Por Nora Méndez*

La tragedia en la que fueron masacrados tres madres y seis pequeños, dejando otros seis sobrevivientes heridos física y emocionalmente, incita a la reflexión sobre los acuerdos mínimos que, como sociedad, mantenemos o no para sustentar la convivencia.

No es que sea un caso único, lamentablemente. Ahí están las cifras ignominiosas de 300 mil muertos y alrededor de 60 mil desaparecidos que, de tanto repetirse y usarse en ataques politiqueros, parecen no decirnos nada ya de los seres humanos y familias rotas detrás de esos números.

El ataque a estos niños y mujeres nos hiere a todos y nos lleva al extremo de la sensibilidad para preguntarnos ¿qué hemos hecho mal como sociedad para llegar a este punto de deshumanización? ¿qué hicimos o dejamos de hacer? Porque en esto, todos estamos involucrados.

En este sentido, se ha mencionado mucho en estos días sobre la ruptura del tejido social como causa y consecuencia a la vez de este clima de violencia y descomposición en el que hoy nos encontramos, pero sin dar mayor explicación de su significado e implicaciones.

El concepto de tejido social hace referencia a los vínculos que, a partir de valores y referentes simbólicos comunes, pero también de intereses y necesidades a satisfacer, se establecen entre los miembros de un estado y sientan las bases de la convivencia entre estos. Alude a los acuerdos tácitos o explícitos que se establecen en dicha comunidad y a las estructuras e instituciones sociales que los reflejan.

Más allá de definiciones académicas, a mí me gusta hablar del tejido social, aprovechando la metáfora que nos ofrece, para explicarlo como la red de protección que nos soporta y contiene: las relaciones son los lazos que son unidos por los nudos o acuerdos fundamentales, para conformar esa malla de la que formo parte, pero que también me protege de las caídas, como a los trapecistas.   

Así, cuando hoy hablamos de un tejido social roto, estamos hablando de la pérdida de esa percepción de seguridad que teníamos los miembros de la comunidad, pero también de las relaciones y acuerdos que dejamos de establecer o dejaron de ser válidos, para que dicha red existiera.

Tratando de explicar esta ruptura se brindan diferentes definiciones: en lo fundamental, la pérdida de valores y elementos simbólicos comunes; esto es, dejamos de creer en lo mismo y de participar en celebraciones que abonaban a una identidad compartida. Esto trasciende una nostalgia trasnochada o una connotación moralista para ubicarse en el sentido más amplio de tradiciones y cultura compartidas, que proporcionan espacios de encuentro y convivencia para los miembros de la población.

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Relacionado con ello, suele citarse el que instituciones básicas dejaron de cumplir a cabalidad sus funciones, haciendo especial alusión a la familia como unidad social fundamental. Esto es, que se han vuelto disfuncionales y no logran cubrir su papel de primera red de protección o tejido social básico.

Quiero ser muy cuidadosa en este punto, pues no suscribo los argumentos que ubican el origen de la descomposición social en la pérdida de la familia tradicional. Lo que sí comparto es la idea de que muchas no logran cumplir su función de satisfacer las necesidades básicas, materiales y emocionales de sus miembros, independientemente de su caracterización como tradicional, ampliada, monoparental, homoparental, reconstruida… 

En este orden de ideas, la restitución de este tejido pasaría por el establecimiento de dinámicas familiares y comunitarias respaldadas en la atención a situaciones objetivas que trastocan su cotidianeidad: la precarización de las fuentes de ingreso y la falta de sistemas de protección social; la pauperización del campo; una planeación urbana, de vivienda y sistemas de transporte público que propician espacios constreñidos y trayectos absurdos de la casa al trabajo, entre muchos otros. 

Todo ello teniendo como punto de partida el establecimiento de espacios de encuentro, discusión y reflexión colectiva que nos permitan ponernos nuevamente de acuerdo sobre lo que nos une; el por qué queremos vivir en sociedad y cómo queremos hacerlo.  

Un nuevo acuerdo o pacto social en el que todas las personas, todos los miembros de la comunidad, encuentren cabida, seguridad y posibilidades de plena realización personal.

  Contacto: LinkedIn: Nora Méndez  

*La autora es Directora de Fundación Aliat – Aliat Universidades.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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