El debate sobre la Navidad parece que toma cada día tintes más protagonistas en todo el mundo. Al parecer vivimos en una sociedad que no queda conforme con nada y quiere romper con todo lo que por siglos ha marcado estructuras de solidez tanto en el pensamiento como en las tradiciones, sin embargo, el problema es que no tiene claro qué es lo que quiere construir. En algunos países como España y México se debate sobre si prohibir los nacimientos como si esto fuera un signo de progreso. Ya en otros muchos países se ha eliminado el término «Navidad» por el de «felices fiestas»; el primero tiene su origen en el nacimiento o natalidad de Cristo, el segundo, pierde por completo sus raíces y se centra en una temporada invernal cuyo origen no puede ser negado, pero tampoco quiere ser ahora reconocido. 

Ya hablaba Zygmunt Bauman sobre esta «modernidad líquida» que caracteriza a la sociedad de hoy. El mundo occidental tiene en su pensamiento, cultura y tradiciones la influencia judeocristiana, querer eliminar cualquier rastro de ese pasado cristiano (no tanto lo judaico) es negar en gran medida lo que somos como personas y como sociedad. La pseudo-tolerancia moderna no encuentra un camino claro; en aras de aceptar nuevas formas de ser y de pensar se vuelve contradictoriamente intolerante con aquello que lo ha definido por siglos. El pensamiento sólido, –siguiendo con la idea de Bauman–, que da firmeza y claridad se diluye en la mentalidad moderna gracias al impulso de unos cuantos y la impavidez de otros tantos.

Pero ¿qué relación puede tener esto con el mundo del turismo, la gastronomía y la hospitalidad? Mucho. El turismo no es sino reflejo de una cultura, formas de ser o de expresarse que a otros puede resultarles atractiva. No puede entenderse por ejemplo la belleza de Italia sin la influencia cristiana –principalmente renacentista– en la arquitectura, la escultura, la pintura, etcétera. Verdaderas obras de arte que atraen a miles de turistas de todos el mundo y lo han hecho ya por siglos. En México, mucho de su tradición gastronómica tiene origen en la cocina conventual como la poblana, por citar sólo alguna.

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El turismo religioso atrae a millones de peregrinos a los principales santuarios del mundo como Guadalupe, Lourdes, Compostela, Fátima o la Ciudad del Vaticano dejando una derrama económica importante para cada localidad. Sucede lo mismo con la Ciudad Santa de Jerusalén. El Camino de Santiago ha sido por siglos un peregrinaje religioso que cada vez más personas hacen buscando y disfrutando el atractivo turístico y culinario.

Las expresiones religiosas originadas del cristianismo, son por lo tanto parte de la esencia de muchos pueblos; de su cultura, de sus tradiciones, tal es el caso por ejemplo del día de muertos en México y que ha sido incluso declarado patrimonio oral e inmaterial de la humanidad por la UNESCO; el pensamiento cristiano se manifiesta a través del arte, la escultura, la pintura, pero también a través de la gastronomía de todos el mundo; también en México nos es tradicional la rosca de reyes o los tamales del día de la Candelaria. Todo ello es parte de nuestro ser y de nuestra hospitalidad, y conlleva, por tanto, un atractivo turístico que resalta y tiene beneficios para nuestra sociedad.

Es verdad que el pensamiento evoluciona y se abre a nuevas visiones que llevan a la persona humana a superarse, pero no puede hacerse negando el pasado ni queriendo aniquilarlo rechazando todo lo que le ha dado vida. La sociedad actual debe moderar su sentido del progreso y reconciliarse con sus raíces cristianas antes de terminar autodestruyéndose –como el rey Midas– queriendo reconstruir todo bajo una falsa sensación de posibilidades.

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Contacto:

Luis Javier Álvarez Alfeirán, MA. Director de Le Cordon Bleu Anáhuac*

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