Por globalizado que esté el mercado, México es responsable de salvaguardar sus recursos. Debe proteger su espacio, su energía y a su gente.   Estas dos palabras, aunque gramaticalmente similares, encierran una dramática distinción metodológica, cuyas consecuencias estamos viviendo en carne propia los mexicanos en este periodo de reconfiguración, y añadiría que apenas comienza. Durante la presente administración federal hemos visto este ejercicio avasallador: recordemos la política de cielos abiertos, que fundamentalmente abre el espacio aéreo mexicano a aeronaves estadounidenses, igual que el mercado interno, así como espacio en nuestros aeropuertos. Sigamos con la reforma energética que apertura, igualmente a EU, la posibilidad de obtener utilidades a partir de la explotación de nuestros recursos energéticos, sin mencionar que uno de los proyectos de infraestructura más importantes en esta materia implica un enorme gasoducto que proveerá el mayor del consumo de gas en el norte del país. Adivinen a quién se lo vamos a consumir. Sí, a Texas. No perdamos de vista que en fechas recientes también se aprobó la importación de más de 130 transgénicos, la mayor parte de maíz, lo que implica comprometer grandes extensiones de cultivo por largos periodos, poniendo en riesgo no sólo la producción endémica, sino también la supervivencia de especies locales, así como la economía de nuestros agricultores y, en consecuencia, debilitar la soberanía alimentaria. Continuemos con las acciones de corte militar y policial derivadas del Plan Mérida, puesto en marcha con el gobierno anterior pero consolidado en la actualidad. Hoy es ampliamente conocida la presencia de fuerzas estadounidenses en nuestro territorio, así como la importación pericial y armamentista, de la que, dicho sea de paso, también se beneficia la delincuencia organizada mexicana. Recordemos la Operación Rápido y Furioso. Hasta lo absurdo se lo toman en serio. Hace relativamente poco, un legislador estadounidense hablaba de cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de EU, ¡y ni qué decir del recién transformado 066 al 911! Podríamos continuar enumerando hechos y consecuencias casi indefinidamente; la realidad subyacente es una: entreguismo indiscriminado, cínico y superacelerado. Dado que la mayor parte de la ciudadanía mexicana permanece inmutada, dadas estas circunstancias se deben inferir una de tres posibilidades, más bien una conjunción de éstas: la mayoría está de acuerdo; son indiferentes sea por confianza en las autoridades, sea por ignorancia; o bien se están obviando (por decir lo menos) las voces disidentes, restringiendo su difusión masiva. Sea cual fuere el caso, debe decirse que el resultado de dichas acciones no sólo evidencia que han sido negociadas (¿o impuestas?) en clara desventaja, también que nos colocan aún más abajo de lo que estábamos, pero esto ¿realmente debe ser así? Veamos. Es un hecho fehaciente que hoy, más que nunca, estamos a merced de los vecinos, pero esto ha sido planeado y provocado. Nadie en su sano juicio, que vele por los intereses de sus compatriotas, entregaría su soberanía a gajos; entonces, ¿qué es lo que pasa? Un somero recuento cómo el anterior nos pone en perspectiva: estamos atravesando una línea de reformas encaminada al aperturismo, tendencia heredada de múltiples gabinetazos cuya educación superior ha pasado por las más prestigiosas escuelas estadounidenses. No es extraño ni coincidente. Si vinieran de China o Rusia estoy seguro que los beneficios irían hacia allá. Esto no necesariamente significa que son funcionarios faltos de capacidad, ni demuestra su ignorancia de criptopolítica internacional, aunque pueda parecer así; lo que realmente ocurre es que en dichas instituciones les fue enseñado que este proceso integrador (globalizador) es inminente, deseable y tan incuestionable como absolutamente necesario. Al parecer se lo han tomado muy en serio sin siquiera dar lugar a estudiar alternativas potenciales, se han desempeñado en tales labores tan ardua y correctamente que podría decirse que efectivamente son inmejorables en la puesta en marcha de aquellas políticas. A funcionarios ejecutivos que obedecen cabalmente un ideario extranjero, les fue dicho que es vanguardia mundial. Lo que casualmente no aprendieron, si acaso se los enseñaron, es que por globalizado que esté el mercado aún, cada nación es responsable de la salvaguarda de sus recursos, incluida la mano de obra. Dicho de otra forma, cada país debe proteger su espacio, su energía y su gente (especialmente la que trabaja). Dado que el planteamiento globalizador posneoliberal no prevé, por el momento, la apertura sin condición de la frontera norte, no existe razón suficiente para ceder; por todo lo contrario, estamos regalando las cartas que en un momento dado nos permitirían negociar. Estamos jugando un juego cuyas reglas nos destinan a perder; sin importar nuestras tiradas, la casa siempre gana. La actuación razonable pasa por negociar en condiciones de igualdad. Por ejemplo, si se postula abrir nuestros cielos, la única posibilidad viable pasa por beneficiar a nuestra industria aeronáutica, obligando porcentajes mayoritarios de inversión mexicana, mismas libertades en el cielo vecino, contratos concesionados revocables de corto plazo, así como la misma posibilidad para países con capacidad, aun cuando ello implique naves de países que no tengan amistad con EU, etcétera. Naturalmente que no accederían bajo dichas condiciones, pero en esto radica exactamente el punto central. ¿Qué nos hace diferentes, como para que aquellos puedan obtener beneficios y nosotros no? ¿Qué les hace pensar que con el mismo mercado ellos sí pueden lograr desarrollo y utilidades? Es obvio que si no fuera posible no estarían sobre nuestros recursos. Significa entonces que es posible y viable, luego nosotros también somos potencialmente capaces. Debería ser tan sencillo cómo comprar el know how o, aún mejor, desarrollar el propio; las deficiencias se solventan sobre la marcha. Ya oigo las voces diciendo que no tenemos la capacidad ni el potencial para negociar de tú a tú, y sobran razones para pensarlo, pero esta visión obedece al mismo sesgo. Podría ilustrarse diciendo que “el tóner hace lo que la impresora dice porque éste sin aquella no sirve”. Cierran la boca al hecho de que la impresora es igualmente inútil, incluso más, dado que el consumible puede usarse en otra impresora, pero al revés no, sencillamente por la escasez de materia prima. Esta ilustración simplifica lo siguiente: sin recursos por explotar no hay dinero (ya de por sí Fiat) ni infraestructura que valga; es otra forma de decir que no sólo somos indispensables para sostener el castillo de naipes del vecino. Esta visión nos pone, incluso, por encima de sus posibilidades, invierte los papeles diametralmente. Se dice fácil, dirán. Tenemos la desventaja militar, en primer plano; nuestras reservas en dólares; comercio exterior al norte, y una PEA que apenas tiene asegurada la comida de hoy, ¿con qué se supone que podemos reivindicarnos? Que quede claro que no hablo de socialismo, ni mucho menos de romper relaciones bilaterales; hablo de sentido común, y desde aquí parto para las siguientes líneas. Es cierto que mucha, y cada vez más gente cree que nuestra mejor alternativa sería volvernos una estrella blanca en un fondo azul. Probablemente funcionaria para nosotros, pero esto no es lo que está ocurriendo ni lo que pretenden los tomadores de decisiones. El saqueo no pasa por ofrecer beneficios sociales de largo plazo, ni de corto; a lo sumo, por unas cuantas mordidas onerosas de desembolso apenas temporal. Dado lo anterior es claro que no puede haber figuras individuales que puedan darle gusto a todos; cualquiera que lo intente será absorbido y obligado. Ya bastantes botones de muestra tenemos, es un espiral reciprocante sin salida ni solución. La única manera que no puede ser corrompida, y si lo es, al menos será válida, es en la que la propia población toma las riendas de su futuro asumiendo sus propias decisiones: Parlamentarismo, referéndum, plebiscito, candidaturas independientes, campañas políticas (de propuesta, mas no publicitarias) restringidas a murales únicos en cada población y calcomanías pequeñas (estilo italiano), con lo cual sería extremadamente fácil controlar los gastos de campaña. Mecanismos sencillos, claros y difundidos para revocación de mandato y disolución parlamentaria, también ayudarían. Estas ideas no son para nada nuevas; de hecho, se practican con éxito en el mundo civilizado, empoderan al ciudadano, y a los políticos mexicanos responsables les permitiría lavarse las manos frente a las presiones externas. Una reforma política de esta naturaleza hablaría de una nación independiente, poderosa, soberana y revolucionaria; hablaría de políticos responsables y dignos. Cualquiera cosa distinta redunda en complicidad y corrupción. La figura del general Antonio López de Santa Anna languidecerá en la historia junto a nuestros contemporáneos. Tenemos alternativas más dignas. Aun concediendo que la globalización tiende a la mundialización inminentemente, otros vecinos continentales estarían dispuestos a estrechar lazos más enriquecedores y justos. Por mi parte no acabo de convencerme de que con ello la soberanía siga diluyendo hacia arriba los presupuestos. Hay primero que poner orden y justicia en casa, robustecer, disminuir rápidamente la brecha de desigualdad, recelar nuestros recursos, sobre todo diversificar nuestro mercado y el origen de la IED; recurramos a nuestros muchos tratados comerciales. El nacionalismo intransigente es una posición inteligente por unas décadas, mientras aprendemos de lo que ocurre afuera. Hasta ahora la UE deja mucho que desear y no es tan de reciente creación. No veo la urgencia de subirnos a un tren que parece moverse hacia atrás.     Contacto: Twitter: @Yayo_mx     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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