Hace un año llegó el “quédate en casa”, muchos pensamos que a lo máximo serían unos meses y hoy parece que es una realidad que, en muchos sentidos, llegó para quedarse. Por supuesto, como en todo en esta vida, ha tenido cosas buenas, pero también muy malas.

Si de por si vivíamos en un país con claras y hondas brechas, la pandemia ha llegado para profundizarlas. Hoy, hay más pobreza que hace un año, la brecha laboral entre hombres y mujeres se ha incrementado, la carga mental y de trabajo de las mujeres se ha quintuplicado, la brecha en educación parece haber llegado a un punto insalvable.

La desesperanza, depresión y agotamiento son palpables en el aire. Hay quienes la viven en silencio y quienes, en respuesta, han decidido salir a vivir la vida con las consecuencias que eso nos traiga en las próximas semanas post vacaciones.

Pero hay un tema en particular que a últimas fechas ha vuelto a cobrar importancia: nuestras niñas, niños y jóvenes llevan un año fuera de las aulas.

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Ya he hablado del daño que esto genera en las habilidades socio emocionales, adaptativas y, por supuesto, de aprendizaje, recordando la brecha existente entre quienes tienen recursos y quiénes no. Actualmente, tenemos niñas y niños estudiando en grupos burbuja o con maestros particulares y al mismo tiempo otros no han podido ni seguir las clases en la televisión.

Asimismo, tenemos infancias floreciendo en ambientes amorosos, mientras otras viven hacinamiento y violencia sin espacios seguros, como en muchos casos, era la escuela.

La verdad, en cuestión epidemiológica, yo no sé si lo mejor sea que vuelvan a la escuela en el siguiente ciclo o no, si esto genera un riesgo a los mayores y, al final del día, a la sociedad. No sé cuáles sean las “ventajas” o el costo beneficio.

De lo que sí estoy segura es que ha pasado un año desde que las autoridades de educación estatales y federales supieron que necesitarían medidas especiales para que las niñas y niños volvieran a las aulas.

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Tras un año, no se ha visto ningún cambio en la estrategia que hoy, claramente no funciona. Muchas escuelas, incluso en la Ciudad de México no tienen servicio de agua corriente ¿cómo se cumplirá el lavado frecuente de manos?

Usualmente los salones están sobre poblados ¿qué medidas se han tomado para poder separar a los grupos, guardar la sana distancia y ventilar de forma apropiada?

Estamos a cuatro meses del próximo ciclo escolar, apenas a tiempo para exigirle a las autoridades un plan detallado para que nuestras niñas, niños y jóvenes regresen de forma segura a las aulas.

Nos toca a todos como sociedad, no sólo a padres y madres de familia, exigirle al gobierno que presente y ejecute este plan por la seguridad física y emocional de nuestras niñas, niños y jóvenes, pero también por la seguridad de todos como sociedad.

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Jimena Cándano estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad Iberoamericana. Actualmente es la Directora Ejecutiva de la Fundación Reintegra.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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