Por Salvador Guerrero Chiprés*   El dolor y la condena ciudadana se unieron en una sola voz: la de justicia para Fátima y para todas las mujeres que han sido víctimas de una violencia machista, estructural, sistemática y constante que no les permite desarrollarse con plenitud en los distintos espacios públicos y privados. Tras una coordinación entre autoridades de la Ciudad de México, por medio de la Fiscalía y la Secretaría de Seguridad Ciudadana, del Estado de México y la Guardia Nacional, el pasado miércoles se logró la detención de los dos principales sospechosos del secuestro y feminicidio de Fátima. La exigencia de que el proceso continúe y se logre la judicialización de estas personas, así como la sentencia condenatoria, es total. Sin embargo, la pequeña de 7 años de edad fue víctima no sólo de una o dos personas que le quitaron la vida. En una cultura tan machista como la mexicana, la preponderancia del hombre ha lastimado la autoestima de las mujeres, fomentado los complejos de inferioridad y la necesidad de legitimización. Esta violencia no se enmarca únicamente a los casos de maltrato familiar, acoso y, en el extremo, feminicidio, sino que es continuada y visible en un sistema que da luz verde para oprimir y asentarse en la injusticia. Dicho modelo está presente desde la formación de los niños en el hogar hasta los ilícitos que son atendidos de manera urgente por el Ejecutivo local y nacional. Ante la violencia institucional, familiar y feminicida es necesario que rompamos los otros techos de cristal con los que las niñas, como Fátima, y todas las mujeres chocan. En enero de este año, José Ángel Gurría, secretario ejecutivo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) informó que la tasa de mujeres jóvenes que no estudian ni trabajan en México es de 33 por ciento, mientras que el promedio en todos los países de la OCDE es de 15 por ciento; además, aquí las mujeres tienen cuatro veces más probabilidad de ser “ninis” que un hombre. Cifra que se agudiza en contextos de desigualdad económica, como en el que vivía Fátima. Las niñas que logran superar las barreras educativas se enfrentan después a un mercado laboral casi siempre patriarcal y vertical. Se trata de una óptica machista que se ha emulado prácticamente en todos los ámbitos. México cuenta con la segunda tasa laboral de mujeres más baja de todos los países de la OCDE, con el 50%, la cual es muy inferior a la de los hombres mexicanos activos en el mercado, que es del 82%. Muy pocas logran, además, superar el muro para ascender a puestos directivos, ejecutivos o presidenciales de cámaras y empresas. Liliana Mejía Corona, Directora global de Asuntos Corporativos de Grupo Bimbo, es un caso de éxito y una voz crítica hacia este tipo de desigualdad: “Hemos tenido que vencer obstáculos y romper techos, ya no digamos de cristal, sino de cemento”, me dijo alguna vez. Quebrar las barreras educativas, laborales y económicas no sólo nos conducirá a una sociedad más justa; de manera colateral, contribuirá a evitar que en el futuro se repitan casos tan dolorosos como el de Fátima. Porque la violencia se incuba en la desigualdad. Si queremos alcanzar una sociedad equitativa en todo sentido, en donde las mujeres vivan libres y seguras, estamos llamados a hacer nuestra parte para derrumbar los techos de cristal y de concreto que limitan nuestra visión del mundo.     Contacto

*Salvador Guerrero Chiprés es Presidente del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México. Doctor en Teoría Política por la Universidad de Essex, ha impulsado causas como la transparencia, la lucha contra la corrupción y el empoderamiento ciudadano en coordinación con organismos empresariales y autoridades.

TW: @guerrerochipres

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