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KARP PARECE disfrutar enlistar las razones por las cuales no está calificado para su empleo. “No tiene un título técnico, ni tiene ningún tipo de relación cultural con las áreas de gobierno o comerciales, sus padres son hippies”, dice, dando vueltas maniáticamente por su oficina mientras se describe a sí mismo en tercera persona. “¿Cómo puede ser que esta persona sea cofundador y director general desde 2005 y la compañía todavía exista?” La respuesta se remonta a décadas de amistad de Karp con Peter Thiel, que comenzó en la Escuela de Derecho de Stanford. Ambos vivieron en el austero dormitorio Crothers y compartieron la mayoría de sus clases durante el primer año, pero tenían opiniones políticas marcadamente opuestas. Karp había sido criado en Philadelphia, hijo de un artista y un pediatra que pasaron muchos de sus fines de semana llevándolo a las protestas por los derechos laborales y en contra de “cualquier cosa que hiciera Reagan”, recuerda. Thiel ya había fundado el firmemente libertario periódico Stanford Review durante su tiempo en la universidad como estudiante. “Nos gustaba encontrarnos y discutir… éramos como animales salvajes en el mismo camino”, recuerda Karp . “Básicamente me encantaba pelear con él.” Sin deseo de ejercer la abogacía, Karp fue a estudiar con Jurgen Habermas, uno de los filósofos más importantes del siglo 20, en la Universidad de Frankfurt. No mucho tiempo después de obtener su doctorado, recibió una herencia de su abuelo, y comenzó a invertir en startups y acciones con sorprendente éxito. Algunos individuos adinerados se enteraron de que “este loco sujeto era bueno para invertir”, y comenzaron a buscar sus servicios, relata. Para administrar su dinero creó el Caedmon Group, con sede en Londres, una referencia al segundo apellido de Karp. De vuelta en Silicon Valley, Thiel había cofundado y vendido PayPal a eBay en octubre de 2002 por 1,500 mdd. Llegó al Valle para crear un fondo de cobertura llamado Clarium Capital, pero continuó fundando nuevas empresas. Una de ellas se convertiría en Palantir, nombrada por Thiel en honor a las piedras palantirí de El Señor de los Anillos de JRR Tolkien, las piedras videntes que permiten a quien las posee mirar a través de grandes distancias para seguir a amigos y enemigos. En el mundo después del 11 de septiembre, Thiel quería vender esos poderes tipo Palantír al creciente sector de seguridad nacional: Su concepto para Palantir era utilizar el software de reconocimiento de fraude diseñado para PayPal para detener los ataques terroristas. Pero desde el principio el libertario vio a Palantir como un antídoto —y no como una herramienta— para las violaciones a la privacidad en una sociedad que ya tenía vulnerabilidades de seguridad. “Era una empresa orientada a misiones”, dice Thiel, que ha invertido personalmente 40 mdd en Palantir y hoy se desempeña como su presidente. “Definí el problema como la necesidad de reducir el terrorismo mientras preservábamos las libertades civiles.” En 2004, Thiel se asoció con Joe Lonsdale y Stephen Cohen, dos graduados de ciencias computacionales de Stanford informática, y con el ingeniero de PayPal Nathan Gettings para codificar conjuntamente un producto robusto. Inicialmente se financiaron en su totalidad por Thiel, y el equipo de jóvenes luchaba por conseguir que los inversionistas o clientes potenciales los tomaran en serio. “¿Cómo diablos haces que alguien escuche a alguien de 22 años de edad?”, dice Lonsdale. “Queríamos a alguien que tuviera lel cabello un poco más gris.” Es ahí donde entra Karp, cuyos kramerescos rizos marrones, conexiones con europeos adinerados y un doctorado que ocultaba su falta de experiencia empresarial. A pesar de su absoluta inexperiencia tecnológica, los fundadores quedaron impresionados por su capacidad para entender de inmediato los problemas complejos y traducirlos a lo no ingenieros. Lonsdale y Cohen rápidamente le pidieron que fuera el CEO de forma temporal, y entrevistaron a otros candidatos para hacerse cargo del puesto de forma permanente, ninguno de los tipos de cuello almidonado de Washington que conocieron los impresionó. “Ellos estaban haciendo preguntas acerca de nuestro diagnóstico del mercado total disponible”, dice Karp, desdeñando la jerga de la escuela de negocios. “Estábamos hablando de la construcción de la empresa más importante del mundo”. Mientras Karp atrajo a los primeros inversionistas ángeles europeos, los capitalistas de riesgo estadounidenses parecían alérgicos a la empresa. Según Karp, el presidente de Sequoia, Michael Moritz, se la pasó garabateando en un cuaderno durante toda la reunión. Un ejecutivo de Kleiner Perkins dio una conferencia a los fundadores de Palantir sobre el inevitable fracaso de su empresa durante una hora y media. Palantir fue rescatado por un contacto en In-Q-Tel, el brazo inversionistas de la CIA, que haría dos rondas de inversión por más de 2 mdd. “Ellos eran claramente talento de primer nivel”, dice el ex ejecutivo de In-Q –Tel, Harsh Patel. “Lo más impresionante sobre el equipo era cómo estaban enfocados en el problema de cómo los humanos pueden hablar con los datos.” Esa misión resultó ser mucho más difícil de lo que cualquiera de los fundadores había imaginado. PayPal se había iniciado con información perfectamente estructurada y organizada para su análisis de fraudes. Los clientes de inteligencia, por el contrario, tenían colecciones no coincidentes de correos electrónicos, grabaciones y hojas de cálculo. Para cumplir con sus promesas de seguridad y privacidad, Palantir necesitaba datos de catálogo y etiquetar los datos de los clientes para asegurarse de que sólo los usuarios con las credenciales adecuadas tuvieran acceso a ellos, un sistema que también fue diseñado para prevenir el uso indebido de datos personales sensibles. Pero la principal protección de la privacidad y seguridad de Palantir sería lo que Karp llama, con su amor a la jerga académica, “el registro inmutable”. Todo lo que un usuario hace en Palantir crea un rastro que se puede auditar. Ningún espía ruso, marido celoso o Edward Snowden puede utilizar las capacidades de la herramienta sin dejar un registro indeleble de sus acciones. De 2005 a 2008, la CIA fue mecenas y único cliente de Palantir, quien probó la versión alfa y evaluó su software. Pero con el imprimátur de Langley, el rumor de las crecientes capacidades de Palantir se extendió, y los abigarrados californianos comenzaron a recibir ofertas y reclutas. El filósofo Karp resultó tener una capacidad única para reconocer y seducir a los ingenieros estrella. Sus colegas estaban tan desconcertados por su olfato para el talento técnico que para probarlo una vez le enviaron a un par de candidatos decepcionantes a una entrevista final. Él descartó a ambos de inmediato. Comenzaba a formarse la singular cultura Palantir bajo la imagen iconoclasta de Karp. Su sede en Palo Alto, a la que llaman “La Comarca”, en referencia a la patria de los hobbits de Tolkien, cuenta con una sala de conferencias convertida en una piscina de pelotas de plástico gigantes y tiene los suelos cubiertos de dardos de Nerf y pelo de perro. (Los caninos son bienvenidos.) El staff opta en su mayoría por llevar ropa de marca Palantir todos los días, pasa tanto tiempo en la oficina que algunos dejan sus cepillos de dientes en los lavabos. El mismo Karp sigue siendo el más excéntrico de los excéntricos de Palantir. El soltero empedernido, que dice que la idea de sentar cabeza y formar una familia le da “urticaria”, es conocido por su personalidad obsesiva: resuelve cubos de Rubik en menos de tres minutos, practica natación y el arte meditativo del Chi Kung y además ha pasado por el aikido y jujitsu. Tiene un gabinete en su oficina repleto de vitaminas, 20 pares idénticos de goggles para natación y desinfectante para manos. Y se dirige a su personal mediante un canal de video interno llamado KarpTube, hablando sobre temas tan amplios como la codicia, la integridad y el marxismo. “La única vez que no estoy pensando en Palantir”, dice, “es cuando estoy nadando, practicando Chi Kung o durante la actividad sexual”. En 2010 los clientes de Palantir en el Departamento de Policía de Nueva York recomendaron la empresa a JPMorgan, que se convertiría en su primer cliente comercial. Un equipo de ingenieros alquiló un loft en Tribeca, durmiendo en literas y trabajando día y noche para ayudar a desenredar problemas de fraude del banco. Pronto les fue asignada la tarea de desenmarañar su tóxica cartera hipotecaria. Las operaciones de Palantir en nueva York se ha expandido a una oficina completa, decorada al estilo Batman y conocida como Gotham, y su lucrativa práctica de servicios financieros incluye todo, desde ejecuciones hipotecarias que predicen hasta el combate a hackers chinos. Sin embargo, a medida que crecía su base de clientes, comenzaron a aparecer grietas en la cultura idealista de Palantir. A principios de 2011 surgieron correos electrónicos que mostraron que un ingeniero de Palantir había colaborado en una propuesta para hacer frente a una amenaza hecha por WikiLeaks sobre filtrar documentos de Bank of America. El empleado de Palantir había acordado con entusiasmo rastrear e identificar a los informantes del grupo, lanzar ataques cibernéticos a la infraestructura de WikiLeaks e incluso amenazar a sus simpatizantes. Cuando estalló el escándalo, Karp otorgó una licencia al ingeniero en cuestión y emitió un comunicado pidiendo disculpas personalmente y prometiendo apoyo de la empresa a los “valores y causas progresistas”. Contrataron a abogados externos para revisar las acciones y políticas de la empresa y, tras algunas deliberaciones, determinó que era aceptable recontratar al empleado infractor, ante el desdén de los críticos de la compañía. Tras el incidente de WikiLeaks, el equipo de libertades civiles y privacidad de Palantir creó una línea directa de ética para los ingenieros llamada Batphone: Cualquier ingeniero puede utilizarla para reportar anónimamente a los directores de Palantir a un cliente que consideren poco ético. En general, la empresa renuncia hasta a un 20% de sus ingresos potenciales por razones éticas. (Está por verse si la empresa será tan exigente si tiene que rendir cuentas a sus accionistas públicos y presentar reportes trimestrales.)***
A las 16:07 PM del 14 de noviembre de 2009, Michael Katz-Lacabe estaba estacionando su Toyota Prius rojo en la entrada de su casa en el tranquilo suburbio de San Leandro, en Oakland, cuando una patrulla pasó frente a él. Una cámara fotográfica montada en la unidad tomó de manera rutinaria una foto de la escena: su casa blanca, de un solo piso, con su césped y rosales marchitos, y sus hijas de 5 y 8 años bajando del auto. Katz- Lacabe, miembro de la junta escolar local, activista y blogger, vio la foto un año más tarde: en 2010 se enteró de los lectores automáticos de placas del Departamento de Policía de San Leandro, diseñados para fotografiar constantemente y hacer un seguimiento de los movimientos de todos los coches en la ciudad. Presentó una solicitud de registros públicos de todas las imágenes que incluyeran a cualquiera de sus dos coches. La policía le envió 112 fotos. Encontró más inquietantes las que incluían a sus hijas. “¿Quién sabe cuántos hijos de otras personas han sido fotografiados?”, se pregunta . Sus preocupaciones van más allá de una mera sensación de protección parental. “Con esta tecnología se puede girar hacia atrás el reloj y ver en dóndes está todo el mundo, si estaban estacionados en la casa de alguien que no sea su esposa, una clínica de marihuana medicinal, un centro de paternidad plenada, una protesta.” A medida que Katz-Lacabe cavó más profundo, se encontró con que las imágenes de placas vehiculares de San Leandro recogidas por las cámaras del Centro de Inteligencia Regional del Norte de California (NCRIC por sus siglas en inglés) —una de las 72 organizaciones de inteligencia administradas federalmente establecidas después del 11 de septiembre— ya sobrepasan los millones. Es ahí donde se analizaron las fotografías utilizando el software desarrollado por una compañía ubicada al otro lado de la bahía de San Francisco: Palantir. La propuesta de negocio que Palantir envió al NCRIC incluía referencias de clientes como los departamentos de policía de Nueva York y Los Angeles, jactándose de que permitió la búsqueda de 500 millones de fotos de placas de la policía de Nueva York en menos de cinco segundos. Katz- Lacabe contacto a Palantir para comunicarle sus preocupaciones sobre la privacidad, y la empresa respondió que lo invitaba a su sede para una reunión. Cuando llegó a La Comarca, un par de empleados le dieron una presentación de una hora sobre los candados de seguridad que Palantir tanto presume: el control de acceso, los registros inmutables y el Batphone. Katz- Lacabe no se dejó impresionar. El software de Palantir, señala, no tiene límites de tiempo predeterminado, toda la información se mantiene accesible durante el tiempo que se almacena en los servidores del cliente. ¿Y su función de auditoría? “No creo que signifique una maldita cosa”, dice. “Los registros no son útiles a menos que alguien los esté mirando.” Cuando Karp escucha la historia de Katz-Lacabe, la esquiva rápidamente: el software de Palantir salva vidas. “He aquí un caso de uso real”, dice, y se lanza a la historia de un pedófilo que conduce un “Cadillac chocado” y que fue arrestado una hora después de agredir a un niño, gracias a las cámaras de la policía de Nueva York. “Gracias a los datos de las matrículas reunidos en nuestro producto, lo sacaron de las calles salvaron a los niños.” “Si nosotros, como sociedad democrática, creemos que las matrículas en público motivan la protección de la Cuarta Enmienda, nuestro producto puede asegurarse de que no puede cruzar esa línea”, dice, añadiendo que debe haber un límite de tiempo para conservar este tipo de datos. Sin embargo, hasta que la ley cambie, Palantir jugará dentro de esas reglas. “En el mundo real en el que trabajamos, y que no es perfecto, tienes que tener ventajas y desventajas.” ¿Y qué tal si los registros de auditoría de Palantir —su salvaguarda central frente al abuso— son simplemente ignorados? Karp responde que los registros están destinados a ser leídos por un tercero. En el caso de las agencias gubernamentales, sugiere un órgano de supervisión que revise toda la vigilancia, una institución meramente teórica hasta este momento. “Algo como esto va a existir”, insiste Karp. “Las sociedades las construirán, precisamente, porque la alternativa será dejar vía libre al terrorismo o la pérdida de todas nuestras libertades”. Los críticos de Palantir, como era de esperarse, no se sienten seguros por la hipotética corte de Karp. La activista del Centro de Información de Privacidad Electrónica, Amie Stepanovich, llama a Palantir “ingenuo” si espera que el gobierno inicie la vigilancia de su propio uso de la tecnología. Lee Tien, de la Electronic Frontier Foundation, se burla de que Karp afirma que los candados que protejan la privacidad pueden añadirse a los sistemas de vigilancia después de los hechos. “Tienes que pensar en qué hacer con los desechos tóxicos mientras estás construyendo la planta nuclear”, argumenta, “no algún día en el futuro”. Algunos exempleados Palantir dicen que se sentían igualmente preocupados por las potenciales violaciones de derechos que su trabajo permitía. “Se está construyendo algo que definitivamente se podría utilizar para el mal. Hubiera sido una pesadilla si J. Edgar Hoover hubiera tenido estas capacidades en su cruzada contra Martin Luther King”, dice un exingeniero. “Algo que realmente me preocupaba era posibilidad de que algo en lo que yo trabajaba pudiera contribuir a evitar una revolución al estilo de la primavera árabe”. A pesar de elevados principios de Palantir, dice otro ex ingeniero, sus prioridades diarias son satisfacer a sus clientes en la policía y las fuerzas de inteligencia: “Mantener buenas relaciones con la policía y ‘mantener las luces encendidas’ se bifurca de los ideales.” Él va a argumentar que incluso los fundadores de Palantir no entienden muy bien las piedras videntes de El Señor de los Anillos. Las piedras de Tolkien, señala, en realidad no daban a sus portadores una visión honesta. “Los palantirí distorsionar la verdad”, dice. Y los que miran en ellos, añade, “sólo ven lo que quieren ver”.***