No es la vida más longeva, sino aquella con mayor número de curiosidades —resueltas o no— la que se mira fuera de rutina en la indiferencia. “No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos la mayoría de él”, dice Séneca, quien hace más de dos mil años consignó uno de los grandes vicios del hombre, que para sorpresa de Darwin —y cualquiera que se proponga entender el paso del tiempo como un acto evolutivo— se mantiene vigente: dejar pasar el tiempo con una indolencia que confunde.

Pudiera ser el miedo, a diferencia del temor, lo que petrifica la aventura de la especie suponiendo que con cantidades obscenas de información tendrá algo en qué ocuparse. Al menos, para matar el tiempo.

También cabría pensar, que esa información tomó forma del tótem con el que se perdió el miedo a la noche, a los eclipses y relámpagos, y que ahora se emplea con eficacia para mitigar la soledad, depresión y la incapacidad de solo estar. Basta googlearlo para pretender asirlo.

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Con esa dirección de pensamiento, la atosigante suma de información y las ganas por emplear el tiempo en lo que sea, internet se ha vuelto el templo para expiar el ansia y el desenfado. Por sí mismo, el nombre del estudio que evidencia que ya perdemos más tiempo en línea que fuera de ella, lo induce: «Media Essentials 2021».

Conexión mata brecha generacional

Fueron cerca de 12 mil casos los que se revisaron en 13 países de Hispanoamérica para confirmar que el consumo digital superó ya al offline, incluso en generaciones que se mantenían renuentes. ¿Cuál fue la motivación del cambio? Anunciar flaqueza en nombre de la curiosidad: el mundo online deja cada vez más desconectados y desconsolados a los análogos indecisos.

Somos —y no— fronteras. Tener 13 años representaba una diferencia, hace un lustro, con los de 59, en términos de conectividad y vida digital. La investigación que hizo el IMS Internet Media Services confirma que tardamos más en negar dos veces el uso de una red social que en ver quién está dónde, diciendo qué.

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Lo que puede ser una virtud, mantenerse estoicamente asiduo a un Nokia 2G, o todavía mejor: a un teléfono público, no solo es caso de museo, sino algo obsoleto e inoperante. Quien quisiera vivir así tendría que fundar una comuna y desconectarse lejos de toda tentación.

En medio de una pandemia —con la TV y la radio conectadas, los diarios y revistas operando en tiempo real y bajando el ritmo a las operaciones impresas— la consultora IMS acusa que 2021 es el año de la consolidación de los medios digitales de manera intergeneracional.

Y a decir del estudio citado, el prime time ya no es la noche, sino de 6 a 11 AM, de 3 a 6 PM y de 8 a 10 PM, es decir, mañana, tarde y noche. Quedarse sin internet hoy equivale a entrar en una oscura cueva y voltearse a ver el pulgar prénsil.

Lo cierto es que no sabemos sobrevivir en silencio: incluso en una cuarentena resulta indispensable contar la propia anécdota. La necesidad de entretenimiento es más eficiente que una vacuna si nos mantiene distraídos. A chicos y grandes.

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Luego de la pérdida offline

El porvenir se anuncia en las conferencias que presumen más y mejores megapixeles con menor peso y nuevos colores en los celulares. Pasamos tanta vida junto a ellos, sin siquiera discutir la marginalidad a la que nos arrojan.

Y hoy, lo más importante sucede a través de una pantalla: sea por pandemia o infodemia. Los amigos, las noticias y el recreo viven, tan pronto se oprime «On», sin sentir en la espalda el aprecio del vecino que descansa su brazo en el hombro, sin dejarse embarcar por el insustituible olor a tinta y sin la soltura que solo el espacio brinda al permitir envolver un grupo de personas dedicadas a departir.

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Pero la pérdida suele dar pie a nuevos encuentros. Merodear alrededor de la sala o del baño puede conducir a toparse con la imaginación como método vital. Viajar, esa buena costumbre para deshacerse de otras malas, también se hace sin salir de casa: si el propósito era explorar los alcances como una manera de aprehender al mundo (y a uno mismo), basta hacer un ejercicio simple de introspección.

La atención, ese ingrediente que permite voltear a verse para reconocer diferencias con los objetos inertes, es el único ingrediente que no vacila —estando offline u online— en entender que una experiencia tiene un alcance significativo y que elevar la calidad de las preguntas no es responsabilidad de los medios, solo del verdadero protagonista. Así como lo planteó Séneca, todavía de manera análoga.

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Contacto:

Eduardo Navarrete se especializa en dirección editorial, Innovación y User Experience*

Twitter: @elnavarrete

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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