En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) está ocurriendo un fenómeno extraño y por tanto impredecible. Los paros en preparatorias, facultades y planteles del Colegio de Ciencias y Humanidades han ido escalado en cantidad. 

El reclamo central es por el acoso que han sufrido alumnas y por la ausencia, sostienen las quejosas, de respuestas adecuadas al problema. 

En la Facultad de Filosofía y Letras ya se dio por concluido el semestre, en el que no se puedo trabajar de modo adecuado por el cierre de las instalaciones, y en la Preparatoria 9 se determinó la realización de clases extramuros. 

El daño académico ya es irreversible, porque el tiempo no se repone, pero lo que está en el horizonte no es mucho más halagüeño.

Las protestas no cuentan con una agenda clara y algunas de las peticiones son imposibles de cumplir, porque requieren de cambios culturales profundos. 

Otras son cuestionables, ya que se pide el despido de profesores sin que exista una investigación sobre su conducta que establezca si cometieron faltas a la legislación universitaria e inclusive delitos. 

Es un tema gelatinoso, porque sin duda hay que avanzar a políticas de protección para las mujeres que permitan una estancia segura en la universidad y que cierren el paso a los abusos de los que sin duda son objeto. 

Pero también importa que esto se haga bien y que signifique un compromiso de los propios universitarios para mejorar las condiciones de estudio, trabajo y convivencia. 

Lo riesgoso, sin embargo, es que en cualquier momento se van a colar agendas que nada tienen que ver con los derechos de las mujeres y sí con la disputa del poder en la UNAM.

Una de las principales tareas de todo rector es mantener a la institución en calma y con gobernabilidad, y esto es así porque las universidades suelen ser catalizadores de reclamos mayores y de movilizaciones, que no siempre terminan como se esperaba por el cúmulo de intereses que puede capturarlas.

El CGH, por ejemplo, inició una huelga, con el cierre total de la UNAM,  en contra del aumento de cuotas, que no había ocurrido, y la protesta se prolongó por casi un año, lo que provocó que la principal institución educativa del país pendiera de un hilo. 

Después de meses y meses, las autoridades actuaron y la Policía Federal Preventiva desalojó a los huelguistas, por fortuna sin daños que lamentar y sin ilegalidades que recordar. 

Ahora el contexto es distinto, pero la UNAM requerirá de la solidaridad y del apoyo de su comunidad y de la sociedad. Cuentan con un rector, Enrique Graue, que tiene el oficio y la claridad para medir lo delicado de la circunstancia, pero también para observar las ventanas de oportunidad que se pueden generar para actuar de modo vanguardista. 

Hay que proceder en favor de las mujeres, pero hacer esto es distinguir con claridad los reclamos legítimos y de resolución urgente de las acechanzas de los que navegan en los ríos revueltos para obtener ganancias.

 

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