adoptar decisiones significativas tanto para el antagonista como para los propios aliados. Desmantelar la capacidad nuclear norcoreana y terminar con las sanciones económicas (los dos pilares básicos de las negociaciones) son asuntos que afectan a otros muchos, entre ellos: la justificación de las bases militares estadounidenses en el Pacífico, legitimar un sistema que merece reprobación desde el punto de vista de los derechos fundamentales o impulsar intercambios comerciales impensables bajo la lógica del enfrentamiento. El desenlace de la cumbre celebrada en Vietnam representó una alteración en la atmósfera de optimismo respecto a la inminencia de un pacto y supuso la irrupción de un estado de ánimo cercano a la decepción. Un clima negativo que si no logra revertirse podría propiciar el regreso imperial de una visión “realista”: apostar por una paz frágil nacida del temor recíproco. Algo falló en Hanói. Esta vez el cuidado ceremonial diplomático se tradujo en una erosión en la credibilidad de las partes y si se pretendía alcanzar mayor prestigio global falto sustancia. A pesar de todo, cabe pensar que evitar firmar un mal acuerdo no significa aproximar la catástrofe. *Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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