Por Carlos E. Palencia Escalante* El mundo o cuando menos los Estados Unidos, hace un viraje al pasado, vuelve la vista a fórmulas añejas en busca de soluciones para problemas modernos, contemporáneos, complejos y de difícil solución. Con ese modo de pensar nos enfrentamos ahora a un hecho consumado y de inmediata aplicación: la reforma fiscal en los Estados Unidos y, ahora sí, tenemos que reaccionar como país y elaborar una verdadera reforma hacendaria, es decir, no sólo por ajustar impuestos sino por la forma en que se elaboran los presupuestos públicos y más importante aún, la manera en que gaste el gobierno pues al ritmo que lo hace no habría ingresos que alcancen. Enfatizo en lo último, el gasto público: no podrá ser una fórmula de crecimiento. A partir del próximo mes —enero de 2018— habrá de asegurarse que la inversión gubernamental sea productiva y que repercuta favorablemente en el resto de la economía, que el comportamiento del consumo público se recomponga a favor del consumo privado, que dicho consumo privado no se base en el crédito, que la inflación no se dispare y que se mantenga la estabilidad macroeconómica. Me pregunto: ¿se podrá hacer todo esto en un año electoral, que además es complejo en las plataformas y propuestas que plantean los candidatos más visibles? ¿El enorme gasto de las campañas se podrá reorientar hacia el gasto social, a la salud, a la educación y la infraestructura? Preguntas que generan más inquietudes. Por eso, además de la reforma fiscal estadounidense, pido a quienes están leyendo esta opinión que recuerden algunos de los planteamientos que hizo el presidente de nuestro vecino país en relación con temas económicos:
  • Reforma fiscal: una rebaja general de impuestos, simplificando el sistema para reducir los tramos del impuesto para los individuos en función del nivel de renta, así como reducciones a los impuestos para las empresas.
  • Inversiones públicas para crear empleo y elevar la productividad, con participación privada en infraestructura (carreteras, puentes, túneles, aeropuertos, energía, telecomunicaciones, escuelas y hospitales) por hasta un billón de dólares al año dos mil veinte.
  • Proteccionismo -o como lo denomina el mandatario, justo-, para revertir la deslocalización industrial estadounidense; seguirá en su mira reformar a modo el TLCAN y junto a ello presionar para que cambien los lineamientos de la Organización Mundial de Comercio bajo el argumento de que grandes exportadores como China están jugando chueco.
Si tomamos en serio el impacto de esa reforma fiscal y de los argumentos anteriores, los sectores más perjudicados serían los que estén relacionados con la exportación; para el caso las empresas que operan con un programa IMMEX (Industria Maquiladora y Manufacturera de Exportación), el enfoque de esta empresas ya no será únicamente importar para exportar priorizando el TLCAN y los elementos aduaneros y arancelarios para tener acceso al mercado de sus otros dos socios; tampoco considero lo será la competitividad por el tipo de cambio: el verdadero reto será ser competitivas, ser atrayentes de inversión extranjera, de capturar contratos para manufactura de exportación y también para consolidarse como centros de reinversión de utilidades. Lee también: Elecciones de 2018 agudizarán impacto de reforma fiscal de EU en México Pero igual que la reforma al sistema de pago de impuestos en Estados Unidos alterará el sistema mundial y el de un gran número de países desarrollados o emergentes, hará repensar el modelo mexicano y con éste el tratamiento fiscal de empresas como las IMMEX. Para los negocios, por su parte, habrán de revisarse las tasas de pago de impuestos, el manejo de los dividendos y evidentemente las deducibilidades de prestaciones que se les dan a los trabajadores más allá de las estipuladas por Ley. Aunque no solo la parte emprendedora tendrá que revisarse y adecuar. Se alterará la dinámica tributaria de todos los negocios y de las personas físicas que están en la formalidad, incluso para aquellos que no se encuentren en ese supuesto: toda la población verá cambios en sus modelos de consumir, ahorrar y tributar si hay modificaciones por ejemplo al impuesto al valor agregado (que pudiera ser fijado a tasa baja para medicinas y alimentos, e incrementable con el tiempo), a los impuestos especiales por producción y servicios (los famosos IEPS) u otros gravámenes como pudieran ser al patrimonio vía el impuesto predial. Lógicamente nadie estará dispuesto a pagar más impuestos y mucho menos si no llegamos a ver que en los diferentes niveles de gobierno el gasto se hace sin transparencia e irracionalmente, es decir, debe percibirse que sea un gasto o inversión para el bien de la comunidad y no sólo por motivos partidistas, por ambición personal o por cuestiones electorales como las que se tienen en el horizonte del año 2018. Sin embrago, en duda se pone que los precandidatos se animen a decir que subirían impuestos para contrarrestar los efectos de las reformas en Estados Unidos, por lo que insisto en que el gasto público -sin equilibrio en ingresos- no puede ser la fórmula del crecimiento; deberemos como parte del sector productivo y de la sociedad, asegurarnos que la inversión sea realmente productiva y por supuesto tener consecuencias positivas en el resto de la economía; que se recomponga el comportamiento de las exportaciones no petroleras como las de las IMMEX; que el consumo privado no se base en el crédito y que la inflación no se dispare pues ahora estamos alcanzando el 6.8% anual. Para cerrar esta colaboración, insisto que debemos ser capaces de aumentar la productividad del gobierno, incluyendo el modelo fiscal con elementos de eficiencia y equidad, lo cual no es nada sencillo. *Carlos E. Palencia Escalante es Economista, Socio Director de CEO Consultoría Estratégica & Outsourcing.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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