Por Alfredo Kramarz*

Guatemala, vértice del triangulo norte de Centroamérica, reinicia su historia después de cada elección presidencial. El acontecimiento democrático estimula las realidades “útiles” mientras que lo inmutable -el sincretismo de la fe, los paisajes volcánicos, las lenguas prehispánicas o la geografía humana legada por la conquista- queda en un segundo plano. Fascinación por lo fugaz que oculta lo llamado a continuar tras el fin de la campaña electoral: la geopolítica del quetzal o, renunciando a las metáforas, la política exterior guatemalteca.

Radicalizar la desconexión entre la vida nacional y la vida cosmopolita de los estados tiene algo de pose intelectual; es una fachada cultural -atildada por buenas razones- que camufla un deber: la historia diplomática no puede desdeñar lo que sucede fuera de las cancillerías (advertencia formulada por Fernand Braudel en su libro sobre el mediterráneo y Felipe II). Es preferible pensar en trasvases que en esferas herméticas destinadas a aislar el trabajo institucional de los “ruidos” de la calle.

Una posición de raíz historiográfica que trasladada al contexto guatemalteco genera preguntas: ¿A qué responde la extendida valoración negativa de su acción exterior? ¿Es su diplomacia un canal de desagüe de su malograda convivencia? Planteamiento un tanto insidioso que a su vez provoca cuestiones para el sujeto inclinado a denunciar su condición de estado subalterno: ¿Tienen fecha de caducidad los clichés propios de la retórica antiimperialista? ¿Es la mala prensa el fruto prohibido de la buena conciencia?

La tradición hermenéutica crítica con el rumbo de Guatemala tuvo momentos de gran esplendor periodístico. A este respecto podrían citarse un par de referencias esenciales: “Guatemala, una diplomacia de rodillas” (1961) de Rodolfo Walsh y “Por qué mataron a Karl von Spreti” (1970) de Ryszard Kapuściński; crónicas militantes que respiran rigor en sus renglones. Walsh y Kapuściński, maestros del periodismo moderno, incorporaron a sus publicaciones una visión “idealista” -que aprecia lo hipotético, lo que pudo ser de otra manera- construida a partir de la materialidad de lo real.

El artículo de Walsh fue la portada de la revista Che, un proyecto editorial que guarda semejanzas con lo que significó Marcha para el Uruguay (en su sentido, no en su duración) y precursor de Noticias (diario vinculado a la organización montoneros). Tenía un comienzo demoledor: “La gente desprevenida podría pensar que Guatemala es un país independiente, que sigue una política exterior autónoma. Creo que los documentos que mostraré disiparán esa ilusión”. Walsh interceptó las radiocomunicaciones de las autoridades guatemaltecas con Washington, monitoreó el sistema interamericano y denunció los preparativos de la invasión de Bahía Cochinos (labor inmortalizada por García Márquez en una tribuna publicada por El País: “Recuerdos de periodista”).

Kapuściński dejó a un lado la criptografía y dedicó su reportaje al análisis de la muerte violenta de Karl von Spreti (embajador de la antigua Alemania Occidental). Definió los procedimientos implementados por la dominación colonial, reflexionó acerca del asesinato como instrumento de poder y aportó una descripción -en retrospectiva- del exilio de Jacobo Árbenz (presidente de Guatemala de 1951 a 1954): “El embajador de México sabía que era probable que Árbenz no llegará vivo al aeropuerto. Sacó una bandera de su país y arropó con ella al presidente de Guatemala”. Alejarse de la inmediatez era el método del corresponsal para captar los significados de una época y rastrear la verdad de un lugar.

Los hallazgos policíacos de Walsh y el hilo rojo de la historia de Kapuściński, sintetizan un modo de pensar Guatemala que pervive como sustrato acrítico en nuestro tiempo. La nación quedó marcada por el estigma de la dependencia y una decisión como aceptar ser “tercer país seguro” en el despacho oval, revitalizó las dudas sobre el alcance de su soberanía. Pero, a pesar de los pesares, cabe preguntarse si tiene derecho a la luz quien sólo tuvo sombras.

El nuevo ejecutivo guatemalteco presidido por Alejandro Giammattei tendrá la oportunidad de intensificar sus relaciones con Taiwán e Israel: Taiwán cuidará con esmero a sus amigos después de las deserciones del último lustro e Israel querrá fortalecer su alianza con Guatemala mediante la firma de un Tratado de Libre Comercio. Con respecto a los Estados Unidos habrá que esperar la continuidad o no de la Administración Trump y la concreción de su plan migratorio. También hará falta despejar la incógnita de México, aunque parece que el presidente Obrador tiene la voluntad de desarrollar económicamente la frontera sur (incluso con proyectos ferroviarios). Alejandro Giammattei ya visitó El Salvador (comparten preocupaciones relativas a la seguridad pública) y es favorable a la continuidad de la unión aduanera con Honduras.

Cuando la nostalgia resulta suicida toca imaginar otras salidas. Veremos lo que el futuro depara a Guatemala.

 

Alfredo Kramarz es Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid

 
*Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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