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En La Rosa Púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), una de las mejores películas de Woody Allen, la protagonista debe elegir entre una ficción (un personaje de película sale de la pantalla para conquistarla, “nadie es perfecto”) o el actor que representa dicha ficción para encontrar el amor de verdad. Es una de las reflexiones más profundas de Allen sobre el séptimo arte y su función como escape de nuestra cruda realidad. Elegir la ficción significa vivir un imposible, pero esa opción es preferible a enfrentar la crudeza de la vida. A veces, vivir en el engaño simplifica mucho las cosas, aligera la carga que llevamos todos los días a cuestas. Frantz (2016), uno de los trabajos más recientes del prolífico François Ozon, se desarrolla sobre una reflexión similar, aunque su tema no sea el cine (directamente, al menos), su protagonista de mirada triste debe enfrentar un dilema similar: hablar con la verdad y, con eso, aumentar el ambiente pesimista de su entorno o disimular para crear felicidad mediante falsedad. Abrir una ruta de escape para el alma o sepultarla bajo metros de aplastante existencia. Anna (Paula Beer) vive en un pequeño pueblo alemán después de la Primera Guerra Mundial, todos días visita la tumba de su prometido, Frantz (Anton von Lucke), quien falleció durante el enfrentamiento armado, y vive con sus suegros como si hubiera logrado casarse. Un día se percata de un desconocido en el cementerio, que también visita la tumba de Frantz para dejar flores blancas sobre la lápida. Pronto descubre que se trata de un francés, Adrien (Pierre Niney), quien alega ser amigo del finado de cuando éste estudiaba música en París, ha vuelto a buscarlo como homenaje a su memoria después de la guerra. En cuestión de días, el desconocido es asimilado a la vida de la familia alemana (“esta noche es como si Frantz hubiera regresado”), como si su destino fuera ocupar el lugar del muerto, pero algo en su comportamiento deja ver que sus intenciones tal vez sean otras. El escenario planteado por Ozon da pie a un juego de apariencias e intenciones, donde los personajes entran y salen del engaño continuamente. Es una situación que se potencia gracias al periódico histórico elegido para la ambientación, los años de la entreguerra que permitieron la subida al poder del fascismo como opción para recuperar el orgullo del pueblo alemán. Entonces era mejor aceptar un engaño como verdad porque el desánimo generalizado era digno de la película más depresiva de Europa del Este.
Las circunstancias hacen recordar al clásico de Alfred Hitchcock De entre los muertos (Vertigo, 1958), donde un engaño coloca a un detective al borde del colapso mental y lo lleva a querer reemplazar a la mujer amada recién fallecida con otra de apariencia muy similar. Hasta la música de Philippe Rombi, colaborador habitual de Ozon, hace eco de la hermosa y nostálgica partitura de Bernard Herrmann. Anna y la familia de Frantz pasan por un proceso similar con la aparición de Adrien, aunque no forcen en el recién llegado los trazos característicos del joven caído en la guerra. Ozon opta por usar blanco y negro y color para marcar una diferencia entre las escenas “reales” y aquellas donde el supuesto (amoroso, físico o mental) ocupa la pantalla. Es un juego visual que fortalece las ideas de Ozon, no obstante las vuelva un poco obvias. Anna llega así a una encrucijada: contar la verdad sobre Adrien y con ello terminar con la salud mental de sus suegros adoptivos o tomar la ruta del engaño para crear un poco de alegría, sin importar lo artificial de su origen. El comentario velado también toca al nazismo, obviado por otros países porque tomarlo en serio significa revisar el papel desempeñado por cada uno durante y después de la guerra. La cinta significa su dicotomía en el cuadro de Edouard Manet, Le Suicidé, que Anna ve colgado en el Louvre. Sacrificarse por la felicidad de los demás o vivir para enfrentar la tormenta. Sin importar el camino, el andar seguro será solitario.   Contacto: Twitter: @pazespa Tumblr: pazespa Página web: Butacaancha.com Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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