Revisamos cómo nos fue con respecto al año pasado —es decir, palomeamos lo que cumplimos y le ponemos un tache a lo que quedó pendiente de lograr— y hacemos una lista de lo que nos proponemos hacer el año que entra. Es sorprendente cómo los típicos anhelos se filtran en las listas de un año a otro. Hacer más ejercicio, comer mejor, ser más ecológica parecen ser metas universales que acogemos con entusiasmo y que no terminamos de cumplir a satisfacción. En fin, nos pasa a todos, ¿verdad?

Por otro lado, hay propósitos que se cumplieron y que llegaron más allá de lo que esperábamos. En algunos casos, se trató de actividades que disfruté mucho, por ejemplo, leí más que el año anterior y escribí muchas letras más que lo que me había puesto como objetivo, trabajé hasta el límite de mis capacidades. En otros, fueron oportunidades que aparecieron en el escenario y que abrieron ventanas que me llevaron a caminos que trajeron buenos frutos. Hubo también el caso de actividades que hice por complacer a alguien más y que me llevaron al exceso de la extenuación, opciones que tomé sin hacer mucha reflexión y que me engancharon en rumbos que no disfruté un momento y que hice sin razón alguna, pero que, de todas formas, las hice.

Al terminar la revisión de mis propósitos del año pasado, me di cuenta de que hay una infinidad de razones que me llevaron a la sinrazón de involucrarme en diligencias que me alejaron de lo que realmente me gusta y disfruto. Temas que al final, en forma irremediable, resultaron infructuosos y me alejaron de la meta verdadera. Por eso, al hacer la lista de propósitos para el 2020, vale la pena reflexionar en aquello que desde el fondo del alma y el corazón queremos hacer. 

Entiendo que no todo lo que hacemos nos tiene que encantar, pero lo que sí nos debe fascinar es el propósito que tenemos para hacerlo. Por ejemplo, estoy segura de que a nadie nos gustan las inyecciones, sin embargo, nos dejamos picar por una aguja porque sabemos que eso nos va a aliviar de algún mal, nos tomamos el jarabe para conseguir la salud. Por lo tanto, al hacer los propósitos para este año, quise tomarme el tiempo para incluir todo aquello que tiene la clara intención de acercarme a lo que quiero lograr y ponerme en el carril de mis metas.

Es fácil decirlo y difícil de aterrizarlo. La claridad es un don y una virtud. Si es complicado confesarnos a nosotros mismos cuál es el verdadero propósito que tenemos para vivir el 2020, lo es todavía más concretarlo. En sentido contrario, mientras más claridad tengamos, será mucho más sencillo conseguirlo. Algunos creen que una lista interminable es una tontería, que con un propósito global es suficiente. Los que defienden esta postura sostienen que basta una meta específica para que los objetivos se alineen en forma práctica. Por ejemplo, si digo que quiero correr un Maratón, tengo que entrenar, mantenerme saludable, ahorrar, comprar el equipo y una serie de etcéteras pertinentes. El riesgo es que si no lo conseguimos, el nivel de frustración es grande.

Los que creen que tener varios objetivos para el año es lo mejor, sostienen que al abrir tantas posibilidades, el nivel de éxito puede aumentar ya que si algo no se logra, otro sí se logrará. Se amplían las probabilidades y en vez de tener todos los huevos en la misma canasta, la diversificación disminuye el riesgo de fallar y si algo falla, hay otros objetivos que sí se conseguirán. Por supuesto, la concentración se puede dispersar y entonces, como dice el dicho, “el que mucho abarca, poco aprieta”. 

Cada uno de nosotros tiene su forma de ser y lo que a uno le resulta bien, puede no funcionar para los demás. El método es lo que a cada persona le resulta conveniente, el chiste es poder vislumbrar el futuro al que anhelamos llegar para no perder el rumbo. 

Al escribir mis propósitos para este año, traté de serme fiel a mí misma. Anotar mucho de lo que me gusta y buscar que aquellos tragos amargos que me tendré que pasar, tengan la intención de acercarme a aquello que anhelo con todo el corazón.

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