Por: Mauricio Brizuela Arce

Una de las metáforas que todas las personas utilizamos para hablar del rol de quien ostenta el puesto de CEO, es que es quien capitanea un barco. Y a esta imagen también se le acompaña con otras características que, aunque no siempre las mencionamos, quedan implícitas: cuando se es capitán del barco quiere decir que la persona está acostumbrada a las aguas revueltas, que no pierde la calma aunque se acerque una tormenta y que, pase lo que pase, es el último en abandonar la nave, una actitud que se celebra con entusiasmo en cualquier mundo laboral. Pero como se trata de la dirección de la empresa, entonces no solo se aplaude, sino que se espera.

Allá arriba, en la dirección general, existe mucha responsabilidad y, por lo tanto, misma cantidad de beneficios para quien la ejerce. O al menos eso creemos sin cuestionarlo. Hay un sueldo inmejorable, acceso a información confidencial, conexiones con personas de igual estatus y muy pocas preocupaciones más allá del día a día de la organización. No hay enfermedad, no hay horas extra, todo está bien.

Sin embargo, no tenemos que ir muy lejos para comprobar que algo ocurre en los puestos más altos, porque en las noticias o redes sociales nos enteramos que un CEO está pasando por un mal momento en cuanto se refiere a su salud mental, y en casos que se tornan más preocupantes, esto deriva en adicciones, problemas físicos o hasta el suicidio. ¿Qué pasa entonces cuando una persona alcanza un punto alto en su carrera, que lo negativo no se escapa de su vida?

Es un buen momento para hablar al respecto, porque el tema ya se trata en las áreas de la psicología, que comienza a enfocarse en la salud mental de las personas con puestos de liderazgo o espíritus emprendedores, ya que es posible que existan algunas circunstancias que permitan que la depresión aparezca en estos perfiles, y no siempre se discuta, diagnostique, mucho menos se atienda a tiempo.

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Ser CEO es más difícil de lo que parece

Sé que si una persona dice que su puesto en dirección es muy difícil mientras tiene un almuerzo largo en un restaurante de prestigio casi nadie va a tomarlo en serio. Pero la verdad es que mientras hay más responsabilidades, más complicado se vuelve el día. Y dentro de la empresa, nadie tiene más responsabilidades que la dirección. En sus hombros recaen las presiones que no siempre llegan a otros escalones más abajo: cambios drásticos en el mercado, crisis operativas, juntas largas con el Consejo de Administración, garantizar que los procesos se hacen de manera correcta, castigar horas de descanso para resolver problemas de último minuto. Son el tipo de situaciones que impiden que una persona duerma lo suficiente, coma sano, haga ejercicio y se dé un espacio para, bueno, tomar un respiro.

El estrés es uno de los catalizadores de la ansiedad, que también se relaciona con episodios depresivos en gente con cierta tendencia a padecerla. Si a eso le sumamos que siempre hay algo urgente antes que lo importante, es una bomba de tiempo.

Existe un temor a mostrarse vulnerable

A pesar de que las generaciones más jóvenes buscan que todo lo relacionado al bienestar personal, incluido el mental, sea parte de la conversación, todavía cuesta que las personas en puestos de liderazgo admitan que están en un mal momento. Aún lidiamos con los resabios de «los modos de antes», cuando la dirección ocultaba cualquier «debilidad» para evitar poner nerviosos a inversionistas, consejos, clientes, proveedores y, en general, la opinión pública.

Esta necesidad de mantener en lo oscuro lo que aqueja a la dirección aumenta si consideramos la competencia en el mundo de los negocios. Por un lado, ¿qué tal si esa es la razón por la que el Consejo decide sustituir la silla de CEO? Por otro, ¿qué tal si se corre la voz y comienzan los ataques por redes sociales, artículos en medios o los colegas deciden sacarle la vuelta? Lo que nos lleva al siguiente punto.

Estar en la dirección puede ser solitario

Mantener las apariencias, callar lo que molesta, se traduce también en una forma de ostracismo. La persona que se siente deprimida no encuentra tan fácilmente una persona en quién confiar lo que le pasa si también teme que se juzguen sus capacidades como líder a partir de eso. Como no se habla del tema, no hay en quién apoyarse

También está en la personalidad

Se ha barajado la posibilidad de que ciertos perfiles —sobre todo aquellos que se inclinan por lo creativo, el diseño de herramientas y que tienen una gran capacidad para resolver problemas rápidamente— tienen tendencia a AHDH, una personalidad antisocial, ciertos aspectos narcisistas, entre otros, que suelen acompañar a quienes sufren de depresión.

Sin embargo, esto no quiere decir que una persona con estos cuadros no debería estar al frente de una empresa.

Cualquier capitán de barco es también un ser humano

Dejemos de lado la idea de que el estoicismo es sinónimo de fortaleza, inteligencia o capacidad de liderazgo. La depresión es una condición que, al igual que la diabetes, necesita de acciones inmediatas que dependen de cada persona. No todos los diabéticos se inyectan insulina, pero todos necesitan atención médica y no por eso son incapaces de seguir desarrollándose en cada aspecto de su vida. Lo mismo ocurre con la depresión. Lo que importa es que no se considere un estigma o un punto en contra del talento de las personas, para que entonces sea una conversación libre que ayude a detectar señales tempranas y así ponga en marcha lo necesario para mejorar la calidad de vida de quien las padece, aunque sea CEO.

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Mauricio Brizuela Arce, Presidente del Consejo de Administración y Socio Director de Salles Sainz Grant Thornton

Twitter: @SallesSainz

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