En las próximas semanas, los gobiernos de Estados Unidos y de México tendrán que abrir los canales para determinar los términos de cooperación en lo que respecta a la seguridad.

Si bien muchos aspectos son institucionales, más allá de quien despache en la Casa Blanca o en Palacio Nacional, hay aspectos que se tienen que ajustar y más aún después de la detención y posterior liberación del general Salvador Cienfuegos.

Además, la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos significará en estilo muy distinto al de Donald Trump, donde no habrá amenazas, pero existirá una presión constante para buscar resultados.

Lo primero que se tiene que resolver es el papel que jugará la DEA, es decir, cuáles serán los límites que se le impondrán y cuáles las facilidades con las que contarán. Por lo pronto, se encuentra en discusión legislativa, la iniciativa de reforma a la Ley de Seguridad Nacional que establecería mayores controles a los agentes extranjeros destacamentados en México.

En Estados Unidos no están contentos con el amago de cambios, como ya lo expresó el procurador William Barr, quien inclusive cree que ello puede dificultar la colaboración en el futuro. 

Una de las preocupaciones más insistentes, es respecto a los riesgos que conllevaría informar sobre agentes y su actuación en temas que son sensibles y cuya divulgación puede causar daños a las investigaciones e inclusive poner en riesgo vidas de agentes e informantes.

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En el pasado esto se resolvió con la creación de grupos de trabajo, con oficiales certificados por agencias de ambos países y con una oficina de fusión de inteligencia.

No es que no ocurran filtraciones o traiciones, pero estas se reducen en la medida en que los controles son más eficaces.

Tampoco hay que descartar desencuentros si prosperan los cambios en la Ley del Banco de México, que abrirían riesgos de lavado de dinero e inclusive de financiamiento al terrorismo, como han advertido diversos analistas e inclusive la Asociación Mexicana de Bancos.

Por ello, será central el entendimiento con el equipo de Biden y lo que se pueda avanzar antes de la toma de posesión en enero. La relación de ambos países es central y delicada, por todas las implicaciones que tiene el combate a grupos del crimen organizado de carácter internacional. Es probable que las fricciones continúen, pero es de esperar que se reparen los tramos de confianza, que se cierren las grietas que se han venido abriendo. En seguridad no hay posibilidad de éxito sin la colaboración internacional y más aún entre países que comparten frontera e intereses.

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