Son dos los caminos para comprender —fuera de un juicio superficial— el evento en el que el Dalai Lama da un beso en la boca a un niño que se acerca a saludarlo:

Posibles brotes de demencia senil detalladamente documentados por geriatras.

Un marco cultural no solo diferente sino contrastante, entre Oriente y Occidente.

En todo caso, la discución de un tema así podría apelar a la madurez y tomar en cuenta el contexto si lo que se busca es comprender la motivación del hecho. Pero como la dinámica de las redes sociales dicta opinar sin fundamento, no es raro encontrar linchamientos a una persona a la que —cuando mucho— se le puede acusar con pruebas de ser espontáneo a pesar —o a cuestas— de su edad.

Tres datos para enmarcar al protagonista:

Con Tíbet bajo asedio chino, el Dalai Lama lideró un exilio pacífico con miles de tibetanos en India, Nepal y países fronerizos.

Ha dedicado su vida a evitar el uso de violencia en cualquiera de sus formas, siendo un riguroso ejemplo al respecto.

Desde los años ochenta mantiene encuentros recurrentes con la élite científica para discutir temas que van, desde la física cuántica a la compasión. 

Lejos de defender o fustigar el hecho ante una audiencia que ve algo injustificable en un video que se corta repentinamente y que solo muestra risas y aplausos, valdría la pena ampliar la perspectiva y tratar de encontrar por qué se dio tal situación.

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¿Qué nos hace pensar que un Premio Nobel acreditado por líderes políticos y científicos del mundo sea tan estúpido como para evidenciar una presunta pedofilia en público?

El acto que encendió las redes sociales no muestra agresión alguna. En todo caso, se trata de una conducta que desde una óptica resulta abiertamente inaceptable en términos morales.

Tres pasos atrás y una bocanada de aire, para generar perspectiva

En Occidente es muy difícil hacer una lectura no occidental de usos y costumbres de Asia. Un aplauso en Tíbet rural por parte de una multitud —por ejemplo— no es signo de apreciación ni ovación, sino de abucheo. Lo que aquí vemos como una mentada de madre, allá se trata de una cariñosa señal de bienvenida.

Con esto no busco justificar, sino apelar a una urgente perspectiva. No hubo un acto pederasta como se está señalando en redes públicas. Y sí, definitivamente se trató de una conducta inaceptable en una realidad en la que el abuso infantil es tema bajo reflector en la convivencia social.

Pero resulta que el inidiciado en esta historia ha demostrado toda su vida ser un ejemplo incansable de convivencia social. Suena duro y superficial juzgarlo por un video de apenas 29 segundos, ¿no?

Esta situación confirma que: 

El cuidado y el respeto a los niños no está puesto a debate

Un maestro espiritual no deja de ser un hombre proclive a errar

Juzgar una realidad que se desconoce tampoco debería ser tomado a la ligera

La propia tradición budista es enfática al señalar que resulta insuficiente medir a una persona solo por sus actos. La motivación es la que determina la verdadera dirección e intención del actuar. En Tíbet se saca la lengua como un saludo que denota transparencia interna. En Occidente se trata de una grosería, de un acto de mal gusto. 

¿Seguimos juzgando o mejor observamos nuestros propios actos? ¿Nos mantenemos obcecados o tomamos lecciones de este evento? 

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

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