Por Eduardo Navarrete*

Un instante antes de protagonizar el fin del mundo, la especie humana tendrá claridad de sus prioridades y, entre ellas, la funcionalidad de su inteligencia al servicio del deseo brillará como un post al cual darle like.

El cociente intelectual de los humanos ha ido en aumento de manera consistente desde las primeras mediciones útiles que se hicieron en 1930, pero el año pasado la Universidad de Northwestern publicó un estudio conducido por Elizabeth M. Dworak en el que muestra una tendencia a la baja en algunas categorías de pruebas de inteligencia. Esto generó el debido revuelo y más de uno que vio el reporte se preguntó si efectivamente estamos perdiendo inteligencia —o en términos llanos—, si nos estamos volviendo más estúpidos.

El estudio demuestra la disminución generalizada de valores en población común, en las áreas de lógica, vocabulario y habilidades matemáticas. Esto frena de tajo el optimista Efecto Flynn que presume un incremento sostenido en la inteligencia de la población cada 10 años, con la prematura conclusión de que la inteligencia humana es incremental con el paso del tiempo.

Como era de esperar, hubo quienes defendieron de inmediato la inteligencia natural con argumentos de precisión metodológica y posibles sesgos de la investigación. Es cierto, estos resultados no indican necesariamente una disminución de la inteligencia en el ser humano, sino un descenso en el desempeño específico de estas pruebas, pero la actitud defensiva en bloque dejó ver que ahí había algo digno de inmersión.

El aprendizaje implica un esfuerzo que tiene como ingrediente activo, una característica incomodidad cognitiva. Golpearse en la frente con conceptos que sorprenden o ideas contraintuitivas que obligan a investigar no puede derivar en otra cosa que no sea aprender.

Por eso la reacción defensiva ante este estudio puede constituir una señal de que tal vez hemos perdido capacidad autocrítica, indicio de que efectivamente podríamos transitar un sendero regresivo en la inteligencia.

¿Qué nos hace inteligentes?

A los seres humanos y a los animales nos diferencia, no solo masticar con la boca abierta o cerrada, sino la capacidad que tenemos los humanos para generar pensamiento abstracto, combinada con la habilidad de comunicación y de acumular información.

Si la especie se estuviera haciendo más inteligente, el entendimiento entre todos nosotros iría en franco aumento, por lo que serían muy raros los conflictos bélicos; la idea de bienestar común se plasmaría en mecanismos tangibles de redistribución de la riqueza y los niveles de empatía tendrían que estar al alza de manera palpable en todas las capas sociales.

De ser más inteligentes, uno de los signos inequívocos —con base en la empatía y la madurez— sería gozar con mayor capacidad para aceptar las críticas.

Habrá quienes consideren inútil la medición que hace la Universidad de Northwestern, incluso habrá a quienes les resulte ocioso o alarmista el ejercicio. El valor del reporte podría verse reflejado en la resonancia que este tenga con la realidad:

  • ¿Hemos disminuido la necesidad de resolver problemas complejos en la vida cotidiana?
  • ¿Tenemos un estilo de vida más sedentario y con dietas industriales y menos saludables que impactan la química cerebral?
  • ¿Nos vemos fácilmente expuestos a contaminantes y tóxicos con efectos negativos a las funciones del cuerpo humano?
  • ¿Los sistemas educativos en los que nos entrenamos son idóneos para incrementar la inteligencia y se refinan con el paso del tiempo?
  • ¿Privilegiamos lecturas cortas y sumarios en lugar de textos que profundicen las ideas?
  • ¿Tenemos una sobrecarga de información que fomenta la fácil distracción y la capacidad de concentración?
  • ¿Contamos con espacios para llevar a cabo el pensamiento profundo y lo compartimos cotidianamente?
  • ¿Dependemos cada vez más de dispositivos tecnológicos para realizar tareas y retos que antes desarrollábamos con nuestras capacidades intelectuales?

Incluso en este debate del posible retroceso de la inteligencia se ha perdido perspectiva al confundir o ignorar el sentido de la sabiduría. Mientras la inteligencia refiere la capacidad de aprendizaje, entendimiento y raciocinio orientados a tomar decisiones y resolver desafíos, la sabiduría es más amplia al implicar una comprensión profunda de las personas y del contexto en la conexión y aplicación de dicha inteligencia. Aquí hablamos de la empatía, de introspección y reflexión, ya no solo del procesamiento de información.

El historiador Timothy Snyder dice que como ciudadanos de este planeta tendríamos que mostrar un compromiso existencial cotidiano. En la pretensión de que los refrigeradores, los enchufes y hasta los anteojos sean inteligentes, puede que estemos perdiendo foco de lo que deberíamos hacer con la inteligencia propia. En lugar de ciegamente cederla.

Contacto:
*Eduardo Navarrete es head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.
Mail: [email protected]
Instagram: @elnavarrete

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