Las consecuencias que el cambio climático tiene sobre los recursos hídricos son devastadoras. Según el WEF Global Risk Report 2020, la crisis del agua y los fenómenos climáticos extremos como inundaciones y sequías, se ubican en el top 5 de los riesgos globales en términos de impacto. 

De hecho, se estima que debido a la afectación del ciclo hidrológico, el 90% de los impactos asociados al cambio climático están relacionados con el agua, ya sea por su falta de disponibilidad y calidad o por su excesiva abundancia, lo cual ya está afectando áreas estratégicas como la energía, la producción agrícola y alimentaria; los procesos productivos, y las ciudades, que hoy albergan a más del 70% de la población del país.

América Latina y el Caribe, están identificadas como una de las regiones particularmente vulnerables a los impactos del cambio climático debido a una combinación de factores como la falta de gestión eficiente de los recursos hídricos, la deforestación, los altos índices de desigualdad y de pobreza; la falta de capacidades técnicas y operativas, así como la insuficiencia de recursos financieros para prevenir, adaptarse, o responder a los cambios esperados. 

En el caso de México, la CONAGUA señala que, para 2050 el clima en el país será entre 2 y 4 grados más cálido, y entre 2060 y 2090 se predice una reducción en la precipitación entre 10-28%

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Así, uno de los retos fundamentales del cambio climático está ligado con el futuro abasto de agua para todas las regiones del país y la capacidad de gestión del recurso hídrico. En el caso particular de la región del Valle de México, que de acuerdo con la CONAGUA sufre el mayor grado de estrés hídrico en el país, la fuerte sobreexplotación del acuífero que amenaza el futuro suministro del recurso para la zona metropolitana, se verá agravado por los efectos de este fenómeno.

Como lo hemos vivido en los últimos años, la cantidad de agua que cae en el período de lluvias se presenta en períodos más cortos y con mayor intensidad, con los consecuentes problemas de grandes encharcamientos e inundaciones. Mientras que la temporada de estiaje (ausencia de lluvias) las sequías se vuelven más extremas, contribuyendo a tener una disponibilidad de agua menor para la población. 

Es claro que el cambio climático exacerba riesgos como el incremento de la intensidad de los eventos hidrometeorológicos (olas de calor, lluvias extremas y sequías prolongadas), lo cual genera grandes costos financieros tanto a los gobiernos como a los ciudadanos, debido a las afectaciones que sufre la infraestructura pública y el patrimonio de los ciudadanos. 

Por lo anterior, cobra mayor relevancia la necesidad de contar con una planeación y prevención adecuada con visión de largo plazo y enfoque de resiliencia, así como destinar los presupuestos apropiados e impulsar nuevos esquemas de financiamiento para detonar las inversiones necesarias que detonen las acciones y políticas adecuadas para estar en posibilidad de adaptarse a los efectos del cambio climático y los riesgos asociados al agua, en beneficio de la seguridad hídrica y los habitantes de las ciudades.

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Una mega-ciudad, como lo es la Ciudad de México, necesita contar con estrategias que impulsen las capacidades de planeación, respuesta y adaptación a los efectos del cambio climático. Políticas, leyes y presupuestos adecuados; acciones de conservación, reforestación y protección de las fuentes son indispensables en este contexto.

Los patrones de lluvias intensas y sequías periódicas, cada vez más exacerbados, sumado a los impactos potenciales y la magnitud de los riesgos a los que nos enfrentamos, hacen indispensable el contar con estas herramientas adaptativas. No existen rutas alternas, de otra manera, los costos serán inmensos para todos sus habitantes.

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