La historia de México y los Estados Unidos está entretejida con encuentros y desencuentros. Vecinos por la línea fronteriza más larga del mundo y con una agenda bilateral sumamente compleja, ambos países comparten herencia, pero no destino.

A Estados Unidos, la independencia, la democracia y el Constitucionalismo le llegó varias décadas antes que a México, sin embargo, para ambas naciones la inspiración proveniente de Francia imprimía anhelos de libertad, igualdad y fraternidad.

Con amplio espíritu expansionista, pero fraterno, en 1822 llegó Joel Roberts Poinsett, primer Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario (nombrado Embajador para México en 1896). Joel Poinsett, partidario de la Doctrina Monroe, trajo a México el primer préstamo internacional como nación independiente. 

Al primer Embajador de EE. UU. en México le cautivaron muchas cosas de México, la más emblemática: la flor de nochebuena que con el paso del tiempo se ha convertido en un emblema de las fiestas decembrinas. Poinsett quedó tan maravillado de la flor que al término de su misión diplomática, llevó de regreso semillas de la flor y en su honor estas se llaman desde entonces Poinsettias.

Con el paso de los años, ambas naciones han visto un sinfín de matices en su relación bilateral, pero nunca se había visto un distanciamiento como el que ha definido la relación en los últimos cuatro años. 

Con un agitado entorno interno, el actual presidente de los EU llegó a la Casa Blanca con grandes expectativas; sin embargo, la intensa polarización ideológica ha eclipsado el proyecto demócrata que prometía eliminar el tóxico legado trumpista. En ese contexto, López Obrador se abstuvo de reconocer y felicitar a Biden en su victoria electoral y con esa ausencia de forma, se mandaba un amplio mensaje de fondo.

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Desde entonces, ha cambiado de forma importante la relación entre México y Estados Unidos, con una difícil agenda migratoria, una preocupante situación de seguridad, crecientes disputas comerciales y numerosos desatinos, Biden mira al futuro y López Obrador a los capítulos del pasado lejano del siglo XIX.

La postura del presidente mexicano más que disruptiva se percibe como una permanente confrontación, pareciera que extiende el estilo caprichoso de llevar la agenda nacional a la forma en la que dirige la agenda binacional.

Desde la retórica que exalta una izquierda progresista en América Latina, el presidente de México ha expresado su respaldo a dictadores, golpistas y liderazgos controversiales, poniendo en vulnerabilidad una relación de alto impacto e interés para las y los mexicanos.

Desde que el presidente estadounidense James Monroe aceptó las cartas credenciales de José Manuel Zozaya en 1822, las relaciones diplomáticas entre ambas naciones iniciaron con el expreso interés conjunto de cooperación y desarrollo. Doscientos años más tarde, esta relación bilateral es distante, ríspida, con aletargada cooperación y larga lista de pendientes que parecen no tener cabida en la lista de prioridades de un presidente mexicano injerencista y anclado en el pasado.

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