Por Lorena Jiménez Salcedo, Presidenta de la Comisión Nacional de Bienestar Social de Coparmex

Un Congreso dividido es aquel en el que ningún partido o coalición tiene una mayoría absoluta de escaños. Esto obliga a los diferentes grupos políticos a negociar y llegar a acuerdos para aprobar leyes y ejercer el gobierno.

Más allá, un Congreso divido permite mayor deliberación y debate, pues al no haber una mayoría dominante, se obliga a los diferentes grupos a discutir y buscar consensos para poder aprobar leyes que terminan integrando visiones y acuerdos de las distintas fuerzas políticas. Es también reconocido como un esquema de moderación de la acción política, pues bajo este escenario se evita que un solo partido imponga su agenda sin tener en cuenta las necesidades de los demás sectores de la sociedad.

Y no es menor que en los escenarios de un Congreso dividido se fortalecen las instituciones, pues la necesidad de construir negociaciones y consenso fortalece la cultura del diálogo y la reafirmación de las instituciones democráticas del país.

Hemos pasado desde 2000 por Congresos sin mayorías y parece ser que la visión nacional de hoy y a futuro es apostar por representar a varias fuerzas políticas en las Cámaras para generar un esquema de pesos y contrapesos que impida mayorías aplastantes.

Por ello, pareciera que el tiempo legislativo, ese que nos cuesta mucho a los mexicanos, se hubiera dilapidado significativamente durante estos últimos seis años, en los que la apuesta por una retórica de las visiones irreconciliables y la fragmentación del país en discursos de los unos contra los otros, fue la constante y no la excepción.

Pareciera que un legislativo dividido no es la solución, pues a los ojos ciudadanos imperó más la parálisis congresional, aumentó la polarización y dejo magros resultados al país. Difícil persuadir a un ciudadano de las bondades de una Cámara de Diputados pluripartidista y sin mayorías, si poca luz y nulos consensos arrojaron las últimas dos legislaturas. 

Y sin embargo, ahí está el reto: en la construcción de una esfera de debate de mayor altura que cimiente las bases de acuerdos que desarrollen país. Lo decía Alonso Lujambio, que si bien este sistema puede ser más lento y complejo, también puede ser más deliberativo y representativo de la diversidad de la sociedad. Y añadía, que el éxito de un Congreso dividido dependía de la alta capacidad que tuvieran los diferentes grupos políticos para sentarse en la mesa de negociaciones y fundar acuerdos de largo plazo en un clima de respeto, tolerancia y diálogo entre los grupos partidistas representados en ambas Cámaras.

La concordia y la visión de país como bases del debate parlamentario. La construcción de acuerdos como esencia legislativa. La narrativa de unos diputados y senadores que saben conciliar bajo la premisa de aprobar iniciativas de ley de beneficio y acuerdo colectivo más allá de solo presentarlas.

La oportunidad no es menor para la próxima legislatura. Más cuando se vislumbra un escenario donde, nuevamente, habrá una integración sin mayorías absolutas y con un fuerte número de diputados, tanto para el bloque oficialista como para el opositor.  

El Congreso dividido no es una amenaza. Es realidad puede ser una nueva oportunidad de hacer un México que logra ponerse de acuerdo y a favor de la agenda de cambios que le urgen al país y en beneficio de millones de mexicanos. #OpiniónCoparmex

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