No es la primera vez que dos mujeres compiten al mismo tiempo en una elección presidencial en México. En los comicios de 1994, dos mujeres, Cecilia Soto por el Partido del Trabajo y Marcela Lombardo por el Partido Popular Socialista, aparecieron en la boleta electoral. Antes de ellas, Ibarra de Piedra fue la primera en competir en una elección presidencial, la de 1982.

El contexto actual dista en mucho del México de aquella época. Por primera vez las aspirantes a ganar 2024 son perfiles competitivos, que hacen parecer que la única certeza que tenemos hoy en día es que tendremos una mujer en la Presidencia de la República. Un paso que nuestro vecino, Estados Unidos, no ha dado desde su fundación en 1776. Y, en el contexto internacional, México se sumaría al pequeño grupo de países que para 2024 tendrían mujeres jefas de Estado y jefas de Gobierno, 11% y 10% respectivamente, según datos de la ONU.

Es por ello que el género de las candidatas punteras se ha convertido en tema de interés en los últimos días. A Claudia se le reprocha que su triunfo fue gracias al presidente López Obrador, y a Xóchitl, que es una candidatura creada por el empresario Claudio X. González. Irónicamente, si en algo coinciden las candidatas, son las críticas misóginas que sus nombramientos han despertado. Algo que recuerda el tipo de descalificaciones que vimos en contra de la maestra Delfina Gómez, hoy gobernadora electa del Estado de México.

Más allá de la estridencia política, ambas representan perfiles de mujeres destacadas más allá del terreno político. Una como doctora en Ingeniería energética, la otra como empresaria. La UNAM alma mater de ambas, y también las dos entradas en sus 60 años.

Una de las preguntas inevitables ante la enorme posibilidad de que tendremos por fin una mujer presidenta, es si ello significará una forma diferente de gobernar el país, con cualidades que se piensan propias de nuestro género. Hay razones para pensarlo, más allá de los estereotipos. La gestión de la pandemia de COVID tuvo mejores resultados en aquellos países lidereados por mujeres. Y hay evidencia relevante de que la identidad de género sí influye en el tipo de políticas públicas que se diseñan.

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También es cierto de que el hecho de que las punteras para 2024 sean mujeres diluye el género como un elemento que influya en la decisión del electorado mexicano. Otros factores pesarán de manera más decisiva, como el liderazgo del presidente López Obrador, y la renovación del apoyo popular a la continuidad del proyecto de la Cuarta Transformación. O, en contraste, un retorno a las políticas neoliberales.

Ninguna de ellas desarrolló sus carreras políticas desde una agenda explícitamente feminista. Sin embargo, la experiencia de Sheinbaum al frente de la CDMX nos da mayores elementos para aquilatar su desempeño respecto a las mujeres. Su propuesta es un “Feminismo Social” que pretende atender las causas estructurales de la violencia y desigualdad contra las mujeres, yendo más allá de “romper el techo de cristal” de quienes logran escalar en una carrera política o empresarial. 

Por su parte, las propuestas de Gálvez para las mujeres ha sido desde un discurso que trata de “quitar” la bandera de esperanza que llevó a la presidencia a López Obrador en 2018, pero desde un llamado que interpela no sólo a las más desprotegidas, sino a todos los sectores, sin que sea claro cómo podrá distanciarse del desprestigio de los partidos y de los personajes que la apuntalan.  

Contacto:

Maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Oxford y Licenciada en Ciencia Políticas y Relaciones Internacionales, por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Twitter: @palmiratapia

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