Todos somos o podemos llegar a actuar de forma malvada, es decir con la intención de hacer un daño o al menos sin importarnos las consecuencias de nuestras acciones hacia otros.

Resulta hasta cierto punto normal que de vez en cuando nos pase; incluso, en algunos casos, puede ser hasta sano. A veces esto nos puede ayudar a defendernos de un peligro o para empujar una causa que consideramos correcta, pero que otras personas no ven así.

Ejemplos sobran.

Todos consideramos perverso comer carne humana. En 1972, los supervivientes del accidente aéreo en Los Andes, tuvieron que suspender un criterio moral, para usar como alimento los cadáveres de sus compañeros de vuelo.

Luego de algunos años podemos entender y hasta justificar su comportamiento, pero en aquel momento de la tragedia, en medio de las montañas, fue interpretado por ellos mismos como un acto grave del que sufrieron traumas psicológicos.

Claro que hay un tipo de actos injustificables: los genocidios, la discriminación, la corrupción, en especial la que daña al otro por ser diferente, las agresiones bélicas, la violencia contra los débiles, entre muchos más.

Otro tipo de maleficencia es más “cotidiana” y por ello pudiera parecer más tolerable, pero en verdad nos pueden robar la calma, despertar ira o sed de venganza.

El compañero que miente ante el jefe sobre nuestro trabajo, el que se estaciona sin motivo ni remordimiento en el lugar que nos han asignado, el que no colabora sólo porque no quiere, el que siempre lleva la contra con críticas públicas ácidas, etc.

Hay gente que podríamos decir que simplemente es mala.

Estudios de psicología han encontrado que las personas asociamos la maldad con tres características, a las que llama la Triada Oscura de la Personalidad: el narcisismo, maquiavelismo y la psicopatía.

Los narcisistas tienden a sobredimensionar sus capacidades y considerar a los demás pocos dignos; los maquiavélicos, optan por manipular a los demás y obtener resultados sin importar a quién pisen, y los psicópatas tienen como deporte no respetar las reglas.

Todos podemos llegar a tener algo de estas actitudes, pero según su grado de maldad, estas personas pueden ser un rival de la oficina o caer en comportamientos patológicos.

¿Cómo es que podemos vivir entre ese tipo de personas?… Tenemos que aprender a tratarlos y que la experiencia no nos afecte.

Jonathan Ayala, doctor en psicología, un estudiosos de la personalidad con enfoque en psicología positiva, recomienda para encarar este tipo de experiencias “normalizar” la maldad, esto con el fin de que no nos sorprenda o nos amargue la vida.

Casi en su totalidad estas formas de actuar provienen de algún tipo de ignorancia. Las personas malvadas creen que sus actos son los adecuados, sin embargo, también pueden estar defendiéndose de una actitud nuestra o de su entorno social o familiar que no conocemos.

Hablarlo con él o ella de una manera abierta a veces puede solucionar el problema; si no reditúa ningún cambio, puede servir alejarse lo más posible y añadir una gran dosis de tolerancia cuando la interacción es inevitable.

Toma en cuenta que la mayoría de las personas que hacen cosas malas no se dan cuenta que son malvadas, alguna razón tienen para actuar de esa manera.

Nuestra mejor herramienta es tratar de entender porqué actúan así. Si lo tenemos claro, tal vez logremos cambiar nuestra percepción de lo que ocurre; si no, al menos no nos tomará por sorpresa y evitaremos una reacción inadecuada de nuestra parte.

Si reducimos la experiencia a decir “es malo”, “es mala”, estamos rechazando comprenderla y volveremos a experimentar otro mal rato.

Todos en algún momento nos dejamos llevar por las pasiones y provocar malestar en los demás. Es normal.

No te invito a que hagas el mal, sino que trates de entenderlo para que no te quite horas de sueño el comportamiento de los demás.

Recuerda que hasta nosotros mismos podemos ser malvados por alguna justificación o por exceso de ignorancia.

Contacto:
Rosalinda Ballesteros es directora del Instituto de Ciencias del Bienestar Integral de Tecmilenio.
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