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Cientos de migrantes centroamericanos que integran una caravana de miles de personas que intenta llegar a Norteamérica amanecieron el sábado acurrucados en un puente que separa a Guatemala y México, muchos apretados contra una puerta de metal en la frontera y ante la incertidumbre sobre su futuro. México intensifica los esfuerzos para detener su marcha presionado por Estados Unidos, mientras que los gobiernos de Guatemala y Honduras planean reunirse el fin de semana para coordinar una estrategia que los devuelva a su país de origen. Poco después del amanecer, cientos de migrantes que iban al frente de la caravana lograron cruzar los puestos fronterizos de Guatemala sobre el puente, pero fueron rechazados por decenas de policías mexicanos que usaron escudos para detenerlos. Varios se quejaron de que habían sido repelidos con gas lacrimógeno. Agotados por los días de caminata y frustrados, muchos pasaron la noche a la intemperie. Algunos durmieron sobre toallas y bolsas de basura, otros se acostaron sobre mochilas. Un hombre se aplicaba loción a sus pies cansados. El Gobierno de Enrique Peña Nieto, que dice que procesará las solicitudes de asilo de los migrantes individualmente, se comprometió a hacerle frente a la caravana durante una reunión el viernes con el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, en Ciudad de México. Pompeo instó a México a garantizar que la procesión no llegara a Estados Unidos. Mientras que el presidente Donald Trump advirtió que la caravana debe detenerse antes de que llegue a Estados Unidos e instó a su vecino a continuar con los esfuerzos que ha hecho. El presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, tiene previsto reunirse el sábado con su homólogo guatemalteco, Jimmy Morales, en Guatemala para implementar una estrategia para devolver a los migrantes hondureños, dijeron ambos gobiernos. ENTRE INTENTOS Y FRUSTRACIONES La mayoría de los migrantes con los que habló Reuters dijo que no tenía idea de cómo obtener la documentación necesaria para entrar legalmente a México, pero muchos estaban decididos a intentarlo. “Lo intentaré de nuevo”, dijo la hondureña Hilda Rosa levantando su puño mientras sus cuatro hijos adolescentes permanecían sentados erguidos y sonrientes. La nativa de Tegucigalpa relató un cuento familiar cuando se le preguntó por qué se había ido de Honduras: “Ya sabes por qué: no hay trabajo, violencia”. La mayoría de las personas que trata de ingresar a Estados Unidos procede ilegalmente de Honduras, El Salvador y Guatemala, entre los países más pobres y violentos de las Américas. Algunos miembros de la caravana, desde agricultores y panaderos hasta amas de casa y estudiantes, dijeron que el sábado comenzarían a regresar a su casa. José Ramón Rodríguez, un trabajador de la construcción de 45 años de la ciudad hondureña de El Progreso, se sentó en el extremo guatemalteco del puente, con la cabeza baja, y su hijo de 9 años se acurrucó contra él. “Mañana nos vamos a casa”, dijo. Sus compañeros asintieron. Entre ellos se encontraba Osman Melgar, quien se curaba una herida sangrante en la espinilla que sufrió al caerse cuando decenas de personas atiborradas en el puente comenzaron a huir de los gases lacrimógenos lanzados por policías, según varios testigos. Algunos migrantes, entre ellos Adriana Consuelo, de 40 años, pasaron por debajo del puente y pagaron 25 pesos (1,30 dólares) para ser transportadas a través del río Suchiate en embarcaciones hechas de neumáticos de goma gigantes. Después de llegar a los embarrados bancos de México, dijo: “Nadie revisó mis documentos”. México ha intensificado sus esfuerzos para detener el flujo de personas, dijeron los expertos en migración. “Cada vez que hay una caravana (de migrantes) se envía a la policía a la frontera sur (…) pero nunca hemos visto nada tan dramático como lo que vemos hoy”, contó Eunice Rendón, coordinadora del grupo de defensa de migrantes Agenda Migrante. “Todo esto tiene que ver con Trump”, agregó.

 

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