Por: Yvette Mucharraz y Cano y Karla Cuilty Esquivel

Para que una sociedad se desarrolle a su máximo potencial es indispensable incluir a todo el talento. Si bien se podrían cubrir distintos grupos considerados vulnerables o parte de alguna minoría, históricamente, las mujeres y las personas con alguna discapacidad solían ser relegadas a papeles considerados como “no productivos desde el aspecto económico”. No obstante, las capacidades y el talento que aporta a la sociedad su conocimiento, experiencia y cosmovisión, potencian a las naciones. 

Para lograr el desarrollo incluyente se ha abordado en mayor medida las necesidades del talento femenino, pero también resulta imperante incluir a las personas con discapacidad. La inclusión se puede entender como un grupo de acciones que eliminan o minimizan las barreras que impiden la participación de las personas dentro de la sociedad. Una clave para la inclusión es la adecuada comunicación donde se destaque el respeto al ser humano evitando sexismos, estereotipos o discriminación. Por ello, usar lenguaje incluyente es un imperativo para evolucionar hacia una cultura de equidad. 

El lenguaje incluyente tiene por objetivo valorar bajo la igualdad y el respeto a todas las personas independientemente de cualquier condición. Asimismo, permite visibilizar la diversidad existente en cualquier sociedad. Mediante el lenguaje incluyente, tanto las mujeres como las personas con discapacidad se visibilizan. Algunas recomendaciones básicas son dar el femenino a las profesiones ocupadas por mujeres como “ingeniera, médica, diputada, senadora, profesora, técnica, entre otras”. La Real Academia Española menciona que no deben emplearse masculinos para referirse a una mujer, por ejemplo: la ingeniero. Con dicho gesto se visualiza la labor que llevan a cabo las mujeres que desempeñan este tipo de profesión. Por otro lado, se deben erradicar de forma definitiva frases como “calladita te ves más bonita”, “ese trabajo es de hombres”, o similares, porque menosprecian a la mujer y perpetúan los estereotipos.

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En el ámbito de la discapacidad, lo primero es reconocer la dignidad y el valor de cualquier persona. El uso correcto del lenguaje para referirse a ello es utilizar el adjetivo sin identificar a la persona con su condición, y sólo si es indispensable. Por ejemplo, referirse a una persona que tiene ceguera o con autismo, sin llamarla “ciega” o “autista” es la forma respetuosa de expresarte sobre ella. En paralelo, es indispensable evitar prejuicios que no facilitan el reconocimiento del talento o de las fortalezas de una persona independientemente de su condición. Por ejemplo, indicar que alguien “sufre” o “padece” una discapacidad, implica asignar un atributo que limita la percepción de lo que significa vivir con alguna circunstancia que no se apega al estándar. Igualmente, distinguir entre la “normalidad” y la diferencia, refuerza el estereotipo que pone en desventaja a quien es distinto -y finalmente, todos somos diferentes y tenemos atributos que nos hacen únicos.

De acuerdo con algunos autores (Bárbara Anderson, 2022), la discapacidad se puede categorizar como: 

Motriz, implica una disfunción en el aparato locomotor que restringe la movilidad de la persona,

Visual o ceguera, afecta la percepción directa o indirecta de las imágenes tanto cercanas como lejanas,

Auditiva, puede ser una falta total, parcial o disminución de la capacidad auditiva, 

Intelectual, es una condición que limita la capacidad de aprender, comprender, comunicarse e incluirse en actividades cotidianas. Dentro de este tipo se encuentra el síndrome de Down,

Psicosocial, personas usuarias o exusuarias de servicios de salud mental,

Neurodiversa, estas personas tienen un desarrollo neurológico atípico. Entre ellas encontramos a personas con déficit de atención, síndrome de Tourette, Asperger, entre otros.

Talla baja, son aquellas personas que tienen una estatura baja a causa de un trastorno genético o alguna enfermedad.

Un elemento que mejora las posibilidades de inclusión se asocia con la accesibilidad, ya que disminuye el aislamiento y la soledad que podrían enfrentar. Es posible que las mujeres con discapacidad tengan mayor tendencia a mantenerse aisladas, debido a las barreras que encuentran para movilizarse al salir de sus hogares, a la violencia y a los prejuicios de género.

La accesibilidad de las personas con discapacidad comienza desde el diseño de los espacios y con ello se promueve la inclusión en el ámbito escolar, laboral o social. Aun cuando la pandemia evidenció que el home-office o el home-school eran viables, estos esquemas necesitan estar asociados al desarrollo de buenas prácticas que fortalezcan el establecimiento de vínculos emocionales, previniendo el aislamiento, la ansiedad y la depresión.

Como mencionó Jesús Vidal en los premios Goya de 2019: “los prejuicios son una gran discapacidad”, por ello erradicarlos mediante un lenguaje incluyente y la accesibilidad son los primeros pasos para construir culturas de respeto al ser humano, en todos los ámbitos de la vida, garantizado así mejores sociedades.

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Contacto:

* Directora del Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección del IPADE Business School.

**Investigadora Sénior del Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección del IPADE Business School.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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