«Mantener es aferrarse al pasado, dejar ir es saber que hay un futuro» – Daphne Rose Kingma

Sin falta: cada fin de año, la gente toma un momento para retomar los propósitos que se había planteado en enero y revisa qué cumplió y qué no hizo. Con sus contadas excepciones, la mayoría se encuentra ante un balance negativo que solo sirve para que la gente se hunda en la decepción de no haber alcanzado una lista que, en el mejor de los casos, fue realista en un porcentaje mínimo.

Y es normal: el inicio del calendario, por muy arbitrario que sea esta medida de tiempo, nos da la sensación de una oportunidad nueva para lograr metas o completar esos proyectos que postergamos al darle preferencia a lo urgente. Algunas personas pensarán en las estrategias que necesitan llevar a cabo para que su empresa dé ese gran salto; otras, se pondrán como objetivo encontrar una pareja o crecer la familia. ¿Cuántas no dicen, con toda la fe en el futuro, que este año es el año en que terminan la tesis?

Cualquier plan es importante dentro del contexto de quien lo desea, y durante doce meses harán acopio de sus fuerzas, tiempo y recursos para llevarlo a cabo. Sin embargo, y por desgracia, existen situaciones que son difíciles de controlar porque no dependen de nosotros. Toda previsión tiene sus límites, así que no es inusual que el transcurso de la vida se encargue de poner obstáculos demasiado grandes o, sin ninguna consideración, haga imposible una tarea. Así que, a pesar de todo lo invertido, más de un propósito no se cumplirá, y se siente como un gran fracaso personal. ¿Pero lo es?

Existe una historia que he escuchado en varias ocasiones. En un país de África, los cazadores de monos tienen una estrategia muy curiosa. Para atrapar sus presas, dejan rastros de comida, como cacahuates, que llevan hacia el tronco hueco de un árbol. Los primates guardan en su mano las piezas que van encontrando, hasta que descubren que dentro del tronco hay más, así que meten la otra mano por el estrecho agujero y atrapan lo más que pueden en su puño. Al intentar sacar el botín, descubren que es imposible porque la mano cerrada es más ancha que el orificio por el que entró, y pronto se desesperan: no quieren soltar los cacahuates a pesar de estar en una situación difícil. Y peligrosa, porque esa es la manera en que los captores atrapan a los monos y se los llevan fácilmente. Esta situación me recuerda a mucha gente que conozco —a mí mismo, debo ser sincero— cuando se aferra a una situación que no está funcionando. Por eso pienso en los propósitos, ¿cuántos de ellos no dependían de nosotros y era mejor olvidarnos del asunto para seguir adelante?

En lugar de concentrarnos en lo que no alcanzamos, conviene pensar en las razones por las que no se pudo, y estoy seguro de que en más de una ocasión existieron situaciones que no pudimos controlar. Incluso, es momento de analizar cuáles de esos planes fallidos fueron una señal de que es momento de dar vuelta a la página: un negocio que definitivamente no va a funcionar, una relación personal que llegó a su final, un plan profesional que necesita ajustarse hacia otros objetivos.

Para poner las cosas en perspectiva, recomiendo analizar estos propósitos que no se completaron para identificar qué fue lo que salió mal. ¿Se tomaron malas decisiones de una sola parte o no existió el mismo nivel de compromiso en todas las partes? Quizá vale la pena reconocer también cómo reaccionamos ante lo que no podemos controlar, como:

  • Determinar lo que sí se puede controlar. Para ir directo al grano, lo que se puede controlar es lo que hacemos nosotros: realizar un trámite, entablar comunicación, tocar puertas. Lo que sienta o haga el resto a nuestro alrededor ya no es nuestra responsabilidad. 
  • Usar la influencia que se tiene. Si bien no es posible cambiar cómo funciona el mundo o una persona de la noche a la mañana, sí se puede ayudar a hacerlo ofreciendo herramientas o cooperando dentro de los propios límites.
  • Resolver problemas, no concentrarse en los errores. En lugar de angustiarse por un error cometido o la posibilidad de que algo salga mal, es mejor tomar acciones que cambien la dirección y ayuden a crear una estrategia para “en caso de”. Aquí también se incluye la opción de que si algo no funciona, se acepte y no se insista. Si el problema es que ese negocio entre amigos no despega, entonces es mejor darse la mano y seguir cada quien su camino.

Esto último es un trago muy amargo para cualquiera, especialmente si se trata de un proyecto que se inició con mucho entusiasmo. Si bien es cierto que todo lo que vale la pena lleva tiempo, es de sabios reconocer cuando es momento de dejar ir. Algunas señales son:

  • Falta de comunicación
  • Ignorar las opiniones del otro
  • Desacuerdos en prioridades clave
  • Pérdida de voluntad para cooperar

Ojo, que estas cuatro actitudes negativas se pueden aplicar al ambiente laboral y el personal, ya que en ambos contextos es necesario que exista una relación en donde todas las partes se sientan valoradas, tomadas en cuenta e involucradas en los planes a corto, mediano y largo plazo. De no ser así, es momento de despedirse.

“En lugar de concentrarnos en lo que no alcanzamos, conviene pensar en las razones por las que no se pudo”.

Este inicio de año es un buen momento para reflexionar en lo que no se concretó y que es mejor soltar, porque esa carga emocional impide ver con claridad otras oportunidades que se abren con cada nueva intersección que tomamos al iniciar otro camino, no importa si es en enero, junio o diciembre. Son muchos los pensamientos y recuerdos que arrastramos con los años y que nos impiden avanzar. Descubre la importancia de dejarlos ir para alcanzar un desarrollo profesional, personal y empresarial adecuado.

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