Este año México celebra elecciones el 2 de junio y Estados Unidos, el 5 de noviembre. La última vez que ambas naciones compartieron en el mismo año una elección presidencial fue en 2012, cuando Peña Nieto resultó electo y, en el país vecino, Barack Obama era reelegido para un segundo término.

¿Realmente importa la coincidencia de los calendarios electorales? En primera instancia podría decirse que no, o al menos no en el sentido de influir las preferencias de los electores de ambos lados de la frontera. El tema importa en un contexto más amplio, en el sentido de prever cómo podrían moverse las relaciones económicas y políticas de ambas naciones, y sus posibles implicaciones en tales ámbitos.

Luego de la firma del Tratado de Libre Comercio (TLCAN) bajo las presidencias de Salinas de Gortari y George H. W. Bush (además del ministro canadiense) en los 90, la expectativa ante el cambio de Ejecutivo o la posibilidad de reelección en Estados Unidos giraba principalmente por sus efectos económicos. Ahora, bajo el esquema del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) que substituyó al TLCAN en 2018, la pregunta en el aire es en qué contexto regional se dará su revisión, lo que se prevé suceda para el 2026, principalmente en los temas agrícola y laboral, en un entorno aún más complejo, particularmente por la migración regional.

Volviendo a la pregunta inicial de este texto, puede decirse que ambas elecciones toman relevancia al considerar los personajes que podrían estar gobernando ambas naciones, por el lado mexicano, desde octubre de este año y, del vecino del norte, en enero de 2025.

La simple posibilidad de que una figura como Donald Trump logre hacerse de la candidatura republicana convierte a los comicios de 2024 en una cita histórica. Y de parte de nuestro país, lo que se disputa en esta elección son dos visiones de país, una de continuidad de la Cuarta Transformación y la otra, el retorno a una concepción neoliberal del Estado.

La Suprema Corte de Estados Unidos tiene un papel decisivo en torno a la viabilidad de la candidatura de Trump en las elecciones presidenciales, luego de que el tribunal de Colorado lo inhabilitara para participar en las primarias de ese estado. La determinación de la Corte, además de otros juicios pendientes en contra de Trump, podrían bloquearlo de aparecer en la boleta electoral, aunque hay otras opiniones que sostienen que, incluso aunque fuera sentenciado a prisión, ello no sería obstáculo para presentarse como candidato.

Por otro lado, la elección en México se desarrolla sin apenas sorpresas más que una fugaz expectativa del bloque opositor, de haber alcanzado una candidata competitiva a través de Xóchitl Gálvez. En contraste a la incertidumbre norteamericana sobre los resultados de sus comicios, en nuestro país cada vez resuena con más fuerza la idea de que Claudia Sheinbaum será la primera presidenta de México.

En un escenario plausible de que Sheinbaum y Trump sean los próximos mandatarios, nos espera una relación bilateral complicada con el único aspecto positivo de que ya sabemos qué esperar de un showman, con el añadido de que su misoginia podría verse acentuada con una mandataria mexicana como interlocutora.

En medio de la relación estratégica entre ambos países, no debería subestimarse la buena relación que logró el presidente López Obrador con el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En el juego de la política los buenos ánimos importan, y la promesa de continuidad del proyecto iniciado con AMLO por parte de Sheinbaum, podría ser un factor a su favor ante un escenario bilateral cimbrado de problemas migratorios y de seguridad.

Contacto:

Maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Oxford y Licenciada en Ciencia Políticas y Relaciones Internacionales, por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Twitter: @palmiratapia

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