Por Leah Rosenbaum

Nina Galen tenía diez años cuando se convirtió en parte de uno de los experimentos humanos más controversiales en la historia de Estados Unidos. Su madre, Diana McCourt, estaba buscando una institución que pudiera cuidar a su hija quien padecía autismo. “Estaba desesperada”, dice McCourt ahora, más de 50 años después. “Creo que estaba teniendo un colapso porque estaba tratando de encargarme de todo”.

Finalmente McCourt se instaló en Willowbrook State School, un hogar para niños y adultos con problemas de desarrollo ubicado en Staten Island, Nueva York. Sin embargo, para conseguirle un lugar a Nina en las instalaciones saturadas, tuvo que hacer un trato complicado, permitiendo que su hija fuera parte de un experimento que buscaba encontrar una vacuna contra la hepatitis. “No tenía otra opción”, dice McCourt, “había probado tantos lugares diferentes y había hecho tantos arreglos que no funcionaron, así que seguí adelante”.

Nina se convirtió en uno de los más de 50 niños con discapacidad mental, de entre cinco a 10 años, bajo el cuidado del Dr. Saul Krugman, un respetado pediatra de Nueva York que quería determinar si había múltiples cepas de hepatitis y si se podía crear una vacuna. Para protegerse contra la enfermedad, Krugman y su compañero, el Dr. Joan Giles, utilizaron a los residentes de Willowbrook para probar una vacuna preliminar para esta enfermedad que había matado a millones en todo el mundo. De 1955 a 1970, a los niños se les inyectó el virus o se les hizo beber leche con chocolate mezclada con heces de otros menores infectados para estudiar su inmunidad.

Durante gran parte de la historia humana, la hepatitis causó algunos de los brotes más letales del mundo. Los síntomas que incluyen fiebre, daño hepático y piel amarilla, fueron escritos por Hipócrates en el siglo V a.C. Si bien ahora sabemos que hay múltiples virus (los más famosos, hepatitis A, B y C), en la primera mitad del siglo XX los investigadores solo sabían de una forma de la enfermedad, que luego se llamaba ictericia epidémica.

Encontrar una vacuna se volvió particularmente importante para Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los brotes de hepatitis afectaron a más de 50,000 soldados estadounidenses. Para combatir esta enfermedad y otras, la oficina del Cirujano General (OSG) estableció la Junta Epidemiológica de las Fuerzas Armadas.

A principios de la década de 1950, el Dr. Krugman, un ex cirujano de vuelo del Cuerpo Aéreo del Ejército estadounidense asistió a la Junta Epidemiológica con una propuesta: quería crear una vacuna contra el hepatitis y conocía el lugar perfecto donde podía investigar: Willowbrook que estaba superpoblado, ya desenfrenado de enfermedades, y en ese momento no era raro probar vacunas en niños.

La idea se remonta al padre de las vacunas, Edward Jenner, quien usó a un niño de 8 años como el primer sujeto de prueba de su innovadora vacuna contra la viruela a fines del siglo XVIII. Los experimentos de la  hepatitis en Willowbrook serían experimentos de vacunación, llamados así porque el cuerpo es “desafiado” intencionalmente con una exposición directa al virus para ver si un tratamiento en particular evita que alguien contraiga la enfermedad.

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“Creía que estaba ayudando a los niños de esta escuela a lidiar con la epidemia”, dice el hijo del Dr. Krugman, Richard, pediatra del Children’s Hospital de Colorado y ex jefe de la Junta Asesora sobre Abuso y Negligencia Infantil. “Ciertamente pensó que estaba haciendo una contribución a la investigación de enfermedades infecciosas”.

Aunque hay pocas dudas de que el Dr. Krugman aceleró el descubrimiento de una vacuna contra la hepatitis, la ética de su experimento ha resurgido a medida que se debatían los ensayos del desafío de la vacuna para el Covid-19. Muchos políticos, especialistas en ética médica y científicos se han manifestado a favor de la idea, lo que incluiría dar a los voluntarios sanos una dosis de una vacuna no probada, y luego exponerlos deliberadamente al coronavirus para ver si ofrece protección contra el virus.

Si bien los ensayos de la vacuna se realizarían con voluntarios adultos sanos, la prueba clínica con la vacuna del Covid-19 y los experimentos de hepatitis de Willowbrook plantean la misma pregunta: ¿Es realmente necesario, o correcto, arriesgar la salud de pocas personas para el beneficio de muchos? ?

En 1955 Saul Krugman llegó al campus bucólico de Willowbrook, ubicado a más de un kilómetro de Staten Island, donde los grandes edificios de ladrillo en forma de U estaban rodeados por un exuberante bosque verde. En la entrada de los jardines se distinguía a un carrusel pintado de amarillo y azul;  los visitantes primerizos lo describieron como encantador, como si se tratara de un campamento de verano. Sin embargo, en el interior, Willowbrook era una pesadilla.

La escuela abrió en 1947 y fue construida para albergar a 4,000 residentes, pero durante años ese número superó los 6,000. La enfermedad y el abandono se encontraban en todas partes y varios residentes murieron a causa de enfermedades y abusos. Para 1965, Robert F. Kennedy, entonces senador de Nueva York, hizo una visita no anunciada a Willowbrook y se fue horrorizado. “No hay libertades civiles para los encarcelados en las celdas de Willowbrook”, declaró más tarde ante el Congreso, llamando a la institución un “pozo de serpientes”.

Cuando el Dr. Krugman y el Dr. Giles comenzaron los experimentos de hepatitis de Willowbrook, utilizaron las condiciones del lugar para su ventaja al reclutar nuevas familias. A pesar de los horrores bien documentados, Willowbrook seguía siendo una de las únicas opciones para los niños con discapacidades graves y había una larga lista de espera.

En tanto, el Dr. Krugman le ofreció a varios padres, incluido el de Nina Galen, la capacidad de darles prioridad en la lista de espera y hacer que sus hijos ingresaran a las salas de investigación más nuevas y limpias que contaban con más personal, si es que se unían a ños experimentos. “Me sentí coaccionado”, dice McCourt, “sentí que me negaron la ayuda a menos que aprovechara esta oportunidad”.

De igual forma, Krugman les dijo a los padres que, dado que la hepatitis ya era frecuente en Willowbrook, sus hijos también podrían tener la oportunidad de vacunarse. McCourt recuerda que le dijeron que su hija podría obtener un “antídoto” contra la hepatitis si se unía al experimento. Cuando le preguntó por qué los estudios de hepatitis no podían hacerse en primates, le dijeron que usar animales sería “demasiado caro”.

A pesar de comprender la óptica de infectar a niños con discapacidad mental con una enfermedad potencialmente mortal, el Dr. Krugman sintió que el riesgo valía la pena. “La decisión de alimentar el virus de la hepatitis a pacientes en Willowbrook no se tomó a la ligera”, escribió en un artículo de 1958 publicado en el New England Journal of Medicine.

Además señaló que la cepa de hepatitis en Willowbrook no era muy grave y se justificó diciendo que muchos de los niños se infectarían de todos modos, y que cualquier conocimiento obtenido del experimento ayudaría a otros residentes de Willowbrook. También enfatizó que el estudio fue sancionado por la Oficina de Salud Mental de Nueva York y la Junta Epidemiológica de las Fuerzas Armadas de la Oficina del Cirujano General.

Algunos de los ensayos del Dr. Krugman se basaron en investigaciones previas de que administrar anticuerpos a niños, de pacientes que se habían recuperado de la hepatitis podría prevenir nuevas infecciones. (Actualmente explora un concepto similar, que utiliza plasma convaleciente de pacientes recuperados del Covid-19 para tratar a enfermos).

Los experimentos también involucraron infectar a niños sanos con el virus a través de una bebida de leche con chocolate. Finalmente los médicos descubrieron cuánto les tomó a los menores mostrar síntomas de hepatitis, posteriormente les permitieron recuperarse para luego darles el virus nuevamente. Estos experimentos se realizaron para probar si alguien que se había recuperado de la hepatitis permanecería inmune o si podría reinfectarse nuevamente.

A medida que concluía cada ensayo, el Dr. Krugman publicó los resultados en importantes revistas médicas, incluidas la New England Journal of Medicine, The Lancet y la Journal of the American Medical Association. Desde el momento de la primera publicación, los experimentos fueron controvertidos dentro de la comunidad médica.

En 1966, el renombrado especialista en ética médica Henry K. Beecher publicó un artículo titulado “Ética e investigación clínica”, que enumeraba a Willowbrook como un ejemplo de experimento clínico poco ético y concluía que “no existe el derecho de arriesgarse a una persona por el beneficio de los demás “.

Cinco años después, el consejo editorial de The Lancet se disculpó por publicar los estudios del Dr. Krugman. “Los experimentos de Willowbrook siempre han tenido la esperanza de que algún día se podrá prevenir la hepatitis”, escribieron los editores, “sin embargo, eso no podría justificar la entrega de material infectado a los niños que no se beneficiarían directamente”. Un año después, Krugman tuvo que alejar a los manifestantes durante una conferencia médica en Atlantic City.

“Creo que recibió muchas críticas por parte de las personas que no entendían el contexto o la realidad de la institución“, dice Richard Krugman. “Ciertamente quedó atrapado en la política del día”.

Sin embargo, el Dr. Krugman tenía tantos admiradores como detractores. El senador del estado de Nueva York, Seymour Thaler, crítico de los experimentos de hepatitis, dijo que Krugman había “hecho algo magnífico”. En tanto, el Dr. Franz Ingelfinger, ex editor del New England Journal of Medicine, también apoyó la investigación. “Es mejor tener un paciente con hepatitis adquirido de forma accidental o deliberadamente, bajo la guía de un Krugman, que bajo el cuidado de un fanático”, escribió.

Además de descubrir las cepas de hepatitis A y B, el Dr. Krugman “ciertamente aceleró el desarrollo de una vacuna contra la hepatitis B”, dice Paul Offit, pediatra y director del Centro de Educación sobre Vacunas del Hospital de Niños de Filadelfia. Pero, agrega Offit, “no creo que alguna vez estés justificado para inyectar a un niño con un virus infeccioso que podría matarlo”.

Mientras los miembros de la comunidad médica protestaban por los experimentos de Krugman, una fuerza mayor se movilizaba para cerrar a Willowbrook para siempre.

En 1972, Geraldo Rivera, entonces periodista de televisión local en Nueva York, se coló en los terrenos de la escuela y transmitió las condiciones inhumanas de Willowbrook. Michael Wilkins, un médico de la escuela que no participó en los ensayos de hepatitis, le había informado sobre las condiciones de vida de los niños.

“Han pasado casi 50 años y hablar de eso todavía me hace llorar”, dice Rivera, ahora corresponsal en Fox News. “Las condiciones eran tan horribles”. Rivera recuerda haber visto niños desnudos, manchados con sus propias heces y golpeándose la cabeza contra la pared. “Me imagino que la situación que vi fue similar a los de quienes presenciaron la liberaron los campos de concentración”.

Aproximadamente al mismo tiempo, un denunciante expuso el infame estudio de sífilis Tuskegee en el que los investigadores deliberadamente dejaron que cientos de hombres negros no recibieran tratamiento, por lo que varios murieron a causa de la enfermedad, a pesar de que había una cura conocida. Willowbrook fue uno de una larga lista de experimentos humanos con niños, reclusos, personas en centros de salud mental y comunidades minoritarias, y Tuskegee representó el punto de inflexión.

Sin embargo, el Dr. Krugman fue recompensado por su trabajo en Willowbrook. Ese año, se convirtió en presidente de la American Pediatric Society.

En 1974, se aprobó la Ley Nacional de Investigación en un esfuerzo por crear regulaciones que protegieran a las personas durante los ensayos de investigación en humanos. Una medida que implementó fue la creación de un grupo de trabajo de ética, la Comisión Nacional para la Protección de los Sujetos Humanos ante la Investigación Biomédica y del Comportamiento. “La Comisión Nacional podría no haber surgido de no ser por Willowbrook y Tuskegee y otras instancias”, dice Karen Lebacqz, uno de los miembros de la comisión.

Para 1979, la comisión publicó el Informe Belmont, una guía integral de principios éticos básicos que guían los ensayos clínicos modernos. La Ley Nacional de Investigación también estableció la práctica de las Juntas de Revisión Institucional (IRB), comités independientes que deben tomarse el tiempo para revisar los aspectos éticos de los ensayos clínicos en humanos hasta el día de hoy.

Además de los posibles dilemas éticos, los ensayos clínicos de la vacuna contra el coronavirus actualmente tienen algo más en común con los experimentos de hepatitis de Willowbrook: puede que ni siquiera sean necesarios. Si bien el Dr. Krugman es reconocido por acelerar el desarrollo de una vacuna contra la hepatitis, otros investigadores no se quedaron atrás.

A finales de la década de 1960, el Dr. Baruch Blumberg descubrió de forma independiente el virus de la hepatitis B y, junto con el Dr. Irving Millman, presentó la primera patente para una vacuna en 1969. Blumberg hizo toda su investigación al tomar muestras de sangre y probar las funciones hepáticas en los niños y adultos que ya estaban infectados, además su trabajo le valió a Blumberg un Premio Nobel de Medicina.

Del mismo modo, incluso si se aprueba una prueba clínica para el coronavirus, no hay garantía de que conduzca a un desarrollo de vacunas más rápido. La iniciativa del gobierno estadounidense para desarrollar una vacuna contra el Covid-19 puede llamarse “Operation Warp Speed”, pero Christine Grady, jefa del Departamento de Bioética del Centro Clínico de los Institutos Nacionales de Salud, dice que se debe dedicar mucho tiempo diseñando adecuadamente una prueba.

“Si hacer o no una prueba de desafío aceleraría la prueba es una pregunta que no está exactamente clara”, dice Grady, quien está casado con el Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas. De igual forma, Paul Offit está de acuerdo: “Tienes que tener la dosis correcta y para obtenerla debe realizarse estos ensayos clínicos y no creo que vaya a suceder”, coenta Offit.

También Karen Lebacqz, una de las autoras originales del Informe Belmont está preocupada por los protocolos acelerados de la vacuna Covid-19. “Cuando la gente está desesperada siempre quieren relajar los estándares éticos”, dice la profesora de ética Karen Lebacqz.

Los controvertidos experimentos de Saul Krugman en Willowbrook fueron solo el comienzo de su ilustre carrera. Más tarde se convirtió en el jefe de pediatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York y fue elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias, además fue autor de un libro de texto clásico sobre enfermedades infecciosas pediátricas, recibió el prestigioso Premio Lasker y ayudó a desarrollar las primeras vacunas contra la rubéola y el sarampión.

Defendió los juicios de Willowbrook toda su vida, escribiendo en 1986: “Hoy estoy tan convencido como en aquel momento de que nuestros estudios eran éticos y justificables”. Krugman falleció en 1995, y su obituario en el New York Times tiene solo una pequeña mención de sus experimentos en Willowbrook.

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Hasta el día de hoy, mientras que muchos especialistas en ética moderna utilizan los estudios de Willowbrook como un ejemplo de experimentación humana injusta, siempre hay segundas opiniones. “Es complicado”, dice Grady. “El primer objetivo de Krugman era comprender la enfermedad … pero creo que hay algunas cosas al respecto que ciertamente no se ven bien y sería difícil obtener la aprobación actualmente”.

Mike Wilkins, el médico de Willowbrook que ayudó a organizar a los padres para cerrar la institución en 1987, tampoco cree que los experimentos sean en blanco y negro. “No quiero crucificar a Krugman, la hepatitis B es una enfermedad internacional para la que ahora hay una vacuna. Pero espero que nunca se vuelva a hacer algo parecido”.

 

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