Por Juan Francisco Torres Landa R.*   Los seres humanos somos sociales por naturaleza. Hace poco se hizo un estudio en Estados Unidos en que se comparó la longevidad de un grupo de personas midiendo diferentes factores para tratar de determinar en un periodo como de 8 años cuales eran los elementos que más inciden en la posibilidad de extender o acortar la vida de los que se incluyeron en la investigación. Contrario a lo que podría suponerse como sentido común de la evaluación los factores como ejercicio, alimentación, consumo de tabaco o alcohol, tipo de trabajo, etc. no fueron los que estuvieron en el número uno de incidencia de vida. El factor que más impactó ese ejercicio fue la calidad de la convivencia que las personas tenían con otras, en particular en saber si hay una buena e intensa cercanía con personas con quienes se interactúa, se reciben opiniones, y se pueden analizar las soluciones a problemas que la persona puede enfrentar. Hago ese primer comentario para resaltar que además de ser natural, resulta de vitalidad el que las personas interactuemos con otras para nutrir nuestro pensamiento, para asimilar conocimientos que no tenemos en nuestro haber, para allegarnos información que no conocíamos, para consultar sobre temas que no dominamos, y en general para hacernos mejores personas y profesionales en nuestras respectivas tareas. Sin esa convivencia diaria y humildad de competencias no podríamos crecer como individuos, y de hecho no se explicarían los grandes avances que como raza animal hemos logrado en los siglos en que hemos habitado este planeta. Si en lo anterior estamos de acuerdo, entonces sería fácil concluir que ninguna persona puede desarrollarse sanamente ni cumplir con sus tareas y responsabilidades si pretende hacerlo sin una sana interacción con otros amigos, colaboradores, colegas, asesores y personas en general que puedan aportar las ideas, conocimientos e incluso la crítica que es necesaria para hacer que el individuo pueda mejorar la calidad y cantidad de sus decisiones en sus áreas de responsabilidad. De esta ecuación no se salva nadie. Claramente tampoco servidores públicos, y en particular alguien con tanta responsabilidad como el presidente de la República. El caso es que es sumamente preocupante lo que estamos viendo en nuestro país en que por diseño, capricho, complicidad, sumisión o cualquier suma de estos factores u otros, el actual presidente parece estar en un gran vacío de rebote de ideas, asesoría robusta, o simple crítica a decisiones que se han venido adoptando. Solamente así se puede entender que se hayan cometido errores fundamentales en temas tan sensibles como son seguridad, salud, economía, trabajo, y educación (por citar algunos) y que a pesar de los datos duros que confirman los desaciertos no se haga ni el menor esfuerzo para enmendar y procurar mejores resultados. Parecería que pesa más el decir que el presidente es perseverante (rayando en obstinación crónica) que el admitir su falibilidad y la capacidad de recomponer el camino cuando los resultados no solamente no se presentan sino que son evidentemente adversos. Ejemplos de estos yerros abundan. La cancelación del aeropuerto de Texcoco, la construcción de la refinería de Dos Bocas, la instauración de la Guardia Nacional con el consiguiente abandono de las corporaciones policiacas locales y federales, la destrucción de organismos constitucionales autónomos (o la designación de incondicionales para comandarlos), la entrega de la calidad institucional a las canonjías sindicales que prácticamente eliminan la evaluación magisterial, la estigmatización de grandes sectores de la población a quienes considera enemigos o similares simplemente porque sostienen puntos de vista distintos, y otros más que apuntan a un deterioro en la marcha gubernamental y una enorme incertidumbre y pérdida de confianza que ya han logrado detener las inversiones, y muy pronto nos mandarán a un alto doloroso respecto de cualquier posible mejora en desempeño económico. Parte del fenómeno aislacionista que vemos en el ser y hacer de AMLO radica en el hecho no solamente que no escuche opiniones, sino que justamente se dan dos fenómenos adicionales: (a) la cobardía de quienes saben que es importante disentir y manifestar con sustento el porqué hay que modificar decisiones; y (b) el temor de que el aparato del estado sea utilizado en su contra si se sabe o publicita que no están de acuerdo con lo que pregona la 4T y su líder absoluto. Veamos como interactúan estos factores. La realidad es que la cobardía y el temor se entrelazan entre sí para dar por resultado que tengamos una amplia gama de actores que en los pasillos, en círculos cerrados, o con anónimos en redes sociales son ávidos y profusos en sus expresiones de críticas y objeción a la actual ruta gubernamental. No hay duda que son muchos, pero los visibles son contados. La pulverización de los partidos de oposición, la extinción de figuras fuertes que canalicen estos temas, y la abrumadora aplanadora mediática desde las esferas del poder (particularmente con el imán de distracción mañanero) han hecho que estos pensamientos disidentes no sean tan visibles fuera del círculo rojo, de un grupo de editorialistas valientes, y de algunas figuras políticas que sí han dado la batalla (un universo pequeño en su número). En la cobardía tenemos que señalar a quienes han fallado a su labor ética de ser contestatarios, pasando por los partidos de oposición (bastante escasos) y en particular con la clase empresarial. En ese sector económico hay que resaltar el patético papel de los grandes comandantes industriales que no han tocado el hacer gubernamental ni con el pétalo de una declaración. Ejemplo patético de dicha actitud sumisa, de complicidad y de baja auto-estima lo constituyó la asistencia a la cena en Palacio Nacional el miércoles 12 de febrero en que se les sometió a una vil extorsión para participar en una rifa que no tiene mérito alguno. En dicha sesión y posteriormente no hubo un solo empresario que expresara el malestar natural de haber sido arrinconados y humillados a contribuir dinero con un fétido olor a un impuesto ilegal e inmoral. El temor de los disidentes lamentablemente es cierto porque hemos visto las consecuencias para los que se han opuesto a los designios que se mandan desde Palacio Nacional. Y el usual proceso implica primero descalificarlos en la receta matutina, luego utilizar a la UIF y su fiel dirigente para fabricar acusaciones y congelar cuentas, y finalmente amenazar con el poder de la FGR para encontrar bases de acusaciones que pueden abarcar pérdida de libertad (prisión preventiva oficiosa) y de bienes (extinción de dominio). Este uso faccioso de las instituciones es real y creciente. Estamos entonces en un momento complicado y complejo. No hay aún daños irreversibles y es factible enmendar el camino (no queda mucho tiempo). Pero para ello se requiere una elemental condición que consiste en que AMLO muestre la humildad de abrirse al diálogo y la construcción de una mejor consecución de ideas, diagnósticos y decisiones. Sin esa nutrición intelectual y de experiencia no será posible tener mejores resultados y perspectivas, y por el contrario se seguirá abonando a la incertidumbre, y la desconfianza se multiplicará. Entonces la gran pregunta es si el presidente continuará en el ostracismo y la presunción de infalibilidad, o si finalmente habrá el momento en que con gran madurez sabrá que el corregir la ruta es sano y necesario, y que con un par de ejemplos emblemáticos podría sumar a su haber a muchos que hoy no estamos satisfechos con su desempeño. Los grandes personajes de la historia (algo que le parece interesar mucho a AMLO) lo han sido porque supieron escuchar, rodearse de personas que no fueran simples cajas de resonancia, y cambiar de parecer en función de las recomendaciones colectivas recibidas. Por ello mi recomendación es que el Presidente escuche, lo haga pronto, y corrija la ruta en los rubros fundamentales que motivaron su arribo a la primera magistratura y que hoy no están siendo atendidos (más bien lo contrario). Por ello sostenemos que la situación actual es de una soledad peligrosa y que mientras más pronto cambie mejor para él y para todos nosotros. Urge ver el cambio. El tiempo se agota.   Contacto:   Juan Francisco Torres Landa es Secretario General del Consejo de México Unido Contra la Delincuencia   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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