Desde hace muchas décadas se ha hecho un considerable esfuerzo por encontrar formas de hacer que la corporación sea compatible con un futuro sostenible para todos. Los controles de calidad en sus muchas formas y las filosofías de gobernanza corporativa en sus varias expresiones son ejemplos de este trabajo llevado a cabo sin coordinación. Sin embargo, en los últimos años, ha llegado el momento del movimiento ASG (factores ambientales, sociales, y de gobernanza, o ESG, por sus siglas en inglés) para atraer la atención de los mercados, los académicos y los asesores especializados, en tratar de crear una medición estandarizada que permita una comparación entre las empresas en su intento de “mejorar el mundo y aun así ser rentables”.

Este esfuerzo aún está en progreso, pero hasta ahora, hay un buen número de objetivos intermedios ya logrados por esta nueva y aún amorfa industria, es decir, la industria de certificación ESG. Los mercados también, por su parte, han capturado la imaginación y los rendimientos que vienen con ello. 

Tratando de descifrar que hay dentro de ESG, existen muchos indicadores que podrían describir la parte de la “E”, y en muchos sentidos, no hay margen de discusión sobre cuánto material dañino se pueden o deben verter en ríos, el aire o campos de cultivo, y por esa razón, esas variables son fáciles de delimitar. Para la parte “G”, aunque más amplia en sus orígenes y ambiciones (por ejemplo, el medir la independencia de los ejecutivos de alto nivel o la claridad de los objetivos para obtener bonificaciones por desempeño para los gerentes), la evidencia, las estadísticas y los datos son conocidos y más o menos desagregados y explorados por científicos financieros desde los años 60 en muchos países. Debido a la cantidad extensa de información relacionada con la gobernanza de una empresa, se puede decir que este factor puede medirse de una manera estandarizada, más o menos de cerca.

El problema surge con la parte de la “S”. Como todas las dimensiones, la social está llena de definiciones y clasificaciones, pero la mayoría de ellas están cargadas de elementos políticos y de opinión, lo que es además, específico de cada país. No hay suficiente claridad e independencia en cuanto a la parcialidad en este campo, por el contrario, es difícil imaginar una discusión, incluso a nivel científico, sin que surjan desvíos hacia prejuicios individuales: ¿Cuál debería ser la línea de pobreza? O, ¿cómo definir el “impacto social” o el “círculo de influencia” de alguna empresa, ya sea geográfico o en otros términos más amplios?

A la luz de estos puntos y, de acuerdo con las principales críticas de los escépticos en ese campo, es justo y útil dibujar un mapa mental de cuestiones relativas a la validez de cualquier conclusión alcanzada a través del tema ESG. La primera bifurcación se produce en este doble cruce: ¿Produce ESG como certificación, suficiente atracción sobre los mercados como para que los que la posean obtengan rendimientos extraordinarios? La segunda es la siguiente: ¿Tiene verdadero valor la certificación ESG?, es decir ¿no es un conjunto inútil y vacío de medidas opacas y difíciles de comparar? O más aun ¿Es sólo una máquina de hacer dinero para los certificadores y todas las partes involucradas? 

Hay que tener en cuenta que, aunque los mercados asignen valor a este esfuerzo empresarial, eso no significa que el valor sea real o sostenible, pues las modas pueden coexistir con promesas vacías o engaños abiertos sobre el cumplimiento de las directivas ESG, como la llamada tendencia del “greenwashing“.

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Además de esto, tenemos que abrir una nueva rama: una que evalúe la medición incorrecta (ya sea voluntaria o inducida por el proceso mismo de medición). Quizá un consultor sea francamente fraudulento o los cuestionarios e índices no estén (o no puedan estar) estandarizados entre naciones; la clasificación industrial podría ser errónea o variar según el país. Todo esto da paso a la última partición de la lógica detrás de ESG: ¿Qué pasa si (debido a la falta de tiempo para las pruebas o a las filosofías divergentes del núcleo de científicos involucrados) los datos no producen la información necesaria (por ejemplo, ¿qué pasa si estamos captando los parámetros de salida, pero la riqueza del verdadero impacto está en las estadísticas de seguimiento de la compañía y su ecosistema?).

Todas estas posibilidades podrían presentar un panorama muy turbio. El mercado podría estar pagando por la percepción y no por el contenido real de la política aplicada en sí misma y, por último, ¿qué pasa si las empresas y los inversores desarrollan “fatiga de divulgación” y todos estos esfuerzos dan como resultado una búsqueda inútil de verdadera virtud pero que al final si “hace sentir bien”? 

Un nuevo estudio de la Sociedad CFA de México y el Think Tank Financiero de la Escuela de Negocios del Tec de Monterrey, titulado “Diversifying Risk and Beating the Market through ESG Evidence from Latin-America” revela que las estrategias de inversión basadas en ESG son efectivamente alternativas de inversión viable y con un perfil atractivo de retorno ajustado al riesgo para renta variable en Estados Unidos y algunos países de América Latina.

El documento responde a la primera de las preguntas planteadas párrafos arriba, y examina la rentabilidad de índices ESG como clase de activo otorgando respuestas con la evidencia disponible (un período en la vida de los datos ESG publicados hasta este momento, del 2015 al 2022), pero eso no descarta escenarios futuros en los que el mercado despierte a la verdadera (y tal vez incómoda) sustancia y realidad debajo de cada índice, y el rendimiento de los fondos cargados de elementos de ESG empiecen a generar y reflejar desconfianza.

Para el período analizado no obstante, el estudio encuentra que los mercados sí otorgan valor por el tema de ESG pero no para todos los países latinos. En particular encuentra que Estados Unidos, México y Colombia presentan retornos favorables para los índices ESG comparados con el mercado en general del 2015 al 2021, pero en Brasil, Chile y Perú la ganancia se da a favor del índice del benchmark. Más aún, cuando se añade el año 2022, el retorno ajustado por riesgo acumulado para todo el período ya no favorece a Colombia, sino solamente a Estados Unidos y a México. 

El estudio también encuentra que no hay una mejoría o deterioro claro en la diversificación cuando se aplican los filtros ESG en países latinos, debido a que la volatilidad es proporcional al número de miembros dentro de cada índice. Más aun, variables como el riesgo país, el precio del oro, el dólar, el factor calidad o la inflación parecen no aportar explicaciones para los diferenciales de los índices ESG contra su benchmark en países latinos, por lo que lo autores proponen la “hipótesis del hábitat” como viable para explicar por qué algunos índices ESG mejoran a sus benchmarks, y en ella, se plantea que hay acciones dentro de la composición del índice ESG cuya exposición a ciertos factores de éxito les permite contabilizar su desempeño favorable.

En conclusión, el estudio encuentra cierto reconocimiento del efecto ESG en los retornos, pero el período no permite ser conclusivos todavía para toda la región o siquiera para los países que si muestran un diferencial favorable, pues aún debe el movimiento ESG pasar las pruebas de credibilidad y otras más de consistencia que el bienestar social, el cuidado del medio ambiente y la coherencia de las corporaciones, exigen los mercados para otorgar valor.

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Contacto:

Jorge Arturo Martínez-González, Director del Think Tank Financiero de la Escuela de Negocios Tec de Monterrey y miembro de la CFA Society Mexico.

CFA Society Mexico. TW: @CFAMEXICO

https://www.cfasociety.org/mexico/es/Pages/default.aspx

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