Por Alfredo Kramarz* Cornelio Tácito, historiador y senador romano, describió en su “Germania” al ejército espectral de los harios como feroces enemigos que untaban sus cuerpos y escudos con colores oscuros para infundir temor en los combates. Incipiente etnología de lo bárbaro -expresada con destreza literaria- que concluía con la siguiente afirmación: “en todas las batallas los primeros en ser vencidos son los ojos”. Roma dominó un mar cerrado, pero la frase de Tácito tiene eco en una época de infinita circunnavegación como la nuestra. La majestuosidad del portaviones USS Abraham Lincoln atravesando el canal de Suez, navegando vigilante por las aguas del Arábigo, es una escenificación muy lograda del poder imperial estadounidense y una derrota en la mirada del adversario. Esplendor técnico-militar en los estrechos más sensibles del orbe que simultáneamente da comienzo y cierra las hostilidades con Irán. Conquista oceánica que otorga renovado prestigio científico a la industria armamentista americana. Es una fuerza de tal calibre que estremece a los hombres del litoral al descubrirles la vulnerabilidad de sus ciudades e impone condiciones de regreso a una hipotética mesa de negociación. Situación que invita a rememorar el comportamiento de las potencias coloniales que fondeaban navíos de combate en bahías/puertos asiáticos, latinoamericanos o africanos con el fin de garantizar sus privilegiados acuerdos comerciales. Experiencia decimonónica -que fecundó el siglo XX- contenida en un concepto: “gunboat diplomacy” o diplomacia de cañonero. Cabe resaltar que la misión del USS Abraham Lincoln no era secreta, ni su paradero desconocido, más bien las autoridades de los Departamentos de Estado y Defensa de EU buscaron darle la mayor publicidad posible. Canales de YouTube como U.S. Navy popularizaron las imágenes del tránsito de las naves bajo los faraónicos puentes egipcios, mientras los medios de comunicación globales detallaban a sus audiencias respectivas los pormenores de la capacidad destructiva de la flota. Densidad informativa que tuvo como precedente la comparecencia -a principios de año- de Mike Pompeo en Doha: en aquella ocasión el Secretario de Estado anunció junto a las autoridades qataríes la firma de un memorándum de entendimiento para contribuir a la estabilidad de Oriente Medio. Recordemos que meses después se produciría el despliegue de bombarderos B52 en la base aérea de Al Udeid. A pesar de su importancia geoestratégica resulta curioso que dicha posición no mereciera igual número de titulares que los concedidos a las maniobras de la marina de guerra, aunque si formase parte del cuerpo de los artículos dedicados a la crisis EU vs. Irán. Quizá esto sea debido a que hay un elemento singular en el poderío naval del que carece la aviación: es la decisión político-militar que tradicionalmente anuncia en la historia de la humanidad una expansión civilizatoria. Además, alberga la posibilidad real de un bloqueo efectivo a una potencia terrestre cuyas secuelas -en términos de desestabilización- son temibles y pueden medirse con mayor cuidado que un bombardeo selectivo. Ese es el mensaje que encierra el acero del USS Abraham Lincoln, por más que sus voceros expresen que su objetivo es precisamente la de impedir otro bloqueo posible: la tenaza iraní sobre el estrecho de Ormuz. Carl Schmitt (jurista controvertido, rechazable con motivos y tremendamente lúcido) decía -a propósito de la conquista del mar durante el imperio británico- que: “la tierra firme pertenece ahora a una docena de Estados soberanos; el mar a nadie, a todos y, en realidad, a uno sólo: Inglaterra”. Aquella era la ley fundamental que regía el mundo de entonces y que hoy permanece inquebrantable si nos limitamos a sustituir Inglaterra por los EU. Una mutación que corrobora la idea de A. T. Mahan sobre la que también reflexiona Schmitt: EU es la verdadera isla de los nuevos tiempos que revitaliza la hegemonía marítima angloamericana. La esencia histórico-política del planeta que habitamos se visualiza a través de ciertas tácticas militares y propagandísticas diseñadas para refrendar el vigente orden internacional. Motivos para pensar que la idea de “seguridad colectiva” desarrollada en la Carta de las Naciones Unidas resulta permeable e insuficiente. Las pugnas por el monopolio en la interpretación del derecho son siempre sutiles y profundas, pero suelen llegar después de que hayan hablado las armas. *Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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