The Conversation.- Muchas reuniones deportivas importantes se han visto sacudidas por fenómenos meteorológicos extremos en los últimos años. Un tifón obligó a posponer varios partidos durante la Copa Mundial de Rugby 2019 en Japón. El aire se volvió irrespirable durante el Abierto de Tenis de Australia 2020 debido a los incendios forestales. El maratón olímpico se reubicó más al norte para escapar del calor opresivo de Tokio. Y la situación es similar para los Juegos Olímpicos de Invierno, cuyo futuro es incierto. El mundo del fútbol (incluyendo la Copa Mundial de la FIFA) no se salvará.

A partir del 20 de noviembre, las mejores selecciones nacionales se reunirán en Qatar para competir en la 22ª edición de la Copa Mundial de la FIFA. Por primera vez en su historia, el evento -que ha sido blanco de críticas sociales y ambientales- se realizará a finales de otoño debido a las altas temperaturas que afectan al país durante el verano, y que podrían afectar la salud de espectadores y atletas.

¿Seguirá habiendo una Copa Mundial de la FIFA en 2100? ¿Qué impacto tiene la contaminación en el rendimiento de los jugadores? ¿Tendremos que elegir entre nuestro amor por el fútbol y la lucha contra el cambio climático? Como investigadores en ciencias de la actividad física, nos proponemos arrojar algo de luz sobre los impactos del cambio climático en el futuro del fútbol.

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La combinación de datos históricos y escenarios de emisiones actuales revela que el aumento del nivel del mar, la intensificación de las olas de calor, el aumento del riesgo de megaincendios, inundaciones y el deterioro de la calidad del aire representan amenazas importantes tanto para el fútbol amateur como para el profesional. Sin embargo, el fútbol no es solo víctima del cambio climático. También es un contribuyente significativo, como lo demuestra la huella de carbono anual de los jugadores de la Premier League (Campeonato de fútbol inglés), estimada en 29 toneladas de CO2 equivalente, y eso es solo por el viaje que implica.

Esto es casi tres veces la huella de carbono anual de los ciudadanos del Reino Unido y supera con creces el objetivo global de dos toneladas por persona, establecido para cumplir los compromisos del Acuerdo de París (COP21).

A corto plazo, las preocupaciones se centran principalmente en la baja calidad del aire y el calor, lo que podría afectar la salud de los espectadores, trabajadores deportivos y atletas, así como su rendimiento. Algunas asociaciones deportivas como la Major League Soccer (MLS) o Alberta Soccer en Canadá ya han establecido umbrales de seguridad para regular la celebración de eventos durante eventos de clima cálido y picos de contaminación.

Dado que se estima que estas condiciones serán más frecuentes en un futuro cercano, es posible estimar un mayor número de aplazamientos y cancelaciones de prácticas y partidos. También existe el impacto potencial de los incendios en la infraestructura y el deterioro de los campos de césped natural debido a la sequía y las restricciones de riego en verano. Estos campos también podrían verse afectados por condiciones invernales cada vez más duras.

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Un estudio de 2013 en Inglaterra ya reportó una pérdida de tres a 13 semanas de uso de algunos campos naturales debido a lluvias más intensas. A más largo plazo, es probable que el aumento de los océanos y las inundaciones más frecuentes supongan una amenaza temporal o permanente para las operaciones de los clubes, poniendo en peligro el futuro del fútbol en algunas partes del mundo si las emisiones de gases de efecto invernadero siguen su tendencia actual.

Según un informe basado en modelos, para 2016 los estadios de 23 equipos profesionales de Inglaterra podrían sufrir inundaciones parciales o totales en cada temporada. Tales eventos ya han ocurrido en Montpellier, Francia (2014) y Carlisle, Inglaterra (2015), dejando los terrenos inutilizables durante varios meses.

En algunos contextos, los campos sintéticos ofrecen una alternativa interesante cuando un campo natural no está disponible o está demasiado degradado; además, se pueden utilizar durante un período más largo del año. Sin embargo, los datos muestran que estos campos son propensos a crear islas de calor, con una temperatura superficial que puede ser de 12 °C a 22 °C más alta que la temperatura de un césped natural. Este nivel de temperatura aumenta el estrés por calor experimentado por los atletas y, por lo tanto, aumenta los riesgos para su salud y rendimiento. Lo mismo se aplica a la salud de los árbitros, entrenadores y espectadores.

La contaminación del aire afecta negativamente la cantidad y calidad de los pases, la distancia recorrida y los esfuerzos de alta intensidad de los jugadores profesionales. La contaminación máxima podría incluso reducir drásticamente el número de goles marcados durante los partidos.

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Existe evidencia empírica observada desde hace varias décadas de que las posibilidades de ganar son mayores cuando se juega en casa. En una ciudad contaminada, este aumento se acentúa cuando el equipo contrario proviene de una ciudad menos contaminada. ¿Por qué? Porque el equipo anfitrión está acostumbrado a una mayor contaminación atmosférica media, y por tanto su rendimiento se ve menos afectado.

El calor y la deshidratación también pueden afectar el rendimiento de los atletas y, en consecuencia, la calidad de los juegos y el espectáculo ofrecido. Sin embargo, los análisis de los partidos de la Copa del Mundo de 2014 en Brasil sugieren que la calidad del juego no se vio afectada por el calor sofocante. Sin embargo, estos resultados deben interpretarse con cautela, ya que los atletas de élite generalmente toleran mejor el calor y la deshidratación que las personas no entrenadas.

Por lo tanto, es posible que los atletas aficionados o los jugadores mayores con condiciones de salud específicas experimenten efectos más adversos para la salud y en su rendimiento.

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Con su escala y capacidad para llegar a una amplia audiencia, el fútbol puede desempeñar un papel importante en la transición ecológica actual, incluso a través de estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático.

La FIFA fue una de las primeras federaciones deportivas internacionales en comprometerse con el Marco de Acción Climática del Deporte de las Naciones Unidas, mediante el desarrollo de su propia estrategia climática. En concreto, la FIFA ha establecido varias iniciativas que giran en torno a tres objetivos principales: 1) preparar el fútbol para la acción climática; 2) proteger los torneos icónicos de los impactos negativos del cambio climático; y 3) asegurar el desarrollo de un fútbol resiliente.

A raíz de esto, para mitigar los impactos del cambio climático en sus operaciones, el mundo del fútbol tendrá que pasar rápidamente de un enfoque reactivo a uno proactivo, poniendo en marcha acciones:

Prohibición de patrocinadores de combustibles fósiles;

Reorganizar las competencias para reducir los viajes de los atletas y fanáticos al exigir que las ligas profesionales nacionales recomienden viajar en tren para viajes cortos;

Fomentar el transporte público o compartido para aficionados y deportistas aficionados;

Reducir la vulnerabilidad de los jugadores y espectadores mediante la adaptación de la normativa y las actividades: Descansos de entrenamiento más frecuentes, posibilidad de realizar más cambios durante los partidos, revisión de las normas relativas a la duración de los partidos en caso de empate, traslado de los partidos a horas más frescas del día.

Dado que el fútbol no es el único deporte que es a la vez víctima y actor del cambio climático, se necesita una acción urgente por parte de la comunidad deportiva en su conjunto para seguir jugando de forma segura y agradable.

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