Hay momentos en la vida en los que uno mira al futuro y empieza a soñar. Los anhelos empiezan a brotar en todas las dimensiones y sucede en cualquier etapa en la que nos encontremos. Hay jóvenes que quieren independizarse y salir de casa de sus padres, hay amigos que quieren concretar un proyecto e iniciar un negocio, hay matrimonios que están pensando la educación de sus hijos, están los que esperan tener un retiro divertido y así, cada uno de nosotros extenderá la mirada al porvenir acariciando los propios proyectos. El problema es que la mayoría de ellos se desvanecen y no se concretan porque la mayoría no saben cómo alcanzar sus metas.

Por sorprendente que parezca, así es. Recientemente, fui contratada por un corporativo para dar una conferencia sobre estrategias en este tema. El interés sobre el contenido es genuino y es creciente. Lo he visto en mis salones de clases, en mi despacho en las asesorías corporativas, en las mentorías que me están solicitando; la constante es la misma: quiero y no sé cómo lograrlo. El problema es que complejizamos mucho nuestros anhelos y nos parece más fácil encontrar pretextos que vías de solución. Para simplificarlo a mí me gusta verlo como un proceso de tres pasos.

Este proceso de tres pasos es también un método de círculos concéntricos que se deben resolver de adentro hacia afuera. Imagínenoslo de la siguiente manera: nuestra meta va a formar estos círculos al caer en el mar de las posibilidades. Es decir, va a causar olas y agitaciones. Es bueno entenderlo, incluso antes de empezar. Para alcanzar una meta, hay que moverse. En los círculos se encuentran las preguntas fundamentales que nos van a impulsar a dar los pasos por el camino para llegar a ella. Son verdaderamente simples, pero, al igual que la música de Mozart, son sencillas de comprender y apreciar, pero nos sirven para llegar a la profundidad que queramos darle.

¿Qué quiero? El primer círculo es el que nos responde sobre la definición de nuestra meta.  La mente es un ventarrón que corre a la velocidad de la luz de un lado al otro a través de nuestra cavidad craneal. Generamos una gran cantidad de ideas a lo largo del día. La mayoría de ellas son olvidadas. Entonces, para darle cuerpo a ese anhelo, lo primero es denominarlo. ¿Qué quiero? Puede ser mudarme a un nuevo espacio, arrancar una remodelación, estudiar algo diferente, especializarme, conseguir trabajo, ahorrar, hacer más ejercicio. En fin, las posibilidades pueden ser de la envergadura que nosotros las queramos delimitar. Y, ese es el propósito: darles un límite y conocer las fronteras. Al hacerlo, nuestra mente deja de divagar y se enfoca. Tenemos claridad para dirigir nuestros esfuerzos y que no se nos fuguen o se nos escurran para otro lado. 

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Cuando somos capaces de delimitar nuestras metas, evitamos las distracciones o los desperdicios. Por ejemplo, si quiero ahorrar y tengo el impulso de gastar en algo que no necesito, recordaré que eso me aleja de mi meta y entonces no compraré una cosa que innecesaria.

¿Para qué la quiero? El segundo círculo es el que nos responde sobre el propósito de nuestra meta. Si la mente es un ventarrón que corre a la velocidad de la luz de un lado al otro de nuestra cavidad craneal y si ya lo sabemos, hay que evitarle las distracciones. Para que nuestra meta se arraigue es necesario darle un propósito, una intención. Así, nuestro proyecto no será como tantos que terminan en el rincón del olvido. ¿Para qué la quiero? Nos ayuda a entender que quiero mudarme a un nuevo espacio porque quiero ganar independencia, quiero arrancar una remodelación para ampliar mi negocio, quiero ahorrar para irme de viaje, quiero hacer ejercicio porque necesito dedicarle más tiempo a mi persona y quiero llevar una vida balanceada. El propósito nos ayuda a tener nuestra mente clara de las razones que nos llevan a perseguir nuestra meta. Arraiga e impide que nuestra intención salga volando por la ventana. Es como si se tratara de una pequeña semillita a la que vamos a cuidar y le permitiremos germinar y echar raíces. Entonces, si lo que me fijé como meta es ahorrar porque me quiero ir de viaje, cada vez que esté navegando en alguno de estos sitios en los que compramos por impulso, podremos valorar qué tiene mayor relevancia: un objeto que se quedará en el fondo del cajón o nuestro viaje. 

¿Cómo lo voy a lograr? El tercer círculo es el que responde al plan de acción. Es el momento en el que nos ponemos serios, nos arremangamos y entramos al modo de manos a la obra. ¿Quieres independizarte y salir de casa de tus papás, ver París o Tokio, ir a hacer ejercicio? Es preciso fijar un plan, dibujar una ruta de acción que nos permita apreciar donde estamos, a qué distancia se encuentra nuestra meta y como voy a unir esos puntos que hoy están inconexos. En este círculo, los detalles son importantes. ¿Te quieres mudar? Es importante investigar y tener toda la información: a dónde te quieres ir, cuánto cuesta el nuevo lugar, qué gastos tendrás que hacer y comparar si lo que tienes te alcanza para cubrir lo que quieres. Los números son grandes aliados. Hay que hacer cuentas. Si quieres hacer una remodelación para ampliar tu negocio, hay que ponerse en contacto con un arquitecto, ver qué materiales se van a utilizar, preparar al equipo de trabajo para el crecimiento, hablar con los proveedores para que estén preparados para surtir más, avisarles a los clientes que ahora el negocio crecerá, etc. Si vas a ir a París o a Tokio hay que preparar los documentos, informarse de los precios y medios de transporte, alojamiento, tiempos y climas, tener en cuenta las eventualidades. Si quiero hacer ejercicio para tener una vida más balanceada, tengo que elegir entre inscribirme a un gimnasio a usar aparatos, ir a un estudio boutique para practicar y hacer comunidad o si quiero practicar un deporte y qué equipo necesito tener.

Entonces, parece mágico, pero después de haber concretado los tres círculos que acabo de describir, todo se alinea. No se alinea por decreto, al llevar a cabo el proceso, nosotros mismos estamos poniéndonos en el camino de la concreción de nuestros anhelos: definimos, damos propósito y elegimos el plan de acción. 

Es verdad que algunos pueden transitar este camino en forma independiente y son constantes y se acogen en forma autónoma a la virtud de la perseverancia. Y, hay otros que no, que necesitan de acompañamiento para lograrlo. Recurrir a un mentor no es mala idea. El papel que jugará será el de ayudar en el enfoque para que el proyecto no se quede en la oscuridad del olvido. 

La satisfacción que he visto en las personas que han conseguido sus metas es un momento de gran plenitud, es cruzar la línea y elevar los brazos para experimentar la victoria. Vale la pena vivir esa sensación. No hay que complejizarlo, lo podemos hacer como un proceso de tres pasos: solos o acompañados.

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