La agonía de Francia refleja las inquietudes de toda Europa, inquietudes creadas por el fracaso de la socialdemocracia, la corrupción de la clase política y las fallas del sistema financiero, pero sobre todo por el vacuum cultural y moral del mundo contemporáneo.   Michel Houellebecq es, sin duda, el principal representante de la literatura francesa contemporánea, uno de los escritores más controvertidos a nivel internacional y uno de los pocos nombres que destacan en medio de esta senescencia cultural que ha resecado la escena literaria europea en los últimos treinta años. Con su estilo provocador y su sarcasmo afilado, su última novela, Soumission (Sumisión), no tardó en provocar escándalos y dividir al público entre críticos fervientes y admiradores devotos. Sin embargo, desde su publicación en enero, Soumission sigue siendo la novela más controvertida y debatida en los salones culturales y políticos del planeta. El libro ofrece un retrato de Francia en un futuro cercano, 2022, a través de la historia del ascenso al poder, por vías democráticas, de un partido islámico, la Hermandad Musulmana. Ben Abbes, el personaje ficticio que se convierte en presidente del Elíseo, es un político moderado de gran carisma, que logra obtener el sostén de los partidos tradicionales de derecha e izquierda, a fin de vencer contra Marine Le Pen, líder en la vida real del Frente Nacional, partido populista, extremista y xenófobo francés que está ganando siempre más consenso en el país. A partir de ese momento, los cambios en la sociedad francesa serán sustanciales e irreversibles: la Hermandad Musulmana introducirá la Sha’aria, que permitirá leyes fuertemente misóginas y sobre todo concluirá la existencia del Estado secular y liberal, esencia del espíritu francés desde los tiempos de la revolución. Para incrementar la notoriedad del libro, una macabra coincidencia: el mismo día de su publicación, la capital francesa vivió el terror del ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo: el 7 de enero, dos hombres enmascarados, pertenecientes a Al Qaeda, entraron en las oficinas de la editorial, disparando con rifles de asalto y matando a 11 personas al grito de “Al·lahu-àkbar” (Dios es grande). En un clima de nerviosismo generalizado, Soumission adquirió un carácter simbólico, la profecía de una catástrofe silenciosa que está progresivamente llevando nuestra sociedad a someterse a la barbarie del islam. Como consecuencia, los debates que se han desarrollado alrededor del libro y del atentado, se han centrado en la defensa de la libertad artística para escribir novelas antiislámicas, así como dibujar caricaturas satíricas. Sin embargo, la reflexión debería ir mucho más allá de un mero análisis del papel de la libertad en el arte. El caso Houellebecq ha ilustrado la complejidad del choque entre islam y laicismo, entre los derechos de la persona, de la libertad y de la igualdad y el extremismo religioso. De hecho, hasta el título Soumission, que sugiere la traducción de la palabra islam, que en árabe significa sumisión a la voluntad de Alá, es provocativo. No obstante, la cuestión no debería resolverse en una defensa superficial de la libertad de expresión, sino debería ir hacia la comprensión de nuestra realidad, de las razones que hacen a las sociedades liberales un terreno fértil para la difusión del fundamentalismo e infértil para un sano multiculturalismo. En efecto, las críticas que acusan a Houellebecq, de instigar a la islamofobia, malinterpretan al escritor: la novela no es un ataque al islam, cualquier juicio de valor es totalmente ausente. De hecho, se describe a la Hermandad Musulmana como un partido honestamente comprometido con su misión: sus iniciativas y ambiciones aseguran a Francia un futuro próspero, que traduce el tradicional patriotismo francés en nuevos intentos revanchistas para poner a Francia al mando de un bloque eurábico. La reforma del sistema educativo, el fortalecimiento de la familia y una economía más justa parecen opciones que los partidos tradicionales no han sido capaces de realizar. Sin embargo, aunque el intento es fuertemente satírico, la novela revela una polémica profunda en contra de la sociedad francesa, emblema de la decadencia de Occidente, de sus valores, sus representantes políticos y también de sus individuos. La fuerza de la provocación artística nace de la estigmatización de las características reales de la sociedad occidental. En efecto, sólo un gran satírico puede crear un escenario distópico manteniendo el elemento central de las utopías liberales: la libertad de elección expresada mediante elecciones libres. Además, uno de los pocos ataques directos en el libro es la critica abierta a François Bayrou, político francés conocido por su incoherencia y alternancia entre izquierda y derecha, y que en la novela se convierte en jefe apologista y portavoz de Ben Abbes. La dimensión política de la novela mezcla ficción y realismo, narrativa y filosofía en una excelente historia que demuestra la genialidad de Michel Houellebecq y su capacidad de leer nuestro tiempo. Hoy en día, el descontento generalizado vis-à-vis de las élites políticas, así como el deseo popular al cambio, cualquier cambio, se ha traducido en el éxito de los partidos populistas en toda Europa. Elementos de nuestro entorno que parecían eternos, como por ejemplo la polarización del sistema político entre izquierda y derecha, han, de repente, desaparecido. El fascismo, el comunismo y también la socialdemocracia no han sido capaces de satisfacer las demandas de sus ciudadanos, y ahora aparecen como ideologías moribundas y falaces. El éxito de las demagogias populistas reside en su capacidad de dar respuestas sencillas, incluso simplistas, a los problemas europeos, como por ejemplo la salida del euro, el cierre de las fronteras o la guerra a la migración. Lo que nace del rechazo de la política hodierna es la búsqueda de respuestas que se colocan más allá de la política tradicional y que la niegan en su totalidad. Por esa razón, el escenario descrito por Houllebecq resulta tan realista: a las elecciones presidenciales del 2022 llegan un partido religioso; la Hermandad Musulmana, que desafía la centenaria tradición secular francesa, y uno antisistema, el FN, que lucha contra las bases del sistema político mismo. Asimismo, Soumission ironiza sobre la cobardía de la élite francesa, dispuesta a apoyar a un presidente musulmán, por el espejismo de la riqueza de las petromonarquías árabes y el atractivo erótico de la poligamia. Para los partidos de derecha e izquierda todo es negociable. La agonía de Francia refleja las inquietudes de toda Europa, inquietudes creadas por el fracaso de la socialdemocracia, la corrupción de la clase política y las fallas del sistema financiero, pero sobre todo por el vacuum cultural y moral del mundo contemporáneo. En Soumission, la facilidad con que partidos y ciudadanos se adaptan a la nueva realidad, votando la Hermandad y llevándola al poder, demuestra que la identidad nacional y europea es débil, casi inexistente. De hecho, los populismos, que se han difundido con mucho entusiasmo por toda Europa, son los partidos del “no” y del “anti” que desmantelan el presente, sin ofrecer una verdadera opción. Por ejemplo, las leyes que han prohibido en Francia los símbolos religiosos ostensibles, como el famoso velo islámico en las escuelas y el burqa en lugares públicos, se supone que deben reflejar el vínculo histórico de Francia con el secularismo. Sin embargo, estas posturas no contribuyen a construir los fundamentos de la identidad laica, sino a definirse negando al otro, es decir, destruyendo lo que es diferente. El peligro que crean es un nihilismo vacío que se nutre de la ignorancia y de la falta de principios cardinales o valores positivos. Nuestro presente está experimentando un estrechamiento progresivo del espacio político, cultural y moral, pero sobre todo está disolviendo la identidad de los pueblos y de sus individuos. Pensamos a “Je Suis Charlie”, es decir, la afirmación de pertenencia ontológica a un grupo que en realidad no tiene ningún fundamento racional. Charlie Hebdo no es una revista muy popular en Francia, casi desconocida al exterior; sus posiciones extremistas son fuertemente discutibles y en su visión no hay ninguno de los valores que han construido las democracias europeas. El lema “Je suis Charlie” no es más que una mera propaganda aglutinante, que derrite a la gente en una masa sin atributos y aspiraciones, bajo una visión totalizadora que carece de credo común. Es interesante cómo en Soumission el primer punto del programa político de la Hermandad Musulmana es el control de la educación y de las universidades, es decir, de la cultura, como instrumento más eficaz al servicio del proselitismo. Por eso, aunque si la raíz del problema es estrictamente política, el libro evoca sobre todo el problema de la falta de identidad en las sociedades occidentales: Soumission no es una obra chovinista o islamófoba, ni siquiera está demasiado politizada; es, sin duda, la denuncia de una sociedad laxista y conformista. Ante la ausencia de valores, la elección parece limitarse entre el populismo, es decir, la perpetua aniquilación de un sentido de la realidad, o el islam, con su construcción de una identidad fuerte gracias al regreso a un orden religioso. El consumismo de las sociedades occidentales ha llevado a la mercantilización de todos los aspectos de la realidad: la identidad individual ha perdido las bases sólidas que tenía en el siglo pasado, cuando ideologías políticas, clases sociales, religiones y nacionalismos definían cada individuo. Por eso, según Houellebecq, hasta Francia, el Estado laico por antonomasia, aceptaría de buen agrado el islam y los beneficios que más le interesan: sexo (con la poligamia) y dinero (de las petromonarquías). El tema central de la novela es la apatía social de un país dispuesto a aceptar la subida al poder de un partido que no lo representa en su esencia, porque los ciudadanos ya no buscan identificarse con la clase política. A través del prisma de la religión, Houellebecq nos regala una mirada sagaz sobre el hombre moderno y, en fin, sobre nosotros mismos. El narrador de la historia, François, es un profesor de literatura de la Sorbona, que encarna perfectamente las características típicas del hombre medio con una vida monótona y banal. Misántropo, solitario y medianamente vicioso, François no obtiene ningún placer de la vida: hasta el sexo, los sitios pornográficos y las prostitutas acaban por dejarlo indiferente. No tiene intereses, ni mucha personalidad; es un rostro más en la multitud, en fin, un protagonista anónimo. A pesar de su modesta fama en los círculos universitarios, su cultura se limita a la obra de Huysmans, escritor francés del siglo XIX, en cuyo pesimismo profundo François tiende a identificarse. Al mismo tiempo, el narrador se muestra completamente desinformado sobre los acontecimientos de su tiempo, y su desinterés se traduce en abulia en un mundo que le es ajeno. En este contexto, la propuesta provocadora de Houellebecq es el islam como única posibilidad para salvarse del suicidio de la civilización occidental. La religión ofrece la posibilidad de definirse a través de un atributo específico, y no a través de la mera negación del otro. La fe ha tomado el lugar dejado por la política, las ideologías y un catolicismo deteriorado. En una entrevista, Houellebecq afirmó que “una sociedad sin religión no es capaz de sobrevivir. El laicismo y el racionalismo carecen de futuro”. Lo aterrador de esta tesis es su realismo, porque la ansiedad de los hombre para encontrar un sentido a su existencia se apacigua a través la construcción de una identidad solida que tenga sus bases en creencias e ideas. Si lo político y lo cultural se desvanecen, las masas se refugiarán en el consuelo religioso, que, como decía Marx, es “el espíritu de una situación carente de espíritu”.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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