Por Luis Javier Álvarez Alfeirán*

Para muchas culturas occidentales, principalmente en Europa, la llegada del verano significa radicalmente un cambio en la dinámica social. La forma de vida de las ciudades se altera en comparación con otros meses del año; cambia la alimentación, cambia la forma de vestir cambia la programación televisiva, cambia la música, cambian las formas de hacer y decir las cosas. Cuando el verano llega, las personas reciben la temporada con una ánimo diferente, como lo hace también la navidad en la época decembrina.

El gasto turístico entre julio y septiembre incrementa hasta un 16% en Europa, España, Francia, Italia y Grecia principalmente, se benefician con la llegada de más turistas en promedio. El incremento no se relaciona, sin embargo, solamente con el gasto de los visitantes sino de los mismos ciudadanos que habitan las principales ciudades europeas. El arte, la cultura y la gastronomía, como muchas otras manifestaciones artísticas sociales y culturales, están íntimamente ligadas a las condiciones climáticas. Sucede paralelamente con la psicología y el estado de ánimo de las personas.

Sin embargo, aunque solemos asociar el verano con la época de más calor, no siempre, ni en todos lados, sucede de la misma forma. Para los chilangos, en la Ciudad de México, el verano es más bien fresco y lluvioso, es la primavera la que nos trae el mejor clima; los días soleados, brillantes y calurosos.

Las vacaciones de primavera representan para los mexicanos un periodo de descanso para la gran mayoría; no necesariamente todos pueden salir de vacaciones a destinos turísticos, pero al coincidir con la Semana Santa –siendo México un país mayoritariamente cristiano–, se deja de laborar y se aprovecha el tiempo para la familia y el esparcimiento. La Ciudad de México se libera del caos vehicular, los espacios públicos cobran vida, las iglesias reciben a sus feligreses en ambiente de familia y oración, los mercados se abastecen con productos que “se permiten” en estos días y la economía se transforma. Las escuelas cierran sus puertas, las visitas familiares a los pueblos y lugares de origen aumentan, las salidas a los atractivos de la ciudad se incrementan y el ambiente se relaja al unísono de un mejor condición climática.

En cuanto a la gastronomía, se consumen productos más frescos que ayudan con las altas temperaturas de la época; las agua de frutas, los vegetales, los pescados y mariscos son en esta temporada más buscados y consumidos. La ensaladas, los ceviches, los helados ganan protagonismo contra las sopas y pasteles, por ejemplo.

Hay platillos o bebidas que se relacionas directamente con la cultura y la religiosidad de nuestro país en esta temporada; tal es el caso por ejemplo de las Lágrimas de La Virgen, un agua de betabel con lechuga picada, manzana, jícama, plátano y jugo de naranja oriunda de Guanajuato que describe el dolor de María ante la pérdida de su hijo como dice Ivonne Orozco cuando señala además que, con el sabor fresco y terroso, tomar el agua es como beberse en dolor y los pequeños trozos de la fruta el crujor de la lechuga es saciar la pena de ese trago amargo de la perdida de María. El pescado, las tortitas de camarón, las empanadas de atún y los platillos de cuaresma son también tradicionales durante estos días.

El “verano” chilango que llega con la primavera es un crisol de tradiciones, cultura, religiosidad y sincretismos que regenera a nuestra sociedad permitiendo una pausa en su caótica cotidianeidad renovando el espíritu de las personas. Es vuna temporada que sirve para renovar los valores de nuestra gente y para enaltecer lo que somos, lo que hacemos y lo que creemos. Es un impulso a la economía turística y gastronómica que sirve además como escaparate de la gran riqueza social, cultural y culinaria que tiene México.

Contacto:

*Luis Javier Álvarez Alfeirán, MA, es director de Le Cordon Bleu-Anáhuac.
Correo: [email protected]
Twitter: @DirectorLCBMx

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