TodXs ejercemos un impacto, generamos un efecto y creamos una percepción sobre lXs otrXs. Influir es la capacidad y poder para determinar, inspirar o motivar a los demás para actuar conforme a nuestros objetivos. En la medida en que ejercemos una mayor influencia significa que podemos cambiar, moldear, condicionar, matizar y/o dirigir sus perspectivas, decisiones, ideas y acciones.

En la era de los medios, plataformas y recursos de comunicación digitales, distinguir con exactitud cuando un contenido o un mensaje corresponde a comunicación, mercadotecnia, manipulación, persuasión, propaganda, control, reclutamiento, enajenación o alineación y donde comienza una y termina la otra es prácticamente imposible. 

De esta forma, la influencia puede ejercerse sin límites, sin fronteras, de manera global, permanente, subrepticia, simulada, encubierta y representa por sí misma un mercado, un área de oportunidad y un negocio altamente lucrativo que puede explotarse con fines comerciales, psicológicos, políticos, religiosos y/o sociales.

La influencia de los medios digitales además representa -hasta ahora- la cúspide de la comunicación gracias a los recursos, herramientas e información adicionales que proporciona para, precisamente, expandir su impacto y profundidad. 

Olvídate de investigaciones a profundidad, estudios de mercado o encuestas, hoy puedes acceder hasta la medula del pensamiento, emociones y conductas humanas para definir mucho más fácilmente tu estrategia para influir sobre ellXs. 

Las cosas han cambiado drásticamente, hoy no le preguntas a alguien su historia personal, no haces cuestionamientos sobre a que se dedica, donde trabaja, estudia o que le gusta; hasta los niños cuando conocen a alguien lo primero que van a hacer es buscar en las redes sociales todos esos datos y los validarán de esa manera.

Los datos son contundentes: 3 de cada 4 de los usuarios de internet entre 16 y 64 años utilizan las redes sociales para “investigar” (checar, analizar, recomendar y evaluar) mercancías, personas, bancos, lugares, escuelas, medicinas, doctores, hoteles, marcas y productos. De esos, al menos la mitad recurren a varias “referencias”, confirman, revisan las opiniones y estadísticas del sitio para “fundamentar” sus decisiones de consumo, compra o visita. 

La influencia de las redes sociales es tal que llega a sobrepasar lo evidente, lo palpable, los registros y las anécdotas reales. La “vida cibernética” suele imponerse sobre todo eso. Ya se usa como referencia para reclutar, hacer negocios, promover, seleccionar, clasificar, establecer un rol y hasta categorizar. Es decir, influye en la percepción que tenemos incluso de las demás personas. 

Hoy tu canal, tus comunidades, comentarios, seguidores, contenidos y hasta tus gadgets juegan un papel en la escala de tu “percepción pública”. El teléfono que usas, los sitios que frecuentas, tu lista de contactos, los grupos a los que perteneces y quien te sigue, Por supuesto todo eso recibe una valoración sobre tu influencia y así cerramos el ciclo. Influyes, luego existes. 

Seguramente a estas alturas ya estarán brincado al debate los cartesianos más puristas, pero mi tema se refiere precisamente a que hoy estamos en la espiral de la influencia digital nos guste o no; representamos -al mismo tiempo- un valor de mercado, un potencial de consumo, un canal, una ventana, un cliente, un ofertante, un demandante, un comerciante y/o un promotor de ella. 

Luego entonces, es común construir una identidad, un carácter y muchas veces simular un personaje mediante el que las personas detrás del mismo pueden apropiarse de dones, imitar, ocultarse, inventarse habilidades, crear sus narrativas, falsificar anécdotas, etiquetar y etiquetarse, hacerse popular, visible, aceptable, confiable, auténtico y/o legitimo para así ganar influencia.  

Millones de usuariXs que acuden a las RRSS ávidXs, ansiosXs, pasivXs, segurXs buscando respuestas a quienes no les importa simular, exagerar, improvisar, mentir, aparentar, crear un avatar o asumir un rol para expandir el alcance de un mensaje. 

La influencia puede ejercerse mediante todos los recursos a la mano de cualquiera, podemos argumentar, proporcionar información, discutir, acercarnos emocionalmente, divertir, entretener, aprovechar nuestros dones sociales, seducir, inspirar, conmover, persuadir, aconsejar y hasta optar por otras opciones como acosar, controlar, aprovecharnos de la ingenuidad, abusar y engañar, aderezando con dosis de pornografía, historias curiosas inventadas; montar escenas humanistas, sensibles, románticas y/o violentas; la creatividad es ilimitada.    

Esta enorme galería de exposición, un verdadero tianguis digital abre la posibilidad para que puedas amplificar, mover, alterar, cambiar, direccionar y someter las opiniones, las decisiones, los intereses, las emociones, las expectativas, el apoyo y el reconocimiento de la gente. 

Llevemos a las audiencias y las comunidades al multiverso que queramos; implantemos una nueva cosmovisión, definamos niveles de involucramiento, alteremos las asociaciones; olvidémonos de la capacidad crítica y racional; que el chisme, el rumor y la intriga dicten la agenda.

Más aún; dirijamos, distraigamos, desviemos el centro de la atención hacia lo que nos interesa, movamos las líneas de la ética; hagamos estruendo de tonterías para que la información objetiva no se expanda, mantengamos la sensibilidad al tope sobre la banalidad y la superficialidad mientras nos hunden los problemas sociales.  

Nuestras “recomendaciones, consejos, opiniones sinceras o experiencias” pueden entonces ponerse a la venta, intercambiarse, explotarse, generar una base estable y rentable de comercio. 

Ese es el silogismo de la influencia, al convertirse en una mercancía al alcance del mejor postor puede ser parcial, cínica, desigual, falsificable, subrepticia, condicionante, discriminadora, compulsiva, abusiva y manipuladora. 

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