Por: Antonio Casanueva Fernández
La tarea de un empresario es compleja y exigente. Requiere la atención de numerosas faenas en forma discontinua. Los empresarios son mujeres y hombres que están en medio de diversas fuerzas divergentes e inconexas. El profesor Henry Mintzberg afirma que los directores trabajan a un ritmo implacable, sus actividades se caracterizan por la brevedad, variedad y que están fuertemente orientados a la acción.
La labor empresarial es agotadora, más en un contexto de incertidumbre, volatilidad económica, inseguridad e incertidumbre política como el de México en el 2022.
Es claro que el empresario no puede solo, requiere del consejo de otros, de ver el mundo desde múltiples perspectivas. Para pensar más y mejor se necesita de la ayuda de los demás. La identidad y los valores se forman a través de la relación con otras personas. Como lo explicaba el filósofo británico Roger Scruton, el mundo social emerge a través de la libre asociación, arraigada en la amistad y en la vida comunitaria.
Uno de los privilegios que tenemos los profesores de las escuelas de negocios es convivir con empresarios. Escucharlos. Aprender de ellos. En la mayoría de los empresarios observo un anhelo de conservar y engrandecer nuestro patrimonio común: paz, libertad, derecho, civismo, espíritu público, la seguridad de la propiedad y la vida familiar. Se dan cuenta que nada de ello lo pueden lograr por su cuenta, dependen de la cooperación con otros.
Esto implica hablar en primera persona del plural: propósito compartido. Los seremos humanos como responsables, unos frente a otros, unidos en asociaciones de responsabilidad mutua que se realizan en la familia, en la empresa y en la vida de la sociedad civil.
Somos criaturas constructoras de hogar, capaces de cooperar en busca de valores intrínsecos. Para Roger Scruton las asociaciones en las que se desarrolla la disciplina son aquellas en donde los participantes se informan y transforman sus vidas. Es decir, una organización que surge a partir de nuestros tratos mutuos.
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Los valores florecen de proyectos de cooperación. Por eso las cosas a las que más nos apegamos son a menudo impredecibles antes de que nos atrapen, como el amor erótico, el cariño por los niños, la devoción religiosa o la experiencia de la belleza. El valor se produce porque los humanos lo creamos, y lo hacemos a través de tradiciones, costumbres e instituciones que consagran y promueven nuestra mutua responsabilidad.
En una sociedad libre, donde hay economía de mercado, la persona que cuenta es el emprendedor, porque es quien asume los riesgos y responde a los costos.
Me decía el empresario michoacano Eduardo Orihuela que lo realmente importante es soñar, creer y ser mejores. Invitaba a sus compañeros empresarios a ser intelectualmente rigurosos, poner en practica lo aprendido y ser generosos para enseñar a los demás. Defender nuestras ideas, pero estar dispuestos a discutirlas entendiendo que la vida no es maniquea, las circunstancias y la interacción con los demás permite ampliar el juicio y tener una visión periférica.
México requiere más consensos y menos enfrentamientos. Las empresas son herramientas para transformar nuestro entorno y conservar todo aquello que valoramos.
La tarea empresarial no sólo es valiosa sino que, además, es fuente de valor: en otras palabras, está orientada hacia la realización. La compleja labor del empresario implica disciplina y la construcción de un espacio de la libre asociación, un espacio de valor duradero.
Contacto:
Antonio Casanueva Fernández, es profesor de Control e Información Directiva del IPADE Business School y director de la sede Guadalajara.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México
