Por Bianca Kopsch DW.- Es el edificio más moderno de un lugar que consta principalmente de casas de barro: la iglesia evangélica. Debido a su tamaño, el nuevo edificio también sirve como sala de reuniones para fines laicos y en este día hay mucha actividad. Ninguno de los aproximadamente 800 habitantes de São Domingos quiere perderse lo que revolucionará su vida cotidiana bajo el nombre de “acción Kalunga” y en forma de luz embotellada. Alrededor de 50 voluntarios de la organización no gubernamental Litro de Luz han viajado aquí con ese propósito. La comunidad debe aprender con ellos a construir lámparas solares caseras a partir de botellas de plástico recicladas. Para ello, la iglesia se ha convertido en un centro de reunión y de formación durante una semana. Lucas Lima es uno de los voluntarios. “Quería conocer otras realidades de Brasil. Este es un mundo completamente diferente al que me rodea”, dice el estudiante de ingeniería de 26 años del próspero sur del país, visiblemente impresionado. Antes de comenzar su maestría, se ha tomado un tiempo libre. Quería involucrarse socialmente y es voluntario en Litro de Luz desde hace varios meses.

Tecnología simple, gran efecto. Una lámpara consiste en una botella de plástico y unos pocos cables./Blanca Kopsch

Sin infraestructuras

São Domingos se encuentra a unos 350 kilómetros al norte de la capital, Brasilia, pero el tiempo parece haberse detenido en este municipio. Los Kalunga han vivido durante tres siglos en medio del Parque Nacional de Chapada dos Veadeiros, al que solo se puede acceder por senderos de grava llenos de baches. Sus antepasados trabajaron como esclavos en las minas de oro de la zona y huyeron a la selva para escaparse. Son el grupo más numeroso de descendientes de esclavos de Brasil. Por miedo al retorno de la esclavitud, se mantuvieron aislados del mundo exterior hasta la década de 1980. Todavía no ha llegado una infraestructura básica a su comunidad. Las necesidades de las minorías son a menudo descuidadas en Brasil, especialmente cuando viven en áreas remotas, de las cuales hay muchas en el quinto país más grande del mundo. “Vivimos prácticamente olvidados. No tenemos a nadie que nos ayude”, cuenta Adir Sousa. “No tenemos calles, ni agua tratada, ni escuela secundaria, ni electricidad. No tenemos nada”. El granjero también ha venido a la iglesia para aprender a construir una lámpara solar casera. Adir Sousa vive de una economía de subsistencia como casi todas las familias de la aldea y a sus 62 años tiene que ir todos los días a trabajar al campo. Es miembro de la “Asociación de los Kalunga de São Domingos”. TAMBIÉN LEE: Brasil mueve ficha en la ONU: se retira del pacto para migración Juntos esperan mejorar sus precarias condiciones de vida. Entre otras cosas, han logrado el reconocimiento estatal como “Quilombo”, un término que se emplea para denominar a las comunidades de descendientes de esclavos, de las cuales hay miles por todo el país. Este reconocimiento es importante porque facilita el acceso a las ayudas estatales para la agricultura, la construcción de viviendas y la escolarización. Muchos también esperan un desarrollo de la infraestructura.

Cortesía: Douglas Bautista

Sufriendo en la oscuridad

Los Quilombo, que viven en zonas remotas, comparten el mismo problema: no están conectados a la red nacional de electricidad. De modo que cuando llega la noche, todo se detiene. “Vivir sin electricidad significa sufrir”, lamenta Adir Sousa. “No podemos seguir haciendo cosas. Tenemos que dejar lo que estamos haciendo y esperar a que salga el sol a la mañana siguiente”. Para alargar un poco más el día a partir de las seis de la tarde, utiliza, como la mayoría de sus vecinos, una lámpara portátil que se enciende con diésel o queroseno. Huele mal y es peligroso, ya que causa incendios una y otra vez. Una luz solar fácil de fabricar debería ser la solución. Lucas Lima abre las instrucciones de montaje, que solo muestran imágenes, no tienen texto, ya que muchos en el pueblo no saben leer ni escribir. Tras unas primeras palabras para conocerse, sigue los pasos de construcción con una joven del pueblo. Primero se pega una placa de LED al casco del plástico, luego se atornilla el fondo de la botella a modo de tulipa y finalmente se conecta a la batería, que se carga con un pequeño panel solar. La timidez inicial de la joven va desapareciendo a medida que trabajan juntos. ¡Listo! Al terminar, sonríe a Lucas y el voluntario asiente, satisfecho. “Si se carga la lámpara todos los días, puede iluminar durante cinco horas seguidas y durar dos años”, explica Lima. La chica brilla de felicidad.

Las lámparas solares de fabricación casera no solo iluminan los hogares, sino que también proporcionan luz en las calles durante la noche./Bianca Kopsch

Vida nocturna

Además, los jóvenes del pueblo han construido farolas solares y las han instalado delante del nuevo pabellón para fiestas. Con ellas esperan aumentar la vida nocturna. “Cuando celebramos una fiesta aquí, solo tenemos una lámpara pequeña”, dice Daniela da Costa, de 16 años. “Apenas salimos por la noche, porque está todo oscuro. Eso cambiará a partir de ahora”. Su escuela pretende organizar noches culturales una vez a la semana a la luz de la farola: con música, conversaciones e historias. TAMBIÉN LEE: Unicef urge a América Latina y el Caribe erradicar la pobreza Cerca de un millón de personas no están conectadas a la red eléctrica nacional en todo Brasil. “Litro de Luz” ha llevado la luz a más de 10.000 brasileños. La ONG fue fundada en 2014 y está vinculada a la premiada organización internacional “Liter of Light”, activa en más de 20 países. “Litro de Luz” compra el material de construcción a precio de coste a los fabricantes. Asimismo, la ONG financia este proyecto con los casi 25.000 euros que obtuvo de una convocatoria del banco nacional “Banco do Brasil”, que apoya regularmente proyectos comprometidos, en la categoría de “tecnologías sociales”.

Nuevo ritmo

En São Domingos, las lámparas solares se encienden al anochecer. No solo en la calle, sino también en las casas. Los Kalunga pueden finalmente alargar el día y terminar su trabajo, hacer los deberes, cocinar, comer, e incluso ir a dormir más tarde, así como reunirse. Durante doscientos años, han vivido retirados en la oscuridad por miedo a la esclavitud. Eso ya ha terminado, por fin ¡se ha hecho la luz! Este contenido se publicó originalmente en DW.COM y puedes ver esa nota haciendo click en el logo:

 

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