Acostumbrados durante mucho tiempo a un mundo relativamente con pocos cambios, pareciera que durante mucho tiempo estiramos la liga para, de alguna manera u otra, retrasar en lo posible la llegada de este nuevo mundo en el que desde hace unos meses “obligadamente” vivimos. Al calor de la costumbre y la inercia nos hicimos frágiles. Sin embargo, la “fragilidad” que mostró nuestro estilo de vida con el virus fue devastadora. Entre más medidas de distanciamiento social aplicamos -una forma de estresar nuestras actividades sociales y económicas- la afectación sobre la interacción humana reveló la fragilidad de muchas de nuestras actividades cotidianas y productivas. Y, al mismo tiempo, mostró la anti-fragilidad de otras.

El Covid-19 nos trajo de una sola vez por todas y para siempre al siglo XXI. Si bien ya existían desde el siglo pasado el comercio electrónico, la educación en línea, los servicios de entrega a domicilio, el streaming, y mantras como que “el contenido es el Rey” daban vueltas por todos lados, además de muchos otros servicios que no requerían presencia física, lo cierto es que es hasta ahora todo esto ha dejado de ser el “futuro” para convertirse simplemente en el hoy.

Estas actividades habilitadas por la tecnología son anti frágiles porque al ser estrenadas por el Covid-19 no se quebraron, sino que se fortalecieron. Como los huesos, que entre más ejercicio hacemos (un poco de estrés) más fuertes se vuelven.  Es por eso que en río revuelto “ganancia de pescadores” y así como para muchos la pandemia ha implicado menos ingresos para otros ha implicado ahorros e ingreso disponible para gastar en otras actividades o satisfactores diferentes. En una palabra, anti-fragilidad.

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Y, como siempre, la clave ha estado en la respuesta ante un hecho y no en las circunstancias en sí. Algunos han decidido sentarse a esperar y ver cómo mejoran las cosas: el control de la pandemia, la inmunidad de rebaño, las vacunas, los tratamientos definitivos, los paquetes de apoyo, entre otros. De ese lado vemos a industrias que han apostado a que regrese el siglo XX o pre Covid-19. Así, industrias como la de las salas de exhibición han buscado que las cosas pinten mejor, que los estrenos de los estudios “jalen” a los espectadores al cine sólo para después encontrar que los mismos estudios apuestan por sus propias plataformas con sus propios contenidos y que el streaming llegó para quedarse no importa qué.

Otros han buscado, sin tanto esperar, reconfigurarse en función de las nuevas circunstancias. Airbnb ha buscado innovar con el ex diseñador de Apple Jony Ive para contar con la mejor experiencia digital y un nuevo portafolios de servicios. La industria de los conciertos con esquemas híbridos y contenidos especiales de acuerdo con la ocasión y temporada. Otros han migrado hacia o creado modelos de negocio a partir de la entrega a domicilio, el comercio electrónico u la oferta de servicios remotos. Si la vida te da limones, haz limonada.

En el plano personal, queda cada vez más claro que sentarse a esperar a que regrese el pasado para lanzar el futuro no es el camino. Tampoco sentarse a esperar que sea el gobierno el que proteja, apoye u oriente hará realmente la diferencia. Todo cambió. Pero, como siempre -y quizá un poco más que otras veces- dependerá de cada quién crearse las oportunidades y construir su futuro.

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